Revista Cultura y Ocio

Veranos de infancia

Publicado el 02 agosto 2013 por Elena Rius @riusele
VERANOS DE INFANCIA Hay un momento en la vida en que una se da cuenta de que, por más descanso veraniego del que llegue a gozar -descanso que, a partir del momento en que se adquieren ciertas responsabilidades, suele estar bastante racionado-, los veranos de la infancia nunca volverán. Esos veranos que eran casi infinitos, con el horizonte del regreso al cole tan lejano que apenas se podía imaginar, libres de imposiciones y de horarios, perezosos (no pasaba nada si te estabas una hora echada en la hierba contemplando cómo corrían las nubes por el cielo, o mordisqueando tallos verdes para ver a qué sabían, o cualquier otra actividad sin ninguna finalidad práctica). Echando la vista atrás, tengo la impresión de que sólo en esos meses de vacaciones ocurrían las cosas verdaderamente importantes; el invierno, el colegio y lo que en él hacíamos constituía sólo un inevitable paréntesis, a la espera de que comenzara cuanto antes el verano siguiente.  Y, en cierto modo, así era.
Sin necesidad de ponerse nostálgicos  -"las nieves de antaño" y demás- cada vez que se inicia un nuevo verano, es inevitable recordar esos veranos perfectos con una punzada en el corazón. Aún más cuando el comienzo de la estación coincide con una lectura que te trae a la memoria precisamente los veranos de infancia, como el libro de Llucia Ramis Todo lo que una tarde murió con las bicicletas (el título es un verso de Pere Gimferrer). Aunque lleva en la primera página bien clara la advertencia de que "Esto no es una autobiografía" (o precisamente por eso: el filtro de la ficción es a menudo más efectivo para rescatar la verdad del recuerdo), aunque el relato no habla sólo de los veranos, esta especie de historia familiar ficcionalizada, hecha de retazos, consigue involucrar al lector y recordarle todo aquello que una vez perdió.
Al menos, ése ha sido su efecto en mí como lectora. De paso, me ha hecho evocar -y ahí sin duda la asociación de ideas es del todo personal y no tiene que ver con el relato de Ramis- algunas lecturas de infancia que también "huelen" a verano. Por supuesto, las aventuras de Tom Sawyer, pero sobre todo las de otro niño terrible, Guillermo Brown. La frase que mejor las resume para mí es "Habían comenzado las vacaciones de verano" (muchos de los episodios comienzan más o menos así), preludio siempre de alguna de sus inigualables aventuras. Como debe de ser, los veranos de Guillermo y sus amigos alternan episodios de aburrimiento -un estado muy constructivo, por más que esté desacreditado- con locas ideas que inevitablemente les meten en algún atolladero.
Ya que no es posible recuperar ese feliz estado de indolencia estival, ¿por qué no hacer al menos alguna lectura que nos ayude a recordarla?

VERANOS DE INFANCIA

Las ilustraciones de Thomas Henry,
para mí inseparables de las aventuras
de Guillermo
 

[Lamentablemente, ya no se encuentran en el mercado las ediciones de Guillermo Brown "tradicionales", las de tapa roja ilustradas por Thomas Henry. Sus sucesoras tienen, a mi modo de ver, mucho menos encanto]

 

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