VERDAD Y RELATIVISMO. UNA APROXIMACIÓN EXPISTEMOLÓGICA
12 DE MARZO DE 2011
Sócrates es el primer filósofo, del que se tiene constancia, que lanza el grito de que la verdad y la libertad andan unidas. En testimonio de la verdad, da su vida, pudiendo escapar. Esto da un valor a la verdad nunca antes conocido. La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, que dijo Antonio Machado en Juan de Mairena. Es el gran sabio de la antigüedad: yo sólo sé que no sé nada.
Platón, siguiendo a Sócrates, habla del mundo verdadero, el mundo de las ideas, situado más allá, del que este universo es un pálido reflejo: mito de la caverna. La idea de las ideas es Dios.
Aristóteles, más riguroso, comenta que la verdad es la adecuación del ente –la cosa- con el intelecto. Ad-Ecuatio = hacia la igualdad. Esta definición, siglos más tarde, se la apropiará Santo Tomas.
Por su parte, los sofistas son los primeros relativistas, al afirmar que la pretensión de alcanzar una verdad es, en última instancia, una ilusión.
Los pitagóricos, tan suyos, piensan que la verdad está en los números y las matemáticas.
Las ideas platónicas se irán abriendo paso, hasta el redescubrimiento de Aristóteles en el medioevo, gracias a los árabes (Avicena y Averroes). Averroes, para tratar de salvar el Corán, afirmará la doble verdad: por un lado, la verdad natural; por otro, la sobrenatural. Ambas son verdades, aunque puedan contradecirse mutuamente, con tal que salvemos el ámbito propio.
Este planteamiento será rechazado por el Aquinate: el Dios creador y, al mismo tiempo Redentor, no son dos ámbitos distintos, ni categorías diferentes: lo natural y lo racional van juntos, aunque no revueltos. Partiendo del principio de no contradicción que es la sindéresis epistemológica, comenzará a filosofar: lo que es, es; y lo que no es, no es. Es decir, una cosa no puede ser y no ser bajo el mismo aspecto y al mismo tiempo. De aquí se seguirá el principio de identidad: si A es B; y B es C; A es C.
Es un modo de ver la verdad que lleva a una filosofía “realista” o “sustancialista”. Dará lugar a la incipiente Ciencia experimental: la razón conoce la realidad –no hay magia- de las cosas, porque: a) las cosas son capaces de ser conocidas: hay logos en las cosas, y b) hay logos en el pensamiento, porque el hombre está hecho a imagen de Dios en el Logos: Cristo, alfa y omega, principio y fin; todas las cosas fueron creadas en Él y por Él: la imagen perfecta del Padre.
Para Tomás de Aquino, el conocimiento se basa también en el principio de causalidad: los efectos se siguen de sus causas; y las causas se conocen por sus efectos. Este es el principio experimental por definición.
Por su parte, Guillermo de Ockham da un valor prevalente a la voluntad divina, según la cual, Dios es libre de hacer lo que quiera: que el bien sea mal, por ejemplo. Infravalorando el papel de lo racional. Y separando netamente fe y razón. Comienza la modernidad.
Fue, sin embargo, una ruptura religiosa, en el seno del humanismo renacentista, la que dio al traste con este planteamiento: la sola scriptura, la sola fides, propugnada por Lutero. Reina un primer movimiento de subjetivismo: supone una ruptura con la tradición. Ahora, todo es nuevo, y yo lo tengo que redescubrir. El sujeto soy yo, incomunicable por definición.
Esta ruptura, la entrada del yo abruptamente –el yoismo- supone un giro copernicano en el modo de acercarse a la verdad. Es el descubrimiento de la modernidad. A los filósofos ya no les interesa tanto lo ontológico, “la realidad en sí”. La frase de Lutero es bien explicativa: “Lo que Cristo sea en sí, no me importa. Lo que me importa es el Cristo para mí”. Es el nuevo paradigma.
Ciertamente, el objetivismo había cosificado al hombre –una cosa más entre otras-, objetivándolo como una “sustancia” más. Y se hacía necesario redescubrir el yo, el sujeto pensante. Este es el intento de Descartes. Ya no parte de la cosa, sino del sujeto: parte de la duda metódica, para llegar al “Pienso, luego existo” (Cogito, ergo sum). Se va perdiendo la visión de lo orgánico, lo vital, como un todo, en favor de lo lógico, lo racional, lo analítico: las ideas “claras y distintas”.
Hume, a su vez, tratará de explorar un nuevo camino: lo experimental, lo sensible. La verdad es la verdad empírica, observable. Lo real es lo que se experimenta como tal. Lo que se puede ver y tocar. Las cosas las conocemos como las conocemos porque suelen “aparecer” así: el sol sale porque suele hacerlo así; pero podría no hacerlo. Las leyes no son más que reglas que se suelen cumplir en la cotidianidad y que nos parecen que son tales, pero podría no acontecer así, en algún momento o lugar. Ya no hay principio de causalidad: es mera apariencia. Hume tuvo un gran impacto en su época y afectó mucho a la posteridad (Kant).
Kant llega a reconocer palmariamente que todo lo que trasciende los sentidos no puede ser conocido. Es más, lo conocido no es según el contenido, sino según el continente (los aprioris), es decir, según el sujeto. La máxima de que lo real es lo racional se abre paso, hasta el idealismo alemán (Hegel). Lo demás, es irracional y, por tanto, no susceptible de ser conocido, y, siguiendo este mismo razonamiento, llegará a ser irreal.
Para Hegel, ya no hay más que la idea absoluta. Lo racional lo ocupa todo. La realidad es racional. La dialéctica: gran descubrimiento de las leyes humanas. El desciframiento de esa dialéctica da las claves para el conocimiento humano, que ya es historia: la izquierda hegeliana (Marxismo: el motor de la historia es la economía); y la derecha hegeliana (Nacionalsocialismo: la raza y la lucha neodarwinista del mejor adaptado. Spencer).
La Iglesia reacciona frente al racionalismo, afirmando que la razón puede llegar a conocer realidades no mensurables (a Dios…): cfr. Constitución Dogmática Dei Filius del Vaticano I (1870).
El romanticismo es un esfuerzo supremo, estertóreo, por salir de las redes del racionalismo y del idealismo. Quiere volver a lo vital, pero no puede. Pascal lo definirá así: el corazón tiene razones que la razón no entiende. O el sueño de la razón, engendra monstruos. Se sumerge el mundo en la fantasía de lo sentimental, de lo atávico, de la tradición neopagana, de los nacionalismos.
Kierkegaard se sitúa aisladamente, dentro del movimiento romanticista. Es un pensador luterano y lúcido, pero situado en un cierto pesimismo antropológico. Ante el horror de esta vida, lo único importante es el hombre en su situación actual: el dolor, la muerte. Hay que ahondar en la experiencia del dolor, en lo vital. La vida es una enfermedad mortal. Es el primer filósofo existencialista. Y precursor de Heidegger.
Al derrumbe del racionalismo y del romanticismo contribuye de manera decisiva Nietzsche. Sostiene que el conocimiento y, por tanto la verdad, es cuestión de voluntad: el superhombre que se hace a sí mismo.
La primera gran guerra hará añicos todos estos planteamientos. Surgen nuevas filosofías y nuevos filósofos, con la pretensión de comenzar de nuevo.
Ya en el siglo XX, la ciencia impacta: no podemos conocer la realidad tal cual es: principio de incertidumbre de Heisenberg. La teoría cuántica supone un mazazo para el racionalismo, para el que todo el universo es una gran máquina. Ahora comenzamos a saber que nunca podremos llegar a saber: volvemos al principio socrático.
De toda la “destrucción” de la gran guerra, la filosofía vuelve su mirada al hombre concreto. En primer lugar surge Heidegger y su “Dasein” (el hombre es el ser que está ahí): el ser del hombre se define por su relación con el mundo: el existencialismo. Lo importante es el hombre; pero el hombre ha sido arrojado. Heidegger no sabe partir de cero.
Surge la fenomenología (Husserl). Y la teoría de los valores (Scheler). Fijémonos en los fenómenos –lo que aparece-; y en lo valioso. Y dejemos lo que las cosas sean en sí. Es una vuelta modesta a comenzar de nuevo.
Karl Popper, con su principio de falsabilidad, echa un tremendo jarro de agua fría al mito de la ciencia, como único conocimiento válido. La ciencia ya no puede erigirse en una pseudometafísica, por la sencilla razón de que el conocimiento científico es siempre provisional.
De esta forma, llegamos a la situación actual, de gran confusionismo. Que se puede definir o agrupar en dos grandes movimientos:
a) Los nihilistas. Ya no hay verdad, ni posibilidad de acercarse, de buscar, porque no existe. La verdad soy yo; y yo construyo la verdad.
b) Los fenomenólogos, personalistas y antropólogos. Volvamos a comenzar con más humildad nuestro sistema de ideas, valores y conocimientos.
Los personalistas: es un gran movimiento originado por Mounier y otros (Bergson, Lévinas, K. Wotyla, etc.). Parten del existencialismo, pero con un sentido nuevo y originario: radicado en el inmenso valor del hombre creado a imagen y semejanza de Dios. El rostro, la persona, es el gran misterio que lleva a Dios.
El racionalismo da las últimas bocanadas, con un sistema de pensamiento débil, procedimental. La verdad es consensuada. Kelsen, Habermas.
Los nihilistas: relativismo absoluto. Voluntad absoluta. Deconstruccionismo. No hay que dejar nada válido, con vida. Hay que arrasarlo todo. Derrida.
Surgen movimientos: necesidad de una nueva o nuevas metafísicas. El hombre trasciende (antropología trascendental: Zubiri, Polo, etc.), no es una cosa. La realidad no es estática, sino dinámica (Filosofía de la Ciencia).
¿En qué momento estamos? Eso, nunca se sabe. Pero hay un principio fundamental que sostiene la Iglesia. “La verdad os hará libres” (San Juan). El hombre no está perdido a su suerte como un náufrago. Es falso el principio de que la libertad os hará verdaderos (ideología de género).
Vemos como el hombre corriente, y no sólo los profesionales de la filosofía o de la cultura o la ciencia, ha de ser también para él filósofo. Ha de decidir. Ha de tomar partido. Ha de rechazar la supuesta ignorancia de que nada es verdad o mentira: sobre esa base, es imposible construir la propia vida que no sería más que pura apariencia y engaño.
El interrogante del hombre, del sentido de su vida, después de 2.500 años de pensamiento, sigue abierto; y lo seguirá siendo. Cada uno en su propia vida ha de dar cumplida obligación de la respuesta que opte. Ya decía Pascal que la vida es una opción y la eternidad la apuesta. La razón principal es que o se vive como se piensa, o se termina pensando como se vive.
Sabemos ya mucho.
- El h. es un animal inespecífico y curioso (Arnold Gehlen);
- El h. es el único animal que proyecta, que se conoce a sí mismo como distinto de lo demás y que sabe que va a morir (Jacob von Uexküll y Helmuth Plessner);
- El h. es el único animal con lenguaje cultural ( Adolf Portmann);
- El h. es un ser dependiente, no autónomo ni independiente, libre, pero dependiente (A. Mcyntire).
- El h. busca a Dios, anhela a Dios (San Agustín): Homo capax Dei.
Por tanto, si Dios existe, es necesario que no andemos tan perdidos, como nos lo han pintado algunos filósofos de la sospecha. Se hace necesario que tengamos una seguridad, una verdad definitiva, un sentido que unifique nuestra existencia. Pero esto sólo puede ser en el orden religioso, de forma concluyente. Sólo Dios puede tener la iniciativa de revelarnos la verdad definitiva: Yo soy el camino, la Verdad y la Vida (San Juan).
Definitivamente, no sólo Dios no ha muerto (la muerte de Dios es la muerte del hombre), sino que el tema de la verdad está íntimamente conectado con Dios. Dios está de moda.