Es probablemente una fase natural en la vida de todos. Después de la fuga de la casa paterna para construir una vida propia, hay, en la madurez, una tendencia al regreso, al redescubrimiento de los orígenes. También yo "deserté de aquel seno", me fui lejos, descuidé quizá un poco a mis padres. Y ahora que ya no están y que la casa de la calle Piccardi es como una concha vacía habitada solo por recuerdos que la abuela Anka guarda fielmente, reencuentro vivas mis raíces en mis pensamientos y en mis actos. Nada muere nunca del todo. Pág. 76.
En 1945, cuando solo tenía siete años, Marisa Madieri (Fiume, 1938 - Trieste, 1996) se vio obligada a marcharse de su ciudad natal junto a su familia, como consecuencia de la adhesión de Fiume -la actual Rijeka, en Croacia- a la Yugoslavia de Tito. Su destino fue Trieste, donde se quedó para siempre, a pesar de que los primeros años los pasó en el campo del Silos, un antiguo almacén que sirvió de hábitat para los refugiados. En 1964, se casó con el también escritor Claudio Magris, y dedicó su vida a la enseñanza, la creación literaria y las actividades sociales. Verde agua (1987), un diario íntimo escrito entre 1981 y 1984, es su libro más importante y está considerado un clásico de la literatura italiana del siglo XX. En él, realiza un viaje interior por las experiencias que la han marcado, y en particular por sus orígenes, ya que toma como hilo conductor el abandono de su tierra y las dificultades posteriores en el refugio, de modo que se sitúa entre las obras sobre el llamado Éxodo istriano-dálmata, aunque su valor va más allá que el de un relato testimonial.
tiene, en efecto, varios niveles de lectura. Está estructurado en forma de diario íntimo, con entradas breves que alternan la narración de algunos episodios de su infancia -comenzando por el recuerdo de la casa de su abuela en Fiume- con algunas dedicadas al presente, en las que, más que detallar sus acciones, enlaza esas memorias con su mirada de mujer adulta, de tal manera que entreteje unas profundas reflexiones sobre el paso del tiempo y el devenir de la vida (precisamente "vida" y "tiempo" son dos palabras que se repiten mucho: "Hay días en que miro de buena gana hacia atrás, otros en que el pasado se hace opaco y elusivo. [...] el hilo secreto del tiempo que teje nuestra vida revela su tenaz continuidad. Un desgarro, un vuelco del corazón. Todo está aún presente", pág. 51 ). Esta puede ser una primera lectura: una gran introspección sobre la existencia a partir de las vivencias personales, que pone énfasis en cómo estas percepciones cambian en función de la edad y las experiencias, del hecho de vivirlas en el momento o de redescubrirlas más tarde, tal como hace ella ("Hay algo bueno en envejecer. Se gana serenidad, conciencia y, al mismo tiempo, humildad", pág. 36-37) .
La segunda interpretación es el relato histórico y familiar propiamente dicho de los años posteriores al éxodo, que destaca por su estancia en "La vida, pues, afuera, era grande, bella, dolorosa y sagrada, y yo un día la alcanzaría", pág. 93). A la hora de hablar de los seres queridos que la acompañaban, no omite las facetas más atroces de algunos familiares -el carácter dominante de su abuela, la estafa en la que cayó su padre, el tío que violaba a su esposa y a sus hijas-, ni las muestras de la escasez de recursos que padecían, aunque no se recrea en ello, sino que lo narra con la naturalidad de quien lo ha digerido e incorporado a su equipaje. Gracias a esta transparencia, a esta precisión de su escritura, consigue dotar sus recuerdos de una intensidad singular que hace que aparezcan como el Silos de Trieste, ese lugar amargo en el que convivía con otras familias tan empobrecidas como la suya ("Entrar en el Silos era como entrar en un paisaje vagamente dantesco, en un nocturno y humeante purgatorio", pág. 79). En aquella época, Madieri pensaba en la vida que merecía la pena como algo externo a la miseria que conocía a diario, una imaginación que necesitaba alimentar para evadirse ( imágenes vivas y poderosas, por lo que Verde agua rebosa autenticidad.
En la adolescencia, Madieri continuó sus estudios a pesar de las circunstancias, gracias en parte a su madre, que trabajó duro para que sus hijas pudieran formarse y aspirar a un futuro mejor. En este sentido, una de las sensaciones más terribles que se recogen en el diario es el hecho de ocultar su procedencia, el Silos, en el colegio, lo que conllevaba que no podía invitar a sus amigas a casa ni llevar la vida de cualquier muchacha de su edad. "Sentía vergüenza de mi condición" (pág. 128), reconoce en una afirmación de una sinceridad feroz, como todo el libro. Este periodo, no obstante, también le trajo satisfacciones, como el descubrimiento de la literatura gracias a los libros que le prestaba otra chica (" Guerra y paz [...] fue para mi adolescencia desangelada un rayo de luz y se transformó en el punto de referencia secreto de todas mis aspiraciones e ideales de vida", pág. 92).
La narración de su presente, de los años en los que redactó el diario, es aún más sutil y breve, casi una insinuación, tal vez porque esas vivencias todavía no habían pasado por el filtro del tiempo y no sintió la necesidad de redescubrirlas porque, en fin, eran su día a día. Como señala Magris en el postfacio, Madieri apenas se refiere a sus mayores preocupaciones, pero deja caer las pinceladas suficientes para saber que existen, que están ahí. De esta etapa forman parte experiencias tan importantes como su matrimonio, sus hijos, que le motivan alguna reflexión sobre las dificultades de la maternidad ("Los hijos, con frecuencia, saben ser más comprensivos y maduros que sus padres", pág. 53), o su enfermedad, muy ligada a su percepción de la finitud de la vida aunque no se prodigue en el asunto ("Quizá un bultito que me he descubierto otra vez en el pecho me recuerda la sombra con la que debemos convivir. Toda vida contiene la semilla de su destrucción.", pág. 102).
Otro rasgo significativo de su personalidad, que ya se adivinaba en su infancia, es su - con la escritura de Madieri. Se ha insistido tanto en esta idea, la de compromiso con los más desfavorecidos. En un episodio especialmente entrañable de su niñez, decidió dejar de alimentarse a base de carne tras conocer el sufrimiento de los animales. Luego volvió a comerla, pero eso le dejó un aprendizaje más sobre la vida ("Para hacernos vivir, pues, alguien debía morir. Era la culpa originaria", pág. 98). Ya de adulta, colaboraba con actividades de ayuda a los niños y a la emancipación de la mujer. Las referencias a estas tareas van en consonancia con el tono del resto del libro, es decir, sin ningún afán moralizador. La crítica a menudo ha relacionado el agua -de los paisajes de Trieste, de la frontera, del color que marcó algunas experiencias ("También verde agua se llamaba aquel color, que para mí es aún hoy el color del amor", pág. 138) la pureza cristalina de su prosa, que retomarla por enésima vez cae en el tópico, pero lo cierto es que sí, que la transparencia de sus palabras se asemeja a la de una corriente que fluye tranquila sin pretender ser más de lo que es, y por eso mismo, por esa naturalidad, esa templanza, su obra deslumbra.
En suma, redescubre su pasado y, en concreto, los primeros años de la adolescencia, esa edad entre dos mundos que siempre deja huella y determina buena parte de la personalidad de la persona. En segundo lugar, . A partir de su historia individual, de sus recuerdos oscuros y luminosos, emergen unas ideas universales en las que el lector se reconoce, porque, al fin y al cabo, Verde agua es el retrato introspectivo de una mujer adulta que ha aprendido a disfrutar de los pequeños regalos del presente ( "Quisiera un tiempo que no pasa, la hora de la "persuasión", porque sé que no me espera nada más hermoso que el presente que vivo", pág. 56) y Verde agua es también un retrato familiar, porque para entenderse a uno mismo hay que mirar hacia atrás, y por eso Madieri regresa a sus orígenes, a la ciudad que abandonó y a los seres queridos que se quedaron en ella ("En cada palabra dada y recibida, en cada gesto y pensamiento, en cada fragmento incluso breve y casual de nuestra existencia y de la de los otros, hay algo de precario y algo de ineluctable, de caduco y de indestructible", pág. 41) la memoria y el paso del tiempo nos atañen a todos.