Revista Cultura y Ocio

Verdi banalizado

Por Calvodemora

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Quizá la palabra más hermosa que hayamos perdido sea confianza. No lo hay o la hay de un modo protocolario, de escaso afecto por la veracidad, vendida como un objeto. No es solo el desencanto en lo político sino también una pereza por lo social. No cabe paradoja mayor: en el reino de lo viral, en la trama infinita de las redes sociales, cuando todo está a mano y la realidad es un código en una línea de texto, el hombre se banaliza, se expande como nunca, pero vaciado de contenido, huérfano de la emoción y del asombro con la que se forjaron otras revoluciones culturales. No es que la oferta supere a la demanda, en términos estrictamente comerciales, sino que no hay demanda. Todo es oferta, pero una oferta hueca, majestuosa y hueca. Lo que estamos perdiendo y lo que probablemente no recuperemos es la construcción artesanal de la realidad, ese grado de confianza en lo que nos rodea.
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Asombra el hecho de que en la época en la que hemos alcanzado una mayor cota de bienestar tecnológico, cuando el ocio se restituye en alta definición y llevamos en el bolsillo teléfonos inteligentes y cientos de libros caben en  increíbles pantallas digitales de cómodo transporte, hemos inventado formatos que reducen la calidad del sonido, rebajando la excelencia con que se registró la música, llevando  la experiencia audiófila al lugar en donde quizá jamás estuvo. Seguro que los contemporáneos de Verdi escucharon La Traviata mejor que los que la reproducen hoy en día en mediocres aparatos o la descargan (mal ripeada, la mayoría de las veces) de una de las miles de páginas habilitadas a ese efecto. Consta en quienes aman el mundo de la alta fidelidad que el mercado de ese vicio (lo es de un modo absoluto) no ofrece la variedad de antaño. Ah el antaño, el antañazo (que diría Umbral): uno se contenta viendo las maravillas de las grandes marcas en la Red o en revistas del ramo (What hifi, Alta Fidelidad, On/off) pero cuánto cuesta verlas en una tienda, comprobar cómo suenan, alimentar (en fin) el amor a las etapas de potencia, a los amplificadores integrados, a los altavoces de alta gama. Y en ningún caso estoy hablando del desembolso que estas piezas exigen para hacernos con ellas. Lo que el buen aficionado echa en falta en estos tiempos es cierta normalidad en el mercado. Un profesional de una cadena bien conocida me confesó hace muy poco su temor a que el cliente futuro se atrofie del todo y se conforme con coloraciones opacas y timbres oscuros. Clientes que se gastan lo que haga falta en una pantalla de última generación (3D, wifi, dlna) pero que no concibe aflojar el bolsillo en un equipo de hifi decente y se conforma con alguna cadena sencilla, de marca industrial, que incluya un pequeño puerto usb que la alimente con lo que buenamente ha pillado con el rapidshare. Ya digo: una oferta majestuosa, pero hueca. Hemos banalizado a Verdi. La Traviata es un anuncio de Coca-Cola.


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