Con lo que yo he sido. Con lo que yo aplaudí aquel post de pablobarber. Con las venas que he marcado en el cuello gritando que no, que no hay paraíso en Canarias, que no hay privilegio, que nadie tiene nada que envidiar al archipiélago afortunado. Y resulta que me equivocaba.
Y todo por una interpretación demasiado infantil del mito de la Biblia. Un apego más propio de la generación millenial que de la mía (que, por cierto, ¿cuál es?) a la literalidad y materialidad de las cosas que a su trascendencia. Todo este tiempo pensando que el paraíso lo constituían el jardín, los árboles con frutos deliciosos, las ninfas correteando desnudas (esto salía también, ¿no?). Y no era así. El paraíso era la inaccesibilidad, la prohibición. Adán y Eva anhelando lo que no pueden conseguir. Cuanto más complicado, más fuertes las ganas, más exuberante el vergel.
Ahora lo veo. Canarias es un paraíso. Más concretamente La Orotava es EL paraíso. La Muy Noble, Leal y Estupendísima Villa de La Orotava. El municipio que llega desde el nivel del mar hasta el punto más alto del país. El de las papas bonitas. El del mar de nubes, las vistas que impactan y las alfombras de flores. El del blanco de la nieve, el verde de los árboles, el azul del mar y su poquito de negro piche. Ese que esconde a la mayor de sus tres playas detrás de un precipicio. El que oculta a puerta cerrada el punto donde, cuenta la leyenda, el naturalista Alexander von Humboldt sufrió de síndrome de Stendhal antes que el propio Stendhal.
Sí, señores, en mi pueblo, en Tenerife, te puedes matar bajando a la playa y el mejor mirador está tapiado.
Si eso no es trascendencia, si eso no es generar anhelo, no sé qué más puede ser. Un mismo partido que en treinta y ocho años de gobierno (treinta de ellos con mayoría absoluta) no ha construido un mísero acceso a la costa en condiciones ni evitado que una obra y una posterior contrata fallida le pongan puertas al cielo debe tener un plan oculto. Un plan para lograr la excelencia: el paraíso en la tierra.
Dejen a las agencias de viaje vender lo mismo de siempre, sol y playa, Teide y papas arrugadas, olor a brezo en junio y todos los magos bailando. Aquí, en la Villa, somos más listos que todo eso. Sabemos lo que es bueno, el secreto, la manzana prohibida: los veranos con panza de burro, la rebequita para por las noches, bajar a Los Patos en plan turismo aventura y señalar a un muro y exclamar “La vista ahí detrás es cojonuda”.
Entre el cielo y el suelo hay algo con tendencia a no hacérselo mirar.
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