Hoy, muy de mañana, llamo de nuevo al padre de mi alumno. Con suerte cogerá el teléfono. Si está de buen humor me explicará que los médicos aún no ven bien que reciba clases en su casa. Si me da la oportunidad de insistir en la conveniencia de que empiece ya con ellas me explicará con prisas, como siempre, en un habla nerviosa y rápida que está mal física y psicológicamente y que cuando pueda ya me avisará. Si mis razones le llegan a incomodar , o le pido algunas explicaciones, me cortará la llamada como tiene costumbre. Mentirá una vez más. Me contará que su hijo necesita reposo absoluto y no se puede mover; pero yo veo que sale a la calle a hacer recados con su madre; me dirá que debe estar recostado, pero acude a consulta en el autobús o en metro; no puede tocar un libro ni esforzarse pero le compraron una tablet, su compañía la mayor parte del tiempo...
De nuevo, salta el buzón de voz. Yo dejo un mensaje con la convicción de que será inútil. Van ya para tres meses que estoy a su disposición y desprecian mi ayuda. Un tercio de mi sueldo se escurre por las alcantarillas de su dejadez.
Pronto se cumplirá un mes desde aquel día que me dejaron plantado a la puerta de su lejano domicilio en la cita matinal sin darme ninguna explicación. El sueño de la madrugada, el largo viaje, la gasolina... para encontrarme al llegar con la puerta cerrada. Y, pensando en vosotros, me mantienen a la espera de vuestra decisión o vuestra mejora, sin comprometerme con nadie más. Llevo un mes vagando como alma en pena por un colegio alquilado. Martes y jueves deambulo por los pasillos a la búsqueda de alguna clase libre, de alguna tutoría compartida donde resolver algún papeleo o enchufar el portatil y programar un aula virtual que permanece vacía a la espera de que quieras entrar. A veces me encargan algún apoyo a pequeños grupos, pero es algo esporádico y sin programar. Mi tiempo se pierde menospreciado por su indiferencia. Apenas puedo contactar con ellos. Bolquean mi número de móvil y solo hablo con buzones de voz. Mi alumno, no contesta al whassapp. No acusa recibo de ninguno de mis correos electrónicos. No se digna hacer ni una llamada. No responde a mis sms... Alguna vez, llamando desde un número desconocido, he hablado con él; desconcertado no ha tenido valor para colgarme y charlamos un buen rato, después la conversación se corta misteriosamente.
Evidentemente queréis que os dejen en paz. Y yo estoy de acuerdo, si realmente es en paz donde se encuentra vuestro hijo, solo y desesperado en la soledad de los días, enfermo y entre las cuatro paredes de vuestro pequeño hogar. Adolescencia y vergüenza es binomio del aislamiento. Sólo en su lucha con un estigma vergonzoso que le hace aislarse del mundo, recorrerlo con su tablet en una interacción unidireccional.
En el tiempo que trabajamos cara a cara exigía sin dar, juzgabas sin pruebas, malinterpretaba sin escuchar... A su alrededor se andaba con pies de plomo para no despertar al monstruo que te poseía. Pero por lo menos alguien le visitaba. Una visión diferente, un nuevo color, poblaba su mundo gris. Ahora esta solo. Levanta barreras ante sí y hundes los puentes. Apura las pinceladas de ese retrato de Dorian Gray que es su vida en soledad.
Y yo siento pena. Indignación y pena. Los médicos le tratan esa úlcera sangrante de su cuerpo pero ...¿Quién le curará las enfermedades del alma?
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