Quiero hablarte un poco de quien es Verónica.
Cuando era muy pequeña vivía en un pequeño pueblo de Cáceres. No había guarderías así que me escapaba de casa a menudo para ir al colegio. En la misma clase había niños desde los cuatro a los seis años.
Aprendí a leer muy pronto. Cuando las clases comenzaban me gustaba acercarme a la maestra y que me cogiera en brazos mientras explicaba. Era pequeña para estar allí, así que me lo permitía.
Un día estaba en clase, sentada en la mesa. No era lo habitual, pero estaba allí con mis fichas. Verónica estaba a mi lado. Era una niña dos años mayor que yo.
Estaba absorta en la pizarra cuando Verónica preguntó en voz alta:
- ¿eso es una “a”?
A lo que contesté:
- No, eso es una “o”, ¿no ves que la “a” tiene un rabito?
Me dio tal bofetada en la cara que me caí de la silla.
Eso me ha pasado a menudo en la vida. Cuando he intentado corregir a alguien, sacarlo de su error, me he llevado alguna bofetada. En cierta manera muchas Verónicas en el mundo no quieren que las corrijan. Quieren experimentar ellas mismas.
Los demás queremos que Verónica entienda las cosas más simples. Cosas que no ven. Y no es nada fácil.
La “a” y la “o” es cuestión de género. Muchos ahora terminan palabras en “x” o en “@”.
No quiero volver a recibir una bofetada de Verónica.
La “a” ya no tiene rabito como en la caligrafía de preescolar. Ahora lo sé. O creo saberlo.
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