En torno a marzo del año 1574 sitúan algunos estudiosos una carta que la Madre Teresa de Jesús remite a dos jóvenes que aspiran a ingresar en el monasterio de San José de Ávila. La misiva nos ha llegado sin fecha cierta, aunque sí tenemos el autógrafo de la misma, restaurado hace unos años, y conservado en el monasterio de las carmelitas descalzas de Talavera de la Reina (Toledo). En marzo de 1574, Teresa se encontraba en Segovia, donde abriría el Carmelo que acogió a las monjas huidas de Pastrana, donde la Princesa de Eboli había terminado por hacer inviable la vida de las descalzas.
La carta que nos ocupa es una muestra de cómo Teresa de Jesús intercambia correspondencia con todo tipo de destinatarios. No deja de asombrarnos su enorme capacidad para llegar a todo y a todos: desde los miembros de la nobleza y el clero a sus propios familiares, desde las religiosas de sus conventos hasta laicos allegados a su obra, amigos y benefactores, superiores y súbditos. Toda la sociedad de su tiempo parece cruzarse en su camino, y asomarse en sus cartas.
El tema vocacional es también frecuente en el epistolario teresiano, donde vemos cómo Teresa interviene directamente en la elección de las candidatas al Carmelo.
Tras el saludo inicial, lo primero que pide para ellas es “que les duren tan buenos deseos”. Tenemos, de entrada, los dos elementos que van a estructurar la carta: la certeza de que el deseo de ingresar es en sí algo bueno, y la llamada a no precipitarse, a mantenerse fieles a ella y a esperar a que sus familiares lo acepten.
Teresa se permite incluso la ironía. Quizá por el tono impaciente con que las aspirantes escriben a la Madre, ella les pone como modelo el caso de otra joven que también espera ingresar en San José de Ávila:
«Paréceme, mis señoras, que más ánimo ha tenido doña Mariana, su hija de Francisco Juárez, pues ha casi seis años que padece disgustos de padre y madre, y metida lo más de ellos en una aldea, que diera mucho por la libertad que vuestras mercedes tienen de confesarse en San Gil».
La joven Mariana persevera ya “casi seis años” en su empeño por vencer la oposición familiar. Y lo hace sola, desde la aldea en la que reside la mayor parte del tiempo. No tiene la ventaja de estas otras chicas, que cuentan con la asistencia espiritual de los jesuitas que, desde el prestigioso Colegio de San Gil, fundado veinte años atrás, dirigían a lo más granado de la sociedad abulense. La propia Teresa pudo, en su día, beneficiarse de la labor desplegada por los hijos de San Ignacio, cuando, recién abierto el Colegio, solicitara al P. Cetina que se hiciera cargo de su alma, y además, requiriera el asesoramiento del mismísimo Francisco de Borja, duque de Gandía, de paso por la ciudad.
Quizá sorprenda que la Madre no anime a estas jóvenes a ingresar, con independencia de la oposición familiar. ¿No se escapó de casa ella misma, con veinte años y pidió admisión en la Encarnación de Ávila, sabiendo que su padre se oponía firmemente? Además, en el libro de las Fundaciones, la propia Teresa relata con tintes de epopeya el episodio de la jovencísima Casilda de Padilla, admitida con doce años en el convento de Valladolid, pese a la oposición de su poderosa familia.
Aquí, la falta de respaldo familiar, Teresa la presenta como un serio inconveniente que no hay que menospreciar: «No es cosa tan fácil como les parece tomar el hábito de esa suerte». Frente al entusiasmo vocacional que ellas parecen mostrar, las interpela con toda crudeza y realismo, haciéndoles ver lo que, en el día a día, supone ese hecho: «aunque ahora con ese deseo se determinen, no las tengo por tan santas que no se fatigaran después de verse en desgracia de su padre».
Les hace una llamada a la prudencia, a la oración y a tratar de vencer esa oposición antes de dar cualquier paso: «vale más encomendarlo a nuestro Señor y acabarlo con Su Majestad, que puede mudar los corazones y dar otros medios».
Las anima a conformarse con los planes que el Señor haya trazado sobre ellas: «Conténtense vuestras mercedes con que les tendrá guardado lugar, y déjense en las manos de Dios para que cumpla su voluntad en ellas, que esta es la perfección, y lo demás podría ser tentación».
Quizá no le parecen candidatas especialmente idóneas («no las tengo por tan santas»), pero tampoco quiere que, ante esta negativa, se desalienten. Las invita a mirar por encima de su deseo inmediato, abriéndose confiadas a la providencia: «debe convenir la espera. Sus juicios son diferentes de los nuestros».
Experta estratega, sabe dar una de cal y otra de arena, y por eso les asegura que –si solo dependiera de ella– tendrían ya la puerta abierta: «cierto, que si a sola mi voluntad estuviera, yo cumpliera luego la de vuestras mercedes; mas hanse de mirar muchas cosas, como he dicho».
¿A qué se refiere Teresa con ese «hanse de mirar muchas cosas»? En el elenco de cartas teresianas que se conservan, vemos que la Madre interviene constantemente en el tema de la admisión de candidatas a los distintos monasterios fundados por ella. Aconseja a las prioras sobre este particular, valorando las condiciones familiares de las jóvenes, las posibilidades de que estas aporten una dote –que muchas veces el monasterio necesitaba para subsistir– o incluso, aconseja rechazar a alguna aspirante por falta de salud o de talento.
No tenemos más datos sobre la suerte que corrieron estas chicas. Sí sabemos que la otra joven que Teresa les pone como ejemplo de perseverancia, Mariana Juárez de Lara, ingresaría por fin en Ávila con el nombre de Mariana de Jesús, y allí profesaría el 9 de enero de 1576.
Lee la carta en este enlace:
Anuncios &b; &b;