Desde muy joven, el mayor anhelo de Anna Andreievna Gorenko era convertirse en poeta. Todo en ella tuvo un halo de misterio, empezando por su nacimiento , la noche mágica de San Juan, 24 de junio de 1889, cuando la tierra se siembra de hogueras. "Nací el mismo año que Charlie Chaplin, La sonata de Kreuzer de Tólstoi, La Torre Eiffel y, o eso parece, Eliot." A lo largo de su vida, ella forjaría esa imagen de mujer especial. Su apellido artístico, Ajmátova, lo tomó de una bisabuela, una princesa tártara de la estirpe de Genghis Khan. Fue su padre, quien al leer sus poemas la llamó "poeta decadente" y se opuso a que utilizara su apellido. Su metro ochenta de estatura, su extremada delgadez, su porte altivo, su melena larga y lisa recogida en la nuca, su flequillo en la frente; su rostro de pómulos marcados, inmensos ojos grises, labios finos y nariz aquilina; su característica manera de vestir, con su chal sobre los hombros, su anillo, su collar de perlas de ágata negras y sobre todo, el ritmo hechizante de su voz cuando recitaba sus versos, hicieron de Anna Ajmátova una mujer deseada, icono de belleza que muchos pintores, como Modigliani, quisieron retratar.
A los siete años aprendió a leer con el alfabeto de Lev Tólstoi, y a las once años escribió su primer poema. Fue una adolescente introvertida y solitaria que leía a Blok, y a los poetas franceses malditos, Verlaine y Baudelaire. Tsárkoie Seló, fue el paisaje de su infancia, al que siempre regresó en sus poemas, y que ella identificaba con su admirado Pushkin. A pocas millas de distancia, otro lugar clave: San Petersburgo, su ciudad amada y llorada. Allí vivió con intensidad la vanguardia, y la fiesta, disfrutó del amor y de la libertad sexual, pero también allí vivió el dolor, la pobreza y la enfermedad. Su deriva personal la despojó muy pronto de un hogar: "Pero, dónde están mi casa y mi razón", aunque de manera intermitente se alojara durante muchos años en la Casa del Fontanka, ―hoy museo dedicado a la escritora― propiedad de su tercer "marido", Nikolái Punin, un crítico de arte con quien convivió en una insana intimidad que incluía a la mujer de éste y a la hija del matrimonio. La inestabilidad afectiva sería la tónica en la vida de Ajmátova. Enamoradiza por naturaleza, el amor no lo halló en sus numerosos amantes, lo encontró en la poesía tal y como ella explica en una especie de autobiografía titulada Mi medio siglo (en España: Anna Ajmátova Prosa). En 1910 contrajo por primera vez matrimonio con Nikolái Gumiliov, poeta reconocido en el ambiente cultural de San Petersburgo. Por entonces, Ajmátova ya escribía versos pero estos carecían de calidad. Aprovechando que Gumiliov, muy aficionado a las expediciones, se encontraba en Abisinia, Anna se inscribe en un curso de literatura en Kiev, y lee El cofre del ciprés de Innokenti Ánnenski, una obra decisiva en su vocación. "Los versos surgían como una uniforme, hasta ese momento no había experimentado nada parecido. Buscaba, encontraba, perdía. Sentía (de una forma bastante confusa) que empezaba a conseguirlo."
El 14 de marzo de 1911, Anna leyó sus nuevos poemas en La Torre, y ese día, la intelectualidad de San Petersburgo celebró el nacimiento de una de las poetas más importantes de la literatura rusa del s. XX, de la talla de George Eliot en Inglaterra, o de George Sand en Francia. San Petersburgo era por entonces el epicentro cultural de Rusia, caldo de cultivo de las vanguardias. Simbolistas, representados por Blok, futuristas liderados por Maiakovski, acmeístas, y artistas de todas las disciplinas, se congregaban en un pequeño sótano multidisciplinar, El Perro Errante, donde ya en 1913, Ajmátova era la reina indiscutible. Un año antes, la poeta publicó su primer libro, La tarde, con el apoyo de El Taller de los Poetas, agrupación que daba nombre al nuevo movimiento acmeísta, en el que N. Gumiliov, Ósip Mandelstam, Sergéi Godoretski y por supuesto Ajmátova fueron figuras claves. Los acmeístas, al contrario que los simbolistas, reivindicaban la claridad del verso, valoraban la experiencia individual y defendían la relación de la poesía con la realidad más inmediata. 1912 también significó el nacimiento de Lev Gumiliov, el único hijo de Anna Ajmátova. Al año siguiente, después de una serie de desencuentros de egos e infidelidades, el matrimonio decidió separarse aunque conservaron una relación de amistad. "Le gustaban tres cosas en la vida: / pavos reales blancos, canciones al atardecer, / y desgastados mapas de América. / Detestaba el lloriqueo de los niños, / confitura de frambuesa para el té / y la histeria femenina… / Y yo era su mujer…" La tarde obtuvo un éxito inesperado. Los poemas hablaban de la infelicidad del amor, y se hicieron muy populares. Por primera vez, una mujer protagonista, la misma Ajmátova, abría de par en par la puerta de su intimidad al lector. En 1914 salió a la luz su segundo libro, Rosario, al que le sucedieron otros: El rebaño blanco (1917); Llantén (1921); Anno Domini MCMXXI (1921)...
A partir del 1 de agosto de 1914, cuando Alemania declara la guerra a Rusia, la poética de Anna Ajmátova tomará un rumbo diferente. "Por la mañana, todavía algunos poemas sosegados sobre otras cosas. Pero, por la tarde, el mundo entero se ha hecho añicos." A partir de entonces, la poetisa dirigirá su mirada hacia Rusia, una tierra que ama y que no abandonará jamás, pues al igual que Gumiliov, pensaban que emigrar al extranjero era una acto de traición imperdonable. "Yacemos en ella y en ella nos convertimos/ y por eso, con toda libertad, la llamamos nuestra." Mientras en Rusia van sucediéndose sin tregua terribles acontecimientos históricos, a medida que crece el sufrimiento de los rusos, la voz de Ajmátova se hace cada vez más potente y comprometida con los débiles. La poeta toma consciencia de su responsabilidad. Ajmátova vive la caída del imperio de los zares, la Revolución de octubre, y dos guerras mundiales. Ajmátova vive el terror de Stalin y la persecución de sus amigos escritores que pertenecieron a la Edad de plata: Esenin, Blok, Ivánov, Gumiliov, Maiakovski, Bulgákov, Mandelstam, Pasternak, Tsvetáieva… "Toda una generación ha pasado a través de mí como a través de una sombra". Y a pesar de la pobreza y su debilitada salud, la generosidad y la solidaridad de Ajmátova con su familia y sus amigos fue siempre una cualidad de su carácter. Tal y como le ocurriera a muchos compañeros, también su poesía fue oficialmente silenciada en 1924 por el Partido Comunista. Sin embargo, ella nunca renunció a su escritura. Entre 1922 y 1940 compuso Requiem: un vía crucis personal donde llora el fusilamiento de su primer esposo, la detención de N. Punin y el encarcelamiento de su hijo Lev. Pero Requiem también significó un canto de resistencia de un pueblo ante el poder de Stalin. "(…) Diecisiete meses pasé haciendo cola a las puertas de la cárcel, en Leningrado, (…) Un día alguien me reconoció. Detrás de mí, una mujer (…) y me preguntó al oído(allí se hablaba solo en susurros) :
―¿Y usted puede dar cuenta de esto?
―Puedo. (…)"La madurez poética de Ajmátova llega a su máxima expresión con Poema sin héroe, una de las mayores aportaciones a la literatura universal en la que ocupó 22 años de su vida. Escrito entre Leningrado, Tashkent y Moscú, Poema sin héroe (1940-1962) se trata de un poemario épico, desfragmentado, donde se dan cita múltiples voces, y géneros distintos, que van componiendo la crónica lírica en la que se funden la Historia de un pueblo, la cultura y las experiencias de todo lo vivido. "Dedico este poema a la memoria de sus primeros oyentes -a los amigos y compatriotas que murieron durante el sitio de Leningrado."
Cuando detuvieron por primera vez a su hijo Lev, Ajmátova quemó todos sus cuadernos de poemas. A partir de ese momento, memorizaba cuanto escribía, para después recitárselo a sus amigos de confianza. Este salto a la oralidad supuso también un cambio en su estilo: más fragmentario, visual y sobre todo, más sonoro. Esa fue su estrategia para sobrevivir y salvaguardar la memoria colectiva de su pueblo. Ella como poeta no podía salvar a las víctimas, pero su verso transparente pudo preservar la memoria; salvarla de una segunda muerte: el olvido. Rehabilitada políticamente en 1956, Anna Ajmátova recibió todos los honores en su país. Su obra fue traducida a varias lenguas y le concedieron varias distinciones en el extranjero como el Premio Internacional de Poesía Etna-Taormina, y el Honoris Causa por la Universidad de Oxford en 1965. Murió en Moscú el 5 de marzo de 1966. Sus restos yacen en el cementerio de Komarovo, en San Petersburgo.
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA (en español): Anna Ajmátova. Elaine Feinstein. Circe, 2005. Anna Ajmátova. Marina Tsvietáieva. El canto y la ceniza. Galaxia Guttenberg, 2005. Anna Ajmátova. Prosa. Nevsky Prospects, 2012.
LINKS Ve y escucha recitar a la poeta en:http://www.youtube.com/watch?v=ZNonUUEdWyE
Ajmátova explica su tiempo en este documento excepcional https://www.youtube.com/watch?v=n_OlWRwpBFo
EL SÓTANO DE LA MEMORIA Es absurdo que viva angustiada y que los recuerdos me acosen. No visito a menudo la memoria, pero ella siempre viene a asombrarme. Si con una linterna bajo al sótano me parece oír cómo retumba un terremoto en la estrecha escalera. La linterna se apaga, no puedo volver, y sé que voy directa al enemigo, Pido clemencia… pero allí es todo oscuro y quieto. Ya se acabó mi fiesta. Hace treinta años que las damas se despidieron a aquel pillo que se murió de viejo… Lástima, he llegado tarde. Se me ha prohibido aparecer en parte alguna. Pero toco las capas de pintura de la pared y junto a la chimenea me caliento. Qué maravilla. A través del moho, el aire enrarecido y el hedor brillan dos verdes esmeraldas. Maúlla el gato. Vamos a casa. Pero, dónde están mi casa y mi razón. 18 de enero de 1940.