Y como todo al cabo
tarde o temprano en este mundo pasa,
lo que al principio eterno parecía,
dio término a la larga.
Rosalía de Castro
El hombre esperaba sentado el autobús, con un libro en la mano. Diría que rondaba los sesenta años, si no fuera porque tengo sobradas pruebas de que mi ojo de buen cubero tiene cataratas. Llevaba un traje gris anónimo, camisa blanca eterna y corbata negra tan gris como el traje. Sólo el libro hizo que me fijara en él. Sólo el libro ponía una nota de interés en su figura. Ni aun eso. Creo que fui el único que le prestó atención. Un loco mirando a otro loco. Hice por ver de que libro se trataba. Locura sobre locura. Se trataba de un libro de poesía. Leí por encima de su hombro:
Castellanos de Castilla,
tratade ben ós gallegos;
cando van, van como rosas;
cando vén, vén como negros.
Se trataba de Rosalía de Castro; Cantares Gallegos. Recordé que de niño aprendí unos versos suyos en gallego:
Unha vez tiven un cravo
cravado no corazón…
No es tan raro ver a alguien leyendo en la guagua o en la parada. Normalmente, algunos de los mil best seller que pueblan los escaparates de las librería. Ver a alguien leyendo poesía es más complicado. No sé si el hombre era gallego, no me lo pareció. ¿Qué importa? Estoy seguro que si se tratara de Petrarca lo leería en italiano, a Milton en inglés y a Baudelaire en francés.
¿Quién pudiera?