Hace ya tiempo que huele bastante a podrido en el mundillo cultural de nuestra península. En estas páginas hemos sacado a pasear algunos cadáveres exquisitos como los de Cela o Umbral, y también hemos aireado ciertos negocios como los de PRISA y otros grupos editoriales españoles; pero tampoco podemos dejar de ventilar las componendas entre algunas instituciones educativas y culturales, la Corona y esas y otras empresas. Resulta, por ejemplo, que cosas tan sonadas como los premios Príncipe de Asturias y las efemérides de la lengua española no son tan inocentes como la gente piensa. La misma Casa Real se ha convertido en una agencia de promoción o un lobby de la lengua y la literatura españolas entendidas como negocio.
Por eso recomendamos a los lectores que echen un vistazo al artículo de José del Valle y Luis Gabriel-Stheeman titulado “Lengua, neocolonialismo y monarquía, aparecido en Quimera, nº 204 (junio de 2001). Hace diez años estos agrerridos lingüistas y profesores de español en EE.UU. metieron las tijeras de podar en la fronda lamentable de los Institutos Cervantes, la RAE, PRISA y otras empresas que ellos llamaron sin equivocarse neocoloniales. Porque el neocolonialismo y el panhispanismo españoles, especialmente vistos desde fuera (los dos autores firmaron su texto en Nueva York), no son más que una campaña empresarial bastante inmisericorde, aunque paternalista, en pro de la lengua castellana vista como objeto comercial y del pensamiento único, casi neofranquista. El catálogo de citas que salpican ese inteligente artículo es impagable: los García de la Concha, los Polanco, los Lodares, Manuel Alvar, Mariano Rajoy (nada menos que en su papel de Ministro de Cultura de un ya lejano 1999) y hasta el mismo rey Juan Carlos exponen muy a las claras su crasa ignorancia lingüística y su neofascismo cultural. Pero detrás de semejantes espantajos del pasado, todavía late un enemigo más terrible, la avaricia de los políticos vendidos y de los empresarios de la cultura española. Si alguien tuviese dudas sobre este contubernio, además de asomarse bien esas páginas de Valle y Gabriel, hará bien en tomar el periódico de cabecera de los fieras, es decir, El País, y repasar muchos artículos y noticias (en realidad, anuncios comerciales) de los últimos años acerca de fastos internacionales de la lengua española, congresos varios, la academia y los currísimos institutos Cervantes, que tan poca justicia le hacen al pobre Manco de Lepanto, que tan poco creía en el pensamiento único. Donde no se hacen loas a la tercera lengua del mundo (algo que es mentira) o a la tercera-segunda lengua (una media verdad, un eslogan) se condenan las hablas y dialectos o se maldice el idioma inglés, como se insultaba a los “salchicheros” norteamericanos en la burda campaña de insultos antiyankees de los tiempos de la guerra de Filipinas. Porque el tono de muchos de estos promotores sectarios del español no difiere demasiado tampoco del de los discursos del Caudillo desde el balcón de la plaza de Oriente. Asustan las filas prietas de nuestros españolistas de hoy, disfrazados de expertos en la lengua o en la enseñanza de la lengua. Con una salvedad: quizás la RAE ha domesticado un tanto su centralismo de hace una década, pero no ha corregido, sino que ha aumentado, su afán depredador y su ansia de extenderse allende los mares, de firmar acuerdos con las editoriales –ahora los lobos guardan el ganado- y de hacer caja en las antesalas de las empresas y los ministerios. Y, por lo demás, la enseñanza de la lengua a los incautos extranjeros de decenas de países se ha convertido en una nueva cruzada imperialista de guante blanco y en una merienda de negros en la que sacan tajada los dos muñidores de El País, don Luis García Montero y el ubicuo Juan Cruz, pseudo-poetas como Fanny Rubio o Julia Barella, novelistas sin novelas como Julio Llamazares, etc. y etc. Pues no debemos olvidar que los sufridos contribuyentes costeamos en este país libre los millones de los obispos, pero también la sangría del Cervantes y la montería privada que es hoy por hoy la Real Academia de la Lengua, transmutada por Fernando Lázaro y García de la Concha en una pequeña multinacional con sus editoriales y su agencia de organización de eventos, que podríamos bautizar como Very Special Events porque, al parecer, bajo los esmóquines de los pingüinos académicos se esponjan trajes a medida de ejecutivos de la literatura comercial y de presuntas estrellas universitarias, cortesía del fondo de reptiles que es nuestro podrido invernadero cultural.
Escrito por Mr. Porringer