África acusaba los últimos cambios en su vida, se le antojaban cajones de un sinfonier que escrupulosamente ordenado, había sido asaltado por un desaprensivo que no encontrando lo que buscaba huyó apresuradamente, sin reparar los destrozos causados.
Así, su fe en el futuro aparecía tirada por el suelo junto al desamor, su fortaleza y tenacidad, tan limpias y bien dobladas en el cajón superior, ahora languidecían arrugadas junto al desengaño y la pesada realidad en un angosto cajón.
En el fondo del último compartimento, la esperanza se había librado del ataque y aparecía íntegra, vestida de su color preferido. La tomó con cuidado entre sus manos y la colocó en el habitáculo principal, a su lado acomodó un pedazo de optimismo que aunque había chocado con la pata de una silla, estaba casi entero.
Sonrió. No estaba todo perdido.Texto: Yolanda Nava Miguélez