Entro en la consulta, el psiquiatra me da un firme apretón de manos y me saluda con acento… ¿argentino? ¿Uruguayo? No sé, siempre los confundo. Oh, por favor, tiene un ojo de cristal, pero, ¿qué broma es esta? Todo el mundo sabe que no puedo soportar todo lo relacionado con el mundo “ojos” y algún tipo de desgracia semejante a aquella. Ahora no puedo dejar de mirar fijamente a su ojo de cristal azul. Lleva gafas y una coleta. Le sientan bien. En realidad es bastante atractivo, lo único que me pone nerviosa es ese maldito ojo quieto mirándome. Ese ojo ve dentro de mí, lo sé. Ese ojo es un espía, ese ojo está acechando cada vacío de mi alma, radiografiando cada dolor, cada decepción, cada complejo, cada lágrima acorazada, cada tristeza enquistada… Tengo ganas de llorar.
— Veamos, Henrietta, acá me dice su médico de cabecera que ha intentado quitarse la vida. Vayamos por pasos, ¿qué le ha pasado en el ojo?
(¡Mierda! Ya me había olvidado del ojo. Yo también tengo un ojo chungo, salvando las distancias, me dio un derrame ocular haciendo mucha fuerza para vomitar).
— Bueno, supongo que el espejo me ha dado un puñetazo. ¿Qué demonios le pasó a usted en el suyo?
— Jajajaja, el mío fue una mina muy cabreada con el mundo. Casi tan cabreada como vos consigo misma.
— Yo no estoy cabreada conmigo misma, estoy cabreada con el mundo también.
— ¿Qué es lo que le cabrea tanto?
— No es asunto suyo.
— Bueno, digamos que estoy aquí para eso.
— Pues digamos que yo estoy aquí para que me dejen en paz.
— ¿Quiénes no le dejan en paz?
— Las mujeres que no soy.
— ¿Cómo son esas mujeres?
— Unas tipas muy pesadas que viven a sus anchas en mi cabeza.
— ¿Qué le dicen esas tipas para que haya decidido que no quiere seguir adelante?
— Que no voy a llegar a ningún lado.
— ¿A dónde quiere llegar?
— No lo sé.
— Si no lo sabe, no puede llegar, ¿cómo puede recriminarse a sí misma no llegar a un sitio que no conoce y que ni siquiera sabe si existe?
— Solamente quiero llegar a algún lugar donde sentirme segura.
— ¿Cree que su seguridad es cuestión de llegar o de complacer a esas mujeres?
— Supongo que es lo mismo.
— Esas mujeres que usted no es, ¿le gustaría ser como alguna de ellas?
— Estuve a punto de ser cada una de ellas en diferentes momentos de mi vida.
— ¿Por qué cree que no lo fue?
— No me sentí segura de mí misma y decidí no emprender los distintos caminos que me hubiesen llevado a ser ellas.
— Suena a círculo vicioso.
— Sabe, sé que usted no es ningún psiquiatra, sé que no es argentino o uruguayo, sé que ese ojo de cristal tiene más de espejo que de ojo. Y ni siquiera lleva bata. Es decir, usted aquel día llevaba bata blanca y no me hizo estas preguntas tan tontas. Usted aquel día sí era real, pero, ahora… ¡ahora es un sueño! ¡No existes, psiquiatra loco! ¡Eres mi subconsciente! ¡Eres yo misma! ¿Qué quieres saber que no te atreves a preguntarte a ti misma estando despierta? Dime, ¿qué coño quieres saber?
— Quiero saber por qué tienes ganas de llorar. Quiero saber por qué, aún teniendo ganas de llorar, no lloras. Quiero saber por qué cuando vas a la cama por la noche piensas en desaparecer. Quiero saber por qué…
— ¡BASTA! Vía muerta. Son demasiadas cosas las que quieres saber que ya sabes. Tú conoces mis sentimientos mejor que yo, porque yo los reprimo dentro de ti. No quiero hablar de esto. Solo te diré, para que te quedes tranquilo, que no me voy a rendir. Que esta mierda no va a poder conmigo. No voy a volver a perderme mi propia vida por estar intentando aspirar a un concepto de perfección que no existe. No voy a echar a quien me quiere de mi lado por mis putas inseguridades. Te prometo, puto psiquiatra ficticio y loco, que, diga lo que diga mi subconsciente, la última palabra la tengo yo; y yo no me rindo, aunque a veces lo parezca.
Entonces desperté de esa pesadilla, me levanté de la cama, fui al baño, me puse frente al espejo y me dije: “ No eres perfecta y nunca vas a ser perfecta, porque la perfección no existe y esto es solamente un reflejo de tu mente. La verdadera belleza es un sentimiento y, si de verdad quieres valer más que las mil palabras, solamente tienes que sonreír”. Entonces salí de allí y, desde aquel día, cada vez que sonrío, sé que soy la mujer imperfecta más guapa del mundo.
La perfección siempre tendrá límites, porque te los impondrán; la imperfección, no. ¿Vas a quedarte en la frontera de ti mism@? Lucha para ser quien tú quieras ser por dentro, porque, entonces, lo de fuera ya no manejará las riendas de tu vida. La belleza es un ojo de cristal.
Ella sonrió; y así cayeron todos los cánones de belleza
que el mundo tenía hasta entonces.
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