Revista Diario

Viajar, caminar y escribir

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

Así comienza el atardecer en Sout Beach

Un mes y una semana. Ese es el tiempo que me he tomado para estar entre Florida y Atlanta. Sé que muchos aprovecharían esos mismos días para visitar más lugares, pero yo he necesitado caminar con calma. No puedo entender las ciudades en dos días. Estamos acostumbrados a ver muy rápido lo que se nos aparece, a quedarnos con la primera impresión aunque digan que es justo esa la que cuenta. Vamos a un lugar para, de alguna manera, tratar de mimetizarnos con el ambiente y pueden pasar varias cosas: que eso no suceda, porque hay ciudades con las que no somos compatibles; que nos sintamos como en casa y querramos volver o, simplemente, que nos de lo mismo estar o no.

A veces no tenemos elección y toca abarcar todo lo posible en los pocos días que tengamos disponibles. Cuando eso sucede, con más razón no hay que dejar de caminar, de pasar por el mismo lugar en la mañana, en la tarde, en la noche; de tomar un café en una esquina y un té en otra; de ver el amanecer desde un lado y atrapar el atardecer desde otro. Pero sobre todo, no hay que dejar de divertirnos y de complacernos con eso. Y eso es lo que yo he hecho en este viaje: divertirme, dormir poco, caminar mucho, comer en cada sitio que pueda, reírme y vivir cada minuto de la mejor manera posible.

Atlanta, desde arriba

Me perdí los primeros días en Miami tratando de entender la ruta de los autobuses; caminé calles enteras en dirección contraria porque siempre me cuesta entender los mapas. Probé los 60 refrescos dispuestos en la sala final del Museo de Coca Cola. Subí a todas las montañas rusas de Island of Adventures y Universal Studios. Miré mal a un niño que no me dejaba tomar una foto en el acuario de Atlanta -el más grande del mundo- cuando vi a los tiburones. Me quedé dormida por cinco minutos en Lake Lanier, tirada en el medio de un campo de golf. Jugué dominó en Little Havana. Subí a un piso 72 para ver la ciudad desde muy arriba. Comí chocolate con kiwi. Conocí a un conguero de California, que le encanta hablar portugués en pleno Downtown de Atlanta. Caminé por la playa. Subí en teleférico hasta la cima de una roca. Conocí el arte callejero de Wynwood. Y la lista sigue.

Entre tanto caminar, me ha quedado poco tiempo para escribir. Y entiendo que eso suele pasar, aunque yo tenía la intención de ir contando todo a mi paso. He escrito muchas cosas en papel, armando un cuaderno de viajes que es como un desorden de vivencias. Ya me queda poco menos de una semana para volver a casa. Ya se me va pegando la nostalgia y esas ganas de escribir, que es la mejor manera de recordar.

Las paredes de Wynwood


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