El 600 era el símbolo del inicio del desarrollismo franquista allá en los años 60.
De la España rural, de la alpargata y la boina, se estaba pasando a la España del pluriempleo y del Seat a plazos. Porque entonces todo se pagaba a plazos, la nevera, la lavadora... hasta la tele en blanco y negro, el que pudiera permitirse el lujo de tenerla.Algunos se iban en aquellos cacharros -llamémosles coches- de "bacaciones". Así como suena, con falta de ortografía y todo, que en el fondo no es tal.
Y las navidades eran un buen momento para ello.
Irse de “bacaciones” no era marcharse a disfrutar del tiempo libre, sino cargar el maletero de cosas y llenar el coche por dentro y por fuera -techo incluido, léase "baca"- de gente, bolsos, maletas, bolsas, mochilas, cajas y demás, sin olvidarse de la sombrilla de la playa, de la mesa plegable y de la nevera portátil si el viaje era en verano y si éramos tan modernos y afortunados como para tener una.
En el "seiscientos" cabíamos todos y todo, contraviniendo los principios más elementales de la Física.
Y desde que arrancaba el coche daba comienzo la aventura, con una pregunta que rondaba nuestras cabezas... ¿Llegaríamos algún día a nuestro destino?
La aventura podría ser ésta: coche cargado hasta los topes. Origen Madrid. Destino Sevilla, atravesando todo lo atravesable: Aranjuez, Ocaña, Tembleque, Manzanares, Bailén, Despeñaperros, La Carolina, Córdoba, Carmona... Y parábamos en todas partes, en Valdepeñas para hacer un pis, en Andújar para estirar las piernas, en Guarromán para echar gasolina, en Córdoba para visitar a los tíos y a los primos, en Écija para comprar unas "yemas", en Carmona para comprar el pan...
Tras unas diez o doce horas de viaje (más doce que diez) llegabas a tu destino, cansado y hecho polvo. El 600 se calentaba, dado que el motor iba detrás, y había que parar de vez en cuando para echarle agua. Aquello era modernidad y lo demás son tonterías.
El coche de la foto era algo parecido al de mi padre, en color -no tan verde oliva, pero podría darnos una idea- y en matrícula, que también empezaba y terminaba por 4. Mi padre a veces también se dejaba bigote y ponía cara de mala uva cuando salíamos de viaje (y cuando no también). A mi hermano y a mí más nos valía no armar jaleo durante el trayecto no fuera que se escapara algún sopapo.
Ya digo... toda una aventura aquello.