Cada entrada del blog es diferente, sin embargo este post es muy especial: es el primero que escribo en el que Andrea, la Zaigua y yo estamos separados cada uno en lugar distinto del mundo, aunque no será por mucho tiempo…
Hoy hace una semana que embarcamos la Zaigua y hasta esta tarde no llegué a mi casa en Salamanca, España. Por cuestiones de logística que Andrea ya explicó, ella tuvo que salir antes y yo más o menos seguí la misma ruta que ella una semana después. Tratamos de conseguir un boleto de avión desde Caracas pero los precios eran muy elevados, y eso si se encontraban. Por esta razón nuestros vuelos salieron desde Cúcuta, Colombia.
Como todavía tenía unos cuantos días antes de partir hacia España, aproveché a turistear un poco, ahora con la mochila a cuestas. Antes de despedirme totalmente de Puerto Cabello, me acerqué con nuestro amigo Rubén de Valencia hasta San Esteban Pueblo. Esta pequeña localidad situada a unos 25 minutos de la costa parece sacada de otro lugar, parece que el bosque se tragó al pueblo.
Al final de San Esteban se encuentra una reserva natural con un sendero que sigue el curso del río y te lleva hasta la carretera antigua con un puente restaurado que data de la época de la colonia, el Puente de los Españoles. El paseo de tres horas (ida y vuelta) mereció totalmente la pena ya que era justamente lo que necesitaba para olvidarme de todos los trámites de los últimos días. Eso sí, hay que andarse con cuidado para no pasarse el puente porque la vegetación prácticamente se lo ha comido y no hay ninguna señalización, es muy fácil seguir de largo sin percatarse de su existencia.
Al día siguiente nos dirigimos hasta Caracas y el recibimiento no pudo ser más aguado. Parece ser que uno de los entretenimientos durante carnaval es tirarse cubos de agua ̶̶ y hasta agua y pintura ̶̶ entre la gente y me tocó. Poco después de dejar el autobús un grupo de adolescentes nos rodearon con cubos en mano y… tras unos cuantos minutos de negociaciones al menos conseguí que me mojaran de cintura para abajo y no me empaparan la mochila lo cual iba a ser un gran problema. Bueno, mejor que te reciban con cubos de agua a que te reciban con pistolas que de Caracas se escuchan muchas historias de inseguridad.
Aunque apenas estuve 24 horas en la capital pero me dio tiempo a darme un paseo aéreo en el metro cable y ver los grandes contrastes en sus edificaciones (en cierta manera me recordó a Rio de Janeiro); pasear por el centro; visitar el Cuartel de la Montaña en donde reposan los restos de Hugo Chávez; e incluso hice unas últimas compras para nuestras artesanías y unos repuestos para la Zaigua.
De Caracas partí hacia Valencia en donde la familia de Rubén me hospedó y de ahí a Barinas en donde nuestros amigos Pierrot y Marie me estaban esperando. Pasé un par de días disfrutando de su hospitalidad haitiana y mi última noche en Venezuela fue en tránsito hacia la frontera con Colombia.
Andrea ya me había advertido de cómo era todo el procedimiento para llegar a Cúcuta y esto hizo que mi cruce fronterizo fuera un poco más sencillo que el suyo. Desde Barinas tomé un autobús hasta San Cristobal. A las 3 de la mañana tome un taxi junto con otros dos viajeros hasta San Antonio del Táchira. El mismo taxi me llevó hasta la oficina de migración para sellar mi pasaporte y me esperó hasta que abrieran la oficina a las 5:00 AM (tuve que pagar 115 bolívares por la salida). Cruzamos la frontera, el taxi me llevó hasta el puesto de migración colombiano, me sellaron y el mismo vehículo me llevó hasta el aeropuerto. Tuvimos que pasar bastantes controles policiales pero únicamente nos pararon en uno y la revisión fue muy superficial. En total todo el transporte desde Barinas hasta el aeropuerto de Cúcuta me costó 1550Bs, menos de USD$10 al cambio paralelo. La verdad que tuve bastante suerte con todo porque este cruce de frontera es complicado y hay que andarse con mucho ojo para no te quieran cobrar “precio turista” o tengas algún problema con el equipaje en los controles policiales.
9 horas de espera en Cúcuta; vuelo Cúcuta-Bogotá; otras 4 horas de espera; vuelo Bogotá-Madrid; y tras casi tres años, volví a encontrarme con mi familia con un gran recibimiento. Viajar es muy gratificante pero volver a casa también lo es J
David