Ya casi tenemos aquí Agosto, el mes de las vacaciones españolas por excelencia. El mes en el que todos hacemos de turistas. Nadie nos identificamos con esa palabra. Nosotros somos viajeros, no turistas. Pero la realidad es que cada vez más gente nos comenta ilusionada, a quienes trabajamos de alguna manera sobre el continente, que se marchan de viaje a “conocer África” –curiosamente nunca van a conocer tal o cual país, pero esa es otra historia. Son ellos, los turistas, los que hacen crecer esta industria en el continente. Pero a pesar de los cacareados beneficios económicos que parecen llevar, nadie ha dado con la fórmula para que no reproduzca los prejuicios coloniales y para que no ayude a reforzar la explotación de los africanos y de las africanas.
Las cifras
Si en 1990 sólo 12 millones y medio de personas hicieron turismo por el continente –incluido el Egipto y los otros países del Norte de África-, en 2014 ya fueron más de 65 millones, según datos del Banco Africano de Desarrollo. La misma institución señalaba que el turismo ha generado hasta 20 millones de trabajos directos e indirectos, al calor de los más de 4.300 millones de dólares que deja a su paso. Tan sólo la industria de Asia-Pacífico creció más en 2014.
Pero que las cifras no te dejen impresionado. África sigue representando, incluso cuando contamos con la industria turística de los países del Norte, un porcentaje mínimo del sector turístico global. Esos 65 millones de personas representaron el 5,8% del total de turistas mundiales y un 3,5% de los ingresos.
Evidentemente, tantos millones de personas viajan al continente por muy diversos motivos. Pero aquí, basándose en nuestra experiencia, haremos una clasificación de cuatro motivos principales por los que un turista elige África Subsahariana.
1 El turismo ancestral
¿Habéis visto las fotos de alguien que ha ido a “África de vacaciones”? Salen animales. Muchos animales. Por todas partes. También sale algún africano, vestido de una manera un tanto rara –al estilo del documental del National Geographic de cada sobremesa-, pero lo cierto es que son pocos respecto a la cantidad de fotos de animales que se traen desde el continente los millones de tarjetas de memoria.
Hace unas décadas, lo que se traía en el avión no eran fotos de animales, sino sus cabezas. Ahora, si no eres un monarca o un adinerado, ya no. Lo normal es que el turista haya cambiado la escopeta por la réflex digital. En algo hemos avanzado, cierto. El caso es que visitar el parque natural está de moda.
Un observador crítico del fenómeno puede notar rápidamente una cosa. Dentro del parque, todos son turistas blancos, salvo los trabajadores de servicio, y fuera, en las poblaciones cercanas, todo son negros invisibles. Este tipo de turismo suele invisibilizar a los africanos y las africanas. Potencian una visión de África como un continente vacío y atávico, donde se han conservado intactas amplias zonas de naturaleza. Poco importa que, para la creación del parque natural que se está visitando, se tuviera que expulsar a las poblaciones que habitaban esas tierras. O que la proliferación de parques protegidos genere problemas de falta de tierras cultivables. En Tanzania, por ejemplo, hasta el 40% de la superficie está protegida.
Este turismo separa a quien lo practica de la realidad del país. Al final, los parques terminan siendo reservas no para los animales, sino para los prejuicios de los turistas blancos. Una preservación de la imagen del África salvaje, en forma de fauna o en forma de culturas y pueblos tradicionales.
“Sobre todo, fíjate en ese Masai que tenía un reloj Omega!”. Los que practican el turismo ancestral terminan aterrizando directamente en el recinto protegido, fotografiando aquello que le muestra la agencia, y volviendo para explicarlo.
2 El turismo Kapuscinski
A mí me encantaba Kapuscinski. De hecho, su libro Un día más con vida fue lo que me hizo interesarme por África Subsahariana. Sus relatos sobre sus vivencias en el continente, aunque históricamente inexactos, son tremendamente ilustrativos de la vida que le tocó vivir. Su actitud delante de los acontecimientos que cubrió para su periódico fue tremendamente avanzada para la época. Quienes escribimos sobre África Subsahariana aún podemos sacar valiosas lecciones de sus crónicas. Pero, atención, éstas no reflejan la realidad actual africana.
Si estas preparando un viaje a África y esta última frase te ha impactado, es que estabas planificando un viaje Kapuscinski. Este tipo de turismo se caracteriza por estar plagado de intentos de vivir aventurillas, de conocer el África real en 15 días… y luego explicarlo.
Una vez me encontré en un pueblo senegalés a un tipo argentino, médico de profesión y con unos 30 años recién cumplidos. Como hablábamos el mismo idioma, estuvimos charlando, y al final me explicó que unos amigos senegaleses suyos habían comprado en la lonja el pescado más grande que ese día trajeron las barcas, y que lo iban a hacer a la plancha en la cocina del hotel donde vivía. Me invitó a comer, y por el camino iba bromeando con todos los niños del pueblo, haciendo señales de complicidad con los ancianos y saludando efusivamente a quienes nos cruzábamos. Al preguntarle por su nombre me dijo cómo se llamaba, pero me advirtió: “aquí me llaman Bebo”. Cuando le pregunté cuánto tiempo hacía que estaba en el pueblo, su respuesta vino acompañada de mi carcajada: tres días.
Es evidente que yo no tengo capacidad para hacer amigos –este artículo y los posteriores correos de conocidos ofendidos, lo demuestran- pero si te has pasado tres días en un pueblo, durmiendo en el hotel en el que el 99% de la población no puede pagar ni una comida, por mucho que les obligues a ponerte un mote, no has conocido absolutamente nada de lo que allí estaba pasando.
Hoy día, además, se vuelve a poner de moda una actividad propia de la época victoriana: visitar los suburbios. Reforzados por seguridad privada –visible o no visible-, acompañados de todos los miembros de la agencia de viaje que estén disponibles ese día, se procede a introducir al turista en el slum o suburbio para que entre en contacto con la realidad, con esa pobreza almacenada en las afueras de las grandes ciudades. Incluso, como explica Fabian Frenzel, uno puede hacer puenting en Soweto. ¡Venga a ver a los pobres! Es el nuevo turismo de aventura.
3 El turismo solidario
En esta modalidad se engloban dos tipos de turistas. Aquellos bienintencionados quieren conocer un país pero no se atreven a ir de freelances, poniéndose así en manos de una ONG del Norte que les hace de agencia turística, enseñándoles los proyectos que desarrollan. Y aquellos bienintencionados que dejan su trabajo, su familia y sus amigos en el Norte y se desplazan al Sur a “ayudar” en algún proyecto. Si tiene que ver con niños, como un hospital infantil o un orfanato, mejor. El hecho de que ya haya gente africana trabajando allí, no es óbice para que ellos ayuden.
Son los nuevos visitantes de la pobreza africana, pero que desean volverse con el lado positivo del continente. No pretenden conocer la realidad africana, sino ayudar viajando. Frecuentemente, en su maleta hacen acopio de caramelos y gominolas, que van repartiendo a los niños y niñas de los pueblos a los que les lleva su ONG.
Hay ocasiones en que un turismo ancestral puede derivar, sin preverlo, en un turismo solidario. Por ejemplo, aquel turista que se va a hacer la ruta de los parques naturales y termina viendo las pobres condiciones de vida de las personas del país que ha visitado. La luz cegadora camino de Damasco le habrá ayudado a entender que “tiene que hacer algo”. Lo que sea. Recoger cuadernos y lápices para aquella escuela, comprar medicinas para aquel puesto de salud o, en el mejor de los casos, apoyar económicamente a una organización de cooperación al desarrollo. Lo de votar y consumir teniendo en cuenta la justicia social, quizás se le habrá pasado, pero al menos ya no te enseñará las fotos de los animalitos.
4 El turismo activista
Ciertamente, es el menos desarrollado en África Subsahariana de los cuatro modelos aquí propuestos. Especialmente porque requiere de un compromiso político que, normalmente, no se da en el eje Norte-Sur.
Una excepción fue la época del Fórum Social Mundial, donde parecía que si no habías ido a Dakar durante su celebración, no eras nadie en el mundo del activismo.
Seguramente es el que menos turista se siente de entre los cuatro modelos. Son viajes en los que no se pretende llegar a un marco de actuación conjunta entre el activismo del Norte y el activismo del Sur.
El turista activista sólo quiere poder verse reflejado –a él mismo o a sus preconcepciones sobre la lucha altermundista- en las acciones y los debates del Sur. Se trata de una manera de hacer turismo a través de la reafirmación de la propia identidad.
No te enseñará fotos ni de animales ni de pobres, pero os garantizo que, durante al menos seis meses, estará interrumpiendo todos los debates de vuestras reuniones políticas, asambleas de movimientos o tertulias de vecinos comenzando con una coletilla: “Eso es como cuando estuve en África, que…”
En guardia frente al turismo
Es evidente que estos cuatro modelos son una reducción. Así como es evidente que todos y todas hemos sido uno u otro en algún momento. Cuando no varios a la vez.
Y es que el motivo de este artículo no ha sido el de ofender gratuitamente –para reclamaciones, pulse aquí-, sino ponernos delante del espejo ante el viaje y nuestras actitudes en él. Comenzando por las de quien esto escribe.
El turismo, hacer turismo, debería ser interpretado en todo momento como una industria extractiva. Igual que las petroleras, el turismo de masas destruye el planeta, modifica modos de vida tradicionales y perpetúa un modelo de consumo internacional que mantiene a una gran mayoría de la población mundial secuestrada en la pobreza.
Pero igual que seguimos utilizando gasolina para desplazarnos a esa manifestación que lo cambiará todo, o a aquella charla sobre un problema crucial en no sé qué pueblo y que sensibilizará a tres o cuatro gatos, seguiremos haciendo turismo.
Lo importante en todo esto es qué aprendemos cuando hacemos el turista, en qué modifica nuestra actitud, qué estamos dispuestos a aprender y qué queremos compartir durante el viaje. Qué impacto tiene nuestra presencia allí, económica, ambiental, social y políticamente.
Y, sobre todo, cuando vuelvas a casa, no ponerte pesado con tus amigos para que vean tus fotos.
Foto: ChiralJon