El tercer día en la República Checa lo quería dedicar por completo al castillo. Salí pronto del hotel para ir callejeando y ver cosas con calma. Llegué diez minutos antes, pero de poco sirvió porque nuestro guía no llegaba. Apareció más de veinticinco minutos tarde y pusimos rumbo al castillo. Cuesta arriba. Mis pies no pudieron soportarlo y empezaron a hincharse hasta el punto de que cada paso era una agonía. Pero aguanté porque el castillo era una de mis visitas más esperadas de Praga y el barrio del castillo era bonito.
El castillo de Praga
La fortaleza medieval más grande del mundo fue un poco decepcionante. En realidad, como comenté sobre el castillo de Cesky Krumlov, no son lo que nosotros tenemos en mente cuando hablamos de un castillo. Es más bien un complejo palaciego con toda una ciudad dentro del recinto (hay hasta una catedral...). Barroco sobre todo, pero también tiene algunas cosas renacentistas, neobarrocas...
Dentro del recinto, aparte del Palacio Real, encontramos la Catedral de San Vito, la Basílica de San Jorge y varias residencias de nobles y empleados del palacio. El tour, por supuesto, era por la parte gratuita, y acabó en menos tiempo del previsto, aun cuando había empezado más tarde.
Mi idea inicial era pasar el día allí, pero no tenía el pie para andarme viendo museos de arte y decidí comprar solo la entrada estándar, que no cubre todo lo que hay que ver en esa zona. Me debí explicar muy mal porque yo le dije al de los tickets que quería entrar en el museo de historia, y ese no estaba incluido en la entrada que me dio. No volví a pagar el extra para verlo.
Mi entrada solo cubría la catedral de San Vito (la parte a la que no se puede entrar gratis), el viejo palacio real (muy lejos del esplendor que esperaba), la basílica de San Jorge (no tan bien conservada como cabría esperar) y el Callejón Dorado, construido para los enanos del Rey (escalado a su tamaño) y los alquimistas. Es lo que más me gustó. Tiene varias ambientaciones chulas y hasta un pequeño museo de armaduras medievales y algunas armas. No tengo muy claro que las almas fueran históricas, pero por lo menos había algo. También se podía entrar a la zona de las prisiones y a las salas de tortura.
Acabada la visita al castillo busqué los jardines, que parece ser que solo abren en primavera y en verano. Después de dar muchas vueltas (ay, mis pobres pies) di con un jardín, pero no había ni fuentes ni nada más que árboles y césped, por no hablar de que era muy pequeño. Así pues, seguí buscándolo durante casi una hora, hasta que me di por vencida porque no aguantaba más.
Había esperado dedicar la tarde entera al castillo, pero era mediodía y ya había empezado la cuesta abajo. Así que decidí adelantar mis planes de visitar el clementinum e irme al hotel a descansar los pies. Por desgracia los de clementinum se empeñaron en intentar venderme una entrada de las nueve de la mañana del día siguiente, a pesar de que les dije que no estaba en la ciudad. Al fin, conseguí una entrada, pero para las ocho y veinte de esa tarde. Es decir, tenía largas horas por delante antes de poder entrar. Así pues, decidí adelantar mi visita al Ayuntamiento.
No me llamaba tanto la atención la torre como el hecho de que hubiera unos interiores históricos, tanto más tras ver la esplendorosa entrada. Sin embargo, los interiores históricos no tienen mayor interés. Por no tener, casi no tienen ni muebles.
Para subir a la torre es una larguísima rampa, que finaliza en unas escaleras a las que hay que subir cuando el semáforo se pone en verde. También puedes subir en ascensor si haces un pago extra. Por mucho que me dolieran los pies, no estaba por la labor de pagar extras, así que subí por cumplir, y porque había pagado una carísima entrada que no valía la pena.
Y sí, las vistas son espectaculares, pero no para pagar de esa cantidad; ni siquiera se podían ver los mecanismos del reloj astronómico por dentro (solo los muñequitos). Para colmo, los baños estaban en reparación, aunque debí de mirar con tal cara de odio a los de las entradas que me dejaron usar los de empleados.
Aunque no había más que ver, ahí me quedé un buen rato, en la primera planta, sentada en las escaleras con el pie en alto. Y luego salí justo a la hora en punto para ver en marcha el reloj astronómico. Dura unos cuarenta segundos, se mueve la muerte y salen unos muñequitos por las ventanas (pero lo flipante es el reloj en sí, cosa que nos explicaron en el tour del último día).
Después, me fui al puente de Carlos y miré a la gente pasar hasta que llegó la hora de entrar al clementinum, pero eso lo contaré en la última entrada que haga sobre Praga, que esta se está alargando.
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