Revista Humor

Viaje a Egipto: Abu Simbel

Por Déborah F. Muñoz @DeborahFMu

El viaje en días anteriores

La esperada visita al templo de Abu Simbel

Y llegó el día más esperado: la visita Abu Simbel, un complejo que incluye el templo que Ramsés II hizo construir para su propio culto y el que construyó para su esposa más querida, Nefertari.


Sí, esa Nefertari, la del proyecto Nefertari del que tanto hablo... pero aunque no estuviera escribiendo una novela sobre ella, el templo hubiera sido lo más esperado del viaje. De hecho, no sé si recordaréis lo pesada que me puse con la exposición que se hizo en Alcobendas hace unos años con una réplica a escala de este templo. Pues imaginad verlo al natural.


El madrugón es criminal, porque hay que avanzar tres horas a través del desierto para llegar, pero merece mucho la pena y siempre se puede dormir en el autobús. De hecho, es lo que hice: me quedé tan frita que casi me pierdo el precioso amanecer en el desierto.

El complejo fue trasladado varios kilómetros tierra adentro en un proyecto internacional para salvarlo de quedar inundado por la construcción de la presa de Asuán (por eso Madrid tiene un templo egipcio, porque España colaboró), pero está tal cual, maravillosamente conservado.

Fue alucinante ver, por fin, aquello sobre lo que tanto leí. Mi documentación está muy avanzada y prácticamente leía los jeroglíficos, además, tiré un montón de fotos a pesar del calor infernal que hacía dentro. Como en el Valle de los Reyes, al salir a los 40 grados notabas fresquito.


Primero entré en el templo de Ramsés II, impresionante con las escenas de la batalla de Qadesh, y luego pasé al de Nefertari-Hathor, más pequeño pero más especial. Tan especial, que es el único en el que la Gran Esposa Real está a la altura del hombre (aunque Ramsés II sale más veces) y nada menos que en la entrada. Además, tiene escenas preciosas en las paredes del templo.

Demasiadas paredes y demasiado que ver para tan poco tiempo, ¡ojalá hubiéramos tenido más! Se me hizo corta la hora que tuvimos para verlo, aunque sí, reconozco que el interior no es tan gigantesco como sugiere la fachada y que el viajero medio, aunque apurado, puede verlo más o menos satisfactoriamente en ese ratito.

Además, me estrené con el regateo cuando volvíamos al autobús. Los vendedores de esa zona eran menos pesados y agobiantes, así que, cuando vi a uno tocar un instrumento musical raro, negocié con él para compralo y conseguí un precio razonable. Bueno, pensaba que lo era hasta que un compañero lo compró en el pueblo nubio por cinco veces menos.

La vuelta se hizo más pesada porque no iba dormida y en el desierto a media mañana es un paisaje monótono, pero iba muy contenta y feliz después de esa visita tan largamente soñada.


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