Por desgracia, la tarde después de la visita de Abu Simbel no fue tan buena, y no solo por el contraste. Yo tenía una chorrada de excursión a la presa de Asuán que agradecí que me cambiaran a la del resto del grupo, en el templo de Philae. Es un templo erigido en la isla donde Isis se refugió para recomponer a Osiris, aunque no está en su ubicación original por la construcción de la presa de Asuán. Fue en su tiempo muy importante, ya que muchos pueblos peregrinaban hasta él, y fue de lo que más aguantó antes de que eliminaran definitivamente el culto.
Por desgracia, nuestro guía maniobró para que pagáramos todos 15€ más en el espectáculo nocturno inmersivo de luz y sonido.
Pintaba bien, pero la ejecución era un desastre, como un vídeo documental para niños de primaria de los años 60 del año pasado. No tenían contenido suficiente para una hora y era infumable, además, tenían cuatro luces y apenas se podía hacer fotos, por no hablar de lo masificado que estaba. Entre el sueño que tenía por el madrugón y las ganas de cenar, estaba entre caerme de sueño o reír por lo cutre que era.
Además, antes de la visita al templo nos colaron una visita a un centro donde hacían aromas, pura venta, donde el aire acondicionado estaba a tope y nos dieron un zumo que me sentó fatal, así que había salido de ahí descompuesta y resfriada. Desde ese día, más resfriada y con la tripa más revuelta cada día...
El último día en Asuán, en el programa, no ponía nada, ya que era todo traslados. Pero por supuesto había una excursión opcional antes de irnos al aeropuerto, que consistía en una visita a un pueblo nubio.
Al principio, paseamos en una faluca (esto sí estaba incluido, aunque para el día anterior), donde vendían algunos productos típicos africanos y cantaron canciones tradicionales, haciéndome salir a bailar (qué vergüenza).
Luego, pasamos a una motora y avanzamos hasta una playa donde mojé los pies en el Nilo (no llevaba bañador y, de todas formas, no quería ir mojada el resto de la excursión).
Después, fuimos al pueblo, muy diferente de lo que habíamos visto hasta el momento. Entramos a una casa de una familia nubia, donde también vendían souvenirs y nos dieron pan típico con queso, miel de melaza y una especie de turrón, té de menta y agua. Además, hacían tatuajes de henna, aunque no me arriesgué porque tengo la piel delicada y no quería una reacción alérgica.
Tras la visita a la casa, fuimos a una escuela, donde nos enseñaron el abecedario árabe y los números en árabe y nubio, además, escribieron nuestros nombres en la pizarra.
Acabada la visita volvimos al barco a comer: eran las 12, pero nuestro autobús venía a las 12,30 en el aeropuerto. Al menos, esa era la teoría, se retrasó hasta las 14 y llegamos al aeropuerto con el tiempo justo para embarcar. En destino también hubo mucha confusión con los hoteles y fue una paliza.
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