El último día del tour, tocaba visitar Santiago de Compostela, punto final de los peregrinos que hacen el Camino de Santiago, ya que están allí los restos del apóstol. El camino, por cierto, está muy presente en toda Galicia (y estoy deseando hacerlo, a ver cuándo consigo planearlo sin que surjan mil imprevistos que me obliguen a posponerlo).
La visita a Santiago empezó con un tour a pie por los puntos más relevantes (casi todos cerca de la Catedral y la Plaza del Obradoiro): el parador, el rectorado, edificios universitarios, museos... En el tour también nos hablaron de la comida, ya que luego teníamos mucho tiempo libre, aunque yo opté por no ir a restaurantes y así tener más tiempo para visitar la ciudad.
Cuando acabó el tour a pie, lo primero que hice fue ir al mercado de abastos para verlo y comprar mi comida (una empanada gallega que sabía a gloria), tras lo cual salí disparada para una exposición de platería enfrente de la catedral. Llegué con tiempo justo para verla antes de que me echaran y vagabundeé un poco por el centro.
Durante el paseo, me topé con una oficina de información turística. Allí me recomendaron visitar el Parque de la Alameda, donde había unas vistas espectaculares y una estatua dedicada a Rosalía de Castro, entre otras.
Luego, volví a la plaza del Obradoiro (con un gran ambiente, siempre con peregrinos celebrando su llegada y algún gaitero amenizando) para desde allí seguir dando vueltas por el centro (los museos estaban cerrados a esas horas), que es muy bonito, hasta la hora de volver al hotel.
Con eso de que al día siguiente se tenían que levantar a las tres de la mañana para emprender el viaje de regreso (uno de los muchos motivos por los que contraté el transporte por mi cuenta), nos plantamos en el hotel muy pronto. No tenía ganas de meterme en la habitación y tendría tiempo de sobra para hacer la maleta al día siguiente entre el desayuno y la llegada del autobús a Pontevedra, así que yo y otras dos viajeras decidimos ir a una playa cercana al hotel.
Hay dos caminos para llegar y una paisana, antigua mariscadora, nos aconsejó ir por uno a la ida y por otro a la vuelta. ¡Un gran consejo! Uno de los caminos estaba repleto de viñedos, el otro era un precioso bosque, y así disfrutamos de ambos. Volvimos con el tiempo justo para ducharnos antes de la cena y me despedí de todos los que se iban tan temprano, no sin antes asegurarme de que no me despertaban a horas intempestivas (sirvió de poco porque las paredes eran de papel y escuché decenas de despertadores al unísono a esa hora).