Lo sucedido en el Capitolio es un desastre colosal para la democracia en el mundo y confirma los peores fines auspiciados y presagiados (o mejor, anunciados) por, entre otros muchos organismos, el World Economic Forum para el año 2030.
En primer lugar, el punto 2 de dicha agenda globalista ordenaba más que pronosticaba que “Los Estados Unidos no serán la superpotencia que dirija el mundo. Un puñado de países dominará”, y no cabe ninguna duda de que lo visto ayer servirá para poner en cuestión todo aquello que trate de impedir esa deriva que ayer se despeñó por la consabida presentación mundial a través de un espectáculo planetario como el de las grandes ocasiones, casi al mismo nivel de conmoción que produjeron el derribo de las torres gemelas de Nueva York y, en España, los atentados de Atocha.
En segundo lugar, el punto 8 de dicha agenda es aún más demoledor para las aspiraciones de la civilización occidental tal como la hemos conocido hasta la fecha, cuando enuncia de manera críptica y algo confusa que para 2030 “Los valores occidentales habrán sido sometidos a prueba hasta el punto de quebrarse. Los frenos y contrapesos que sostienen nuestras democracias no deben ser olvidados”, afirmaba, sin que sepamos con certeza si a la profecía del inicio le sigue una segunda frase que puede ser lo mismo una recomendación que una amenaza.
La batalla de Trump contra Biden (y viceversa) parece que será ganada finalmente por el poder de lo institucional, lo cual, para la gente de orden, en principio, debiera ser una buena noticia, pero, sin embargo, no creo que se trate en este caso de un motivo de alegría si lo que conlleva y se pretende es una aniquilación del sistema de valores occidentales o si piensan poner fin a “los frenos y contrapesos que sostienen nuestras democracias” (sic).
Más que nada porque no sabemos con qué otra cosa pretenden sustituir esa jerarquía de valores cuajada a lo largo de siglos y si los planes del futuro los ha diseñado en un laboratorio un grupúsculo desconocido de asesores inelegidos o seleccionados por las élites y los lobbies más oscuros de nuestros días.
No tardarán demasiado en aparecer las teorías que le adjudiquen lo visto ayer a una acción de “falsa bandera” impulsada por el ala más radical de los de Joe Biden y sabido es que donde la espalda del Partido Demócrata pierde su casto nombre se denomina, a partir de ahí, socialcomunismo; o sea, Bernie Sanders de visita en Venezuela y la lista completa de insensateces acientíficas de la hiper corrección política, que recorre desde el feminismo radical y estúpido del “Amén and Awoman” hasta el cambio climático mega acojonante o la imposición de programas de eugenesia y de favorecimiento de invasiones de inmigrantes evaluadas en no menos de 1.000 millones de personas hasta 2030, suficientes para no dejar ni rastro del significado cultural de los países, culturas y polos geoestratégicos que conocemos.
Visto de este modo, si por institucional entendemos lo que proclaman las muy diversas agencias onusinas (incluida la OMS del etíope pro chino) o la asunción de reivindicaciones disolventes como las de los muy comunistas Black Lives Matter, abortistas de aluvión, etc., lo que se nos avecina es una edad oscura que pretende sumergir a la cultura occidental en una cubeta de ácido sulfúrico y someterla a mil grados de sofocos multiculturales imposibles hasta formar un nuevo magma desconocido, ya sea diseñado en los laboratorios de Wuhan o en los de Joseph Mengele del III Reich, bajo cuya hégira se crearon las leyes de la eutanasia, cuya denominación exacta en la Alemania nazi era la de “muerte caritativa” (Gnadentod).
El asalto al Capitolio por una chusma enfurecida es algo condenable de todas las formas que se mire, pero eso no deja fuera del tablero de las culpas a los de Biden, que se han pasado más de cuatro años incendiando ciudades sin cuento, apalizando escaparates y a personas, promoviendo un impeachment de mentira, sembrando todo tipo de sospechas inventadas, apagando la libertad de expresión en TV y redes sociales de manera sectaria a los de un lado y, en definitiva, alimentando esa hidra de divisiones internas que ahora le pretenden adjudicar a Trump en solitario apenas por haber intentado a toda costa demostrar que se ha cometido un fraude brutal y por tratar de frenar lo que considera una usurpación al pueblo de los resultados.
De acuerdo en que los tribunales y todos los organismos encargados de velar por la limpieza del proceso electoral han terminado por no otorgarle a Trump lo que solicitaba y que ha intentado con denuedo, pero eso no significa que le hayan quitado del todo la razón o que el fraude no se haya producido, del mismo modo que hay juicios por robo o por asesinato cuyo resultado final no es el de “inocencia”, sino el de “not guilty”, ya sea por falta de todas las pruebas concluyentes o por incumplimiento de las formalidades necesarias de un procedimiento.
Dicho de otro modo: si los pucherazos electorales en EE.UU. estuviesen regulados como la violencia de género en España, a estas horas todos los Biden, los Obama y los Clinton estarían en la cárcel y con órdenes de alejamiento del Capitolio, porque no sólo los indicios han sido flagrantes, por más que no se considere suficiente para revertir los resultados. Pierdes por no haber logrado demostrarlo, pero no porque no lleves la razón. En tales casos, el acusado se acaba partiendo de la risa detrás de la cortina, como ocurrió con O.J. Simpson, culpable en la realidad pero “not guilty” para el sitema de Justicia norteamericano.
El fraude, sea en un nivel u otro, ha existido, pero hablamos de la utilización de herramientas novedosas de la electrónica que a menudo ni siquiera están reguladas en las normas y su tipificación no es muy exacta, lo cual viene a poner de relieve que en casos como este sólo cabe adelantarse a la jugada (aviso para España) y efectuar la previsión necesaria que impida lo que luego será difícil encajar en una denuncia posterior, porque lo institucional rechaza por definición los martillazos y el asalto a través de las ventanas, cosa que sólo se le da muy bien al comunismo y a la anarquía, que nunca tienen reparos en contar sus golpes y sus revoluciones con la épica heroica de los ladrones.
Lo ocurrido en el Capitolio, ya digo, es deplorable, pero eso no deslegitima la verdad sino a los asaltantes, entre los cuales, vaya por Dios, parece que algunos de ellos lucían tatuajes típicos y aspecto de pertenecer a las distintas sucursales de los antifas.
He dicho.
José María Arenzana (Tomado del diario SevillaInfo).
Twitter: @PepeMasai