Revista Cine

Viaje a la esperanza: "Las Uvas de la Ira" de John Steinbeck

Publicado el 06 mayo 2014 por Nestor74

Durante los años más duros de la Gran Depresión (1929-1933), se vivió en Estados Unidos un éxodo de población muy notable hacia California. Ciudadanos de los estados del Medio Oeste y de las grandes llanuras se vieron forzados a dejar atrás sus hogares por la quiebra de los bancos, la fuerte sequía, los cambios agrarios, y la práctica desaparición de los subsidios y ayudas federales que habían existido, hasta ese momento, en las comunidades agrarias del país. La meteorología pareció aliarse con la situación desfavorecedora debido al fenómeno conocido como Dust Bowl: constantes tormentas de arena y tornados que barrieron el centro Oeste (Oklahoma, Kansas, Texas, New Mexico, Colorado)  del continente norteamericano en los primeros años de la década de los 30. La sequía y la erosión generalizada por la explotación sin control de tierras, fueron factores desencadenantes del pronunciado episodio. Muchos pozos se secaron, los riachuelos se anegaron, y los latifundistas más poderosos desviaron el curso de los cauces de agua que habían permanecido. La fatalidad se cebó con las pequeñas explotaciones agrarias y ganaderas hasta el punto de verse forzados a dejarlo todo para enfrentarse a un viaje hacia un lugar en que la tierra seguía siendo fértil, las explotaciones agrícolas eran extensísimas, y la necesidad de mano de obra parecía ser el único motor para la salvación de un sector económico que se hundía. California volvía a ser la esperanza para salir de la miseria. Lo fue a mitad del siglo XIX y ahora recuperaba de nuevo el papel que más la ha caracterizado a lo largo de su historia.

Pero, en esta ocasión, los caminos para llegar hasta ella eran más asequibles. La modernización del país permitía varias posibilidades pero la más usada fue la "ruta 66", una combinación de carreteras estatales que conectaba Chicago y las grandes llanuras con la costa meridional de California. Esta senda fue el escenario de la visualización más evidente de la pobreza norteamericana. Los camiones y furgonetas, poblados hasta arriba por la gente, definieron una estampa que pronto se convirtió en un rostro crudo y despiadadamente realista de la crisis iniciada en la bolsa de Wall Street un 29 de octubre de 1929.
Las historias de triunfo, salvación, o derrota definitiva llenan las páginas de la crónica histórica de la época. Con la llegada de Franklin Delano Roosevelt a la Presidencia en 1933 y la consiguiente aplicación de políticas intervencionistas basadas en las teorías económicas de John Maynard Keynes, los Estados Unidos iniciaron una larga fase de recuperación que no culminó, a nivel social, hasta los inicios de la siguiente década. El New Deal cambió lentamente las condiciones coyunturales que habían provocado el empobrecimiento de gran parte de la población. Pero ese éxodo hacia lo desconocido, esa huída hacia delante buscando la última esperanza, provocó en las personas afectadas una depresión generalizada que no pudo ser superada hasta la siguiente generación. 
John Steinbeck, aclamado autor californiano ganador del premio Pulitzer y el Nobel en 1962, es el novelista estadounidense por antonomasia cuando se habla del reflejo de la Gran Depresión en la literatura de la época. Después de De Ratones y Hombres (Of Mice and Men, 1937), donde ya trató el fenómeno del éxodo agrario, culminó su tratamiento del tema en Las Uvas de la Ira (The Grapes of Wrath, 1939). 
Esta segunda novela nos explica la historia de la familia Joad y del mayor de sus hijos, Tom. Después de salir de prisión, Tom vuelve a su casa en Sallisaw (Oklahoma) pero la halla desierta. Toda su familia se ha trasladado a la antigua casa de un familiar porque han sido víctimas del desahucio por impago. Decididos a salir de una situación en que la vida no es sostenible, se embarcan en un viaje hacia California donde se busca con ahínco a nuevos trabajadores para trabajar en sus extensas y fértiles propiedades agrarias. 
A lo largo del camino, los Joad se enfrentaran a toda clase de calamidades. La ruta es el escenario en que los sueños rotos se mezclan con la frágil promesa de un futuro mejor. Familias de todo el medio Oeste confluyen en la carretera y el drama humano surge por todas partes. La resistencia y perseverancia de Tom Joad alimentará de ilusión a los suyos aun cuando algunos miembros de la partida original no conseguirán sobrevivir a las duras condiciones del viaje. Las Uvas de la Ira es un canto a la fortaleza del espíritu humano y también un drama realista de proporciones épicas.
Darryl F. Zanuck movilizó la maquinaria de 20th Century Fox para realizar una película que muchos creían que no encajaba con su tendencia política. Pero el contexto de la II Guerra Mundial ayudó a configurar un mensaje que el público recibiría abiertamente. Y tener al mismísimo John Ford en la dirección aseguraba un tratamiento duro pero a la vez esperanzador. El aprecio y la defensa de la familia, por encima de cualquier otra consideración, es uno de los rasgos distintivos de Ford como autor y Las Uvas de la Ira es un texto que, bajo su mirada, concentra la atención en la unidad primigenia de todo ser humano para crear una película maravillosa.

Con una adaptación que corrió a cargo del productor y futuro director, Nunnally Johnson, John Ford creó una obra maestra del cine que ofrece la mejor representación que podemos encontrar de la Gran Depresión en el séptimo arte. Ford parece crear cuadros en movimiento de las escenas que poblaron el drama humano del éxodo hacia California. El realismo del que hace gala cobra sentido cuando comparamos las imágenes del film y las fotos reales de lo sucedido. Pero algo más subyace, más allá de la visualización gráfica de los hechos. El director nunca olvida que la fortaleza del ser humano es capaz de vencer cualquier obstáculo y es por ello que, al igual que el texto que la precede, la cinta refleja una sensibilidad extraordinaria y consigue que el dramatismo de los hechos te entre por los poros de la piel. Es una película de un humanismo atroz y, además, cobra repercusión cuando comprobamos la analogía con la época que estamos viviendo actualmente. Resulta curioso ver que este argumento no ha perdido nada de sentido sino que está más vivo que nunca. La historia moderna del primer mundo seguirá caracterizándose por episodios periódicos de crisis que tendrán diferentes causas y consecuencias aunque la base seguirá siendo la que hemos visto anteriormente: la lucha de las personas por sobrellevar las dificultades que les han sido impuestas por el sistema económico general.
Al final de la película, la matriarca Joad (Jane Darwell), después de todas las vicisitudes que han pasado, pronuncia unas palabras que son una auténtica declaración de principios:
"I ain't never gonna be scared no more. I was, though. For a while it looked as though we was beat. Good and beat. Looked like we didn't have nobody in the whole wide world but enemies. Like nobody was friendly no more. Made me feel kinda bad and scared too, like we was lost and nobody cared.... Rich fellas come up and they die, and their kids ain't no good and they die out, but we keep a-coming. We're the people that live. They can't wipe us out, they can't lick us. We'll go on forever, Pa, cos we're the people."

Por encima de las dificultades, de las penalidades que nos infligimos entre nosotros mismos, contamos con todo lo necesario para prevalecer. Porque el alma humana puede soportar tormentos más allá de lo indecible y debemos luchar para lograr que deseamos. A pesar de todo, nunca seremos barridos por completo y seguiremos batallando por construir un mundo mejor. Los ideales de justicia social van adheridos al sentido global de la novela y la película. Es indudable que John Steinbeck quiso crear un alegato contra la injusticia y la avaricia enfermiza. Pero, más allá del mensaje político, es importante constatar el sentido último y profundo de todo ello. Y John Ford, al amplificar el concepto de familia en la película como base y soporte sobre el que perdurar y construir un futuro, nos muestra que el poder de la unidad entre las personas es la mayor fuerza que existe para superar los problemas. Solo con generosidad, firmeza, y grandes valores podremos sobrevivir en la lucha constante que supone el día a día. 



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