Revista Cultura y Ocio

Viaje a ninguna parte. Captando el alma polaca.

Por Zogoibi @pabloacalvino

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Conducir por Polonia supone un cierto desafío y, ante él, los motoristas debemos extremar las precauciones; en todos los sentidos.

Pese a tener una vasta red de ferrocarriles que llega hasta el último rincón y pueblo del país, al salir esta nación de la órbita socialista y entrar en Europa optaron por la apuesta facilona y cortoplacista: el transporte por carretera. En lugar de modernizar sus vías, trenes e instalaciones ferroviarias, se vendieron a la poderosa industria del motor y desde entonces invierten los fondos para desarrollo en la infraestructura del asfalto y en fomentar el uso (o al menos la compra) de coches y camiones. De modo que sus rutas soportan un tráfico muy considerable, lo que, unido a sus agresivos hábitos de conducción y sumado al pobre pavimentado de, aún, muchas de sus carreteras, resulta en una experiencia vial algo peligrosa.

Polonia es, por ejemplo, el único país donde he visto esta señal de tráfico:

koleiny

Koleiny.

Koleiny son unas ondulaciones o canales longitudinales que se producen y quedan en el asfalto de mala calidad al paso continuado de tráfico pesado en los días de mucho calor. Estas ondulaciones, que normalmente tienen el ancho de vía de un camión, pueden “apoderarse” del volante de nuestro vehículo y hacernos perder el control de la dirección. En moto, el peligro es aún mayor, al verse modificado el plano sobre el que las ruedas apoyan.

Por otro lado, aquí es costumbre adelantar sobre línea contínua y -peor aún- con tráfico de frente cuando la anchura de los arcenes lo permite, de modo que los conductores dan por sentado que tanto el vehículo adelantado como quien circula en sentido contrario han de echarse a su derecha para permitir el adelantamiento de los cagaprisas. Y no se te ocurra protestar, porque te sacarán el índice por la ventanilla y, si es preciso, se detendrán para enzarzarse contigo en una pelea a puñetazo limpio, uno de los pasatiempos favoritos en las naciones eslavas.

No hace falta decir, por último, que a los polacos en general les fascina la velocidad y los adelantamientos en cadena; de manera que, entre unas cosas y otras, el extranjero que se aventura a conducir por este país debe andarse con mil ojos y mucha calma.

A lo largo de este viaje estoy escogiendo siempre carreteras de segundo o de tercer orden, pero en Polonia eso puede resultar una equivocación, porque estas últimas están con frecuencia en muy mal estado, con un pavimento tan rugoso y lleno de parches que parece uno estar conduciendo sobre adoquines, como me ha ocurrido innumerables veces estos días.

La ruta más o menos directa que he seguido desde Miedzylesie hasta Torun (mi siguiente objetivo importante) me ha llevado tres días. Primero he pasado por Breslavia, una bonita ciudad en rápido proceso de modernización (con la consiguiente pérdida de su carácter) donde he pasado una noche para quedar con un amigo; y después he seguido hacia el norte cruzando inacabables llanuras de sembrados y explotaciones agrícolas. El sol ha apretado fuerte, con máximas de hasta 37 grados y una humedad sofocante. Esta tierra — pese a que mis amigos polacos se ríen cuando lo digo — tiene en verano un clima tropical, con altas temperaturas, mucha humedad y, consiguientemente, frecuentes y aparatosas tormentas vespertinas. Una de ellas, la más fuerte, me cayó el día que hice parada en Jarocin, un pueblo en pleno centro de esta aburrida región. Por suerte, empezó a llover cuando anochecía y yo estaba ya a resguardo en la habitación del hotel.

En cuanto a lo del aburrimiento, me refería sólo al trazado recto de las carreteras, porque en general, sobre todo si uno sabe mirar a su alrededor con ojos verdaderamente curiosos, hay muchas cosas interesantes en este país que, hasta antesdeayer, como quien dice, ha vivido en la órbita del socialismo soviético.

Estación de Sulów Milicki.

Estación de Sulów Milicki.

Una de esas cosas, de las que a mí me fascinan, son sus estaciones de ferrocarril, con sólidas y duraderas construcciones de ladrillo, casi siempre descuidadas cuando no en semiabandono, su entramado de raíles, sus muelles de carga y los sempiternos vagones de mercancías olvidados en las vías muertas, todo ello muda muestra de un pasado cercano, que nos habla, desde el silencio y la quietud, de una actividad y una vida que ya no existen.

Estación de Kobylin.

Estación de Kobylin.

Dejo para otra ocasión -uno de esos proyectos eternamente aplazados- realizar un viaje y reportaje fotográfico por todos esos cientos, quizá miles de estaciones polacas que, con su aire de abandono, parecen estar soñando con tiempos que ya no han de volver.

Ropas a tender junto al andén 3.

Ropas a tender junto al andén 3.

Otro de los signos de identidad de este país aún predominantemente rural son sus viejos molinos de viento, ya en total desuso, que podemos encontrar repartidos por toda su geografía. Me gusta -como a buen enamorado del pasado- llevar mi imaginación hacia aquellos días en que las familias se afanaban en labores agrícolas junto a estas o similares construcciones, cuando la vida era tanto más dura para el cuerpo cuanto más sencila para el espíritu, los amores se forjaban en el campo y durante lustros no había que adaptarse a más cambios que los que imponían las estaciones. Y aún hoy, pese a toda la modernización, no es difícil encontrar en Polonia decenas de localidades cuya atmósfera ha de recordar bastante a esa de tres décadas atrás.

Junto a un viejo molino.

Junto a un viejo molino.

Para acabar este capítulo, cómo no, además de Juan Pablo II y mucho antes que él, la Virgen María protegiendo el campo, las cosechas y las casas de este pueblo que ha sido tradicionalmente tan católico y devoto, hasta que la reciente y repentina intrusión del mercado global y el materialismo sin coto han venido a redimirlos de sus religiosas supersticiones y a abirles los ojos hacia los nuevo dioses de la moda y el consumo.

Virgen María velando por el pueblo.

Virgen María velando por el pueblo.

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