Antes de nada, agradecer a los carmelitas de Segovia su aportación a este viaje, tanto económica como emocional, a Andrés Aganzo, Tere Muñoz, Pilar López, Jesús Mateo, Chema, a San Millán, Candi, Amparo (la madre de Irene), Felix Matesan, el Pueblo de la Puebla de Pedraza, María Ángeles y Javi, el Ayuntamiento de La Granja, el Instituto Andrés Laguna y a las Carmelitas de Ciudad Real, por su apoyo espiritual, a nuestros guías en este viaje: Pascual Crespo, Tomás López Peñá (MSF), Ángel Arrabal, Javier Pardo (HGSegovia), Mariluz Lamana, asociación Alezeia, YMCA España, y a todos los que han colaborado para hacerlo posible que son muchos más de los que aquí aparecen, ya sabeis quienes sois.
Han sido tantas cosas en tan poco tiempo, y hace tanto calor, que cuesta hacer que las neuronas empiecen a montar las piezas de este gran puzzle que estamos construyendo. Y digo estamos, porque para mí lo más importante es que formamos un gran equipo, capaz de solucionar todos los problemas que nos puedan ir surgiendo.
Parecía que no iba a llegar el día, pero al final el calendario llegó a la fecha indicada: 15 de febrero de 2010, el comienzo de una gran aventura. En Barajas se reunió todo el grupo. Muchas maletas, nervios y alguna mochila repleta de ilusiones. De ilusiones y de material médico que debía resultar bastante sospechoso en el detector de metales, que se lo digan a Blanca que vio como registraban hasta los caramelos del macuto en el que llevaba el esfingomanómetro, mientras un negro imponente, le decía en inglés con acento de New York (según Irene) que podía oir como latía su corazón. Y es que a pesar de que el vuelo se retrasó en Madrid porque estaban descongelando los motores del avión, conseguimos coger en París el enlace a tiempo, aunque ese pedazo de negro, casi nos deja en Tierra.
Tras la llegada a París vino el único momento en el que hasta ahora todo el grupo ha estado separado, y es que, durante el trayecto de avión hacia Cotonou tuvimos que hacer amigos. En mi caso, me tocó con 2 cooperantes italianos, que haciendo honor a su patria y su fama de ligones acabaron dándome el correo para que nos pusiéramos en contacto (tranquilo cariño que no eran mi tipo). Parece ser que venían a montar una red de informática cerca de Cotonou, o eso es lo que deduje en nuestra mezcla de idiomas.
Hubo un momento, en el medio del viaje, en el que nos reunimos al lado de los baños para comentar el trayecto, hasta que el olor empezó a ser difícil de soportar. Finalmente, aterrizamos en el aeropuerto. Treinta grados a las 9 de la noche. Empezamos a quitarnos capas, el aire ardía. Recordad, que amanecimos en el medio de una nevada. Al pisar tierra firme, vimos a unos negros, con túnicas impresionantes y un cartel con el nombre de la líder del grupo (Maribel Serrano). Entonces, los que íbamos delante nos acercamos, a intentar comunicarnos. A la pregunta: Do you speak English? me salió un inglés macarrónico: "Yes, de mother de Cris (No es que mi inglés sea perfecto, pero me estaba costando encontrar el poco francés que alguna vez estudié y esa parte de mi cerebro andaba bloqueada)".
Cuando conseguimos reunir a todo el grupo, enseguida nos vimos rodeados de militares que nos metieron en coches y nos llevaron a la sala VIP del aeropuerto, donde nos recogió la Ministra de Sanidad en Persona y tras unas fotos de rigor y la firma de unos papeles que a decir verdad no sé muy bien para que eran, fuimos tres voluntarios a por los equipajes, escoltados por los militares. Al llegar a la aduana, que no tuvimos que pasar, gracias a la escolta que llevábamos, nunca antes me había sentido tan blanca. Abriéndonos paso entre un montón de negros, conseguimos ir cogiendo las maletas. Si respirar con esa humedad y esa temperatura ya costaba, imaginaos sacando 16 maletas llenas a reventar en un espacio hacinado. Nos repartimos como pudimos, lo que a Javi, le costó su primera herida de guerra, al engancharse el dedo con una de las maletas, que no se asuste su madre, que sólo fue un arañazo.
En un momento perdí de vista a mis dos compañeros, cuando Javi llamó a Cris para poder comunicarse con los militares de la aduana y me vi allí sola, rodeada de gente cuyo idioma no entendía y me veía allí aprendiendo a llevar piñas en la cabeza para ganarme la vida como esa africana que habíamos visto al entrar.
Al final, acabamos con las maletas, y volvimos a la sala VIP del aeropuerto. Donde nos hicimos fotos con un cuadro de Yayi Boni (El presidente del país) y había hasta aire acondicionado.
Llegó por fin el sacerdote que entendía español y nos llevó en 2 coches (con las 16 maletas facturadas, atadas con cuerdas porque el maletero no cerraba, más el equipaje de mano y 11 personas) eso sí, último modelo: Renault 11 y Peugeot 506, un lujo aquí, amos que ni los gitanos del mercadillo de Ciudad Real. Hasta una residencia de monjas donde comimos el plato típico del lugar, pollo a la bibicleta, llamado así por la forma en que lo cazan.
Tras una ducha, de lo más relajante, a pesar de que no había agua caliente, o mejor dicho, gracias a Dios, porque maldita la falta que hacía, me tocó hacer de nuevo la maleta, porque obviamente, no iba a necesitar nada de lo que tenía de manga larga y otras cosas como el antimosquitos y la crema solar se convertirían desde entonces en imprescindibles. Y con el olor a gasolina impregnando el ambiente, ruido de muchísimo tráfico y empapados en sudor. Con la sensación de estar abrasándome, a las 12 de la mañana bajo el sol de la playa, solo que no había ni pizca de sol, porque era de noche, entré en la mosquitera, impregnada, el Relec, y al fin, llegamos a África...