En el corazón del Parque Natural del Saja, entre las sombras de los bosques y cobijado por los montes que lo rodean, se encuentra Bárcena Mayor, el único pueblo habitado dentro de los límites de esta reserva protegida. Una carretera de 10 kilómetros se desvía, siguiendo el recorrido del río Argoza, hasta este lugar, donde muere a la entrada, a la altura de las primeras casas. Más allá, sólo hay pistas que recorren los montes.
Bárcena no es un pueblo cualquiera; es la máxima expresión arquitectónica de la Cantabria rural, si es que existe otra. Aquí se encuentran los mejores ejemplos de la arquitectura popular montañesa, con la madera y la piedra como materiales de construcción básicos, aunque muchas de sus viviendas se doblaron sobre sí mismas, no pudiendo soportar el paso del tiempo y el vacío que dejó la emigración de los llamados jándalos.
Hoy en día, se puede recorrer en tan sólo unos minutos este pequeño pueblo, de trazado irregular, con dos calles principales y numerosas plazoletas en su interior, donde antes, mucho antes de lo que podamos acordarnos las generaciones de hoy, existieron en su lugar casas que acabaron por ser derrumbadas.
Y es que Bárcena Mayor tiene historia, y mucha. Lleva en pie nada más y nada menos que 12 siglos, siendo tal vez el pueblo más antiguo de la región. Al ser una zona de tránsito entre la montaña y la meseta, por aquí circularon todo tipo de gentes, comerciantes, soldados, o viajeros. Todavía hay restos de una supuesta calzada romana, que sirvió de acceso al valle durante los siglos venideros, aunque las primeras referencias a este lugar son de la Edad Media.
Carlos V y la Ruta de los Foramontanos
Los foramontanos fueron aquellos hombres y mujeres del norte que, después de las batallas de la Reconquista, marcharon a repoblar las tierras de Castilla, concretamente las tierras al norte del Duero, que habían quedado vacías.
Sobre el paso del famoso emperador, siglos después, por estas tierras hacia Castilla hay muchas leyendas. Sin embargo, una historia muy conocida es la que sucedió en este alejado pueblo de la montaña. Proveniente de los Países Bajos, y habiendo desembarcado en la costa del Cantábrico, el susodicho se dirigía hacia los puertos de Palombera, camino de Reinosa, por la famosa ruta de los foramontanos, cuando tuvo que quedarse a hacer noche en Bárcena Mayor.
El remilgado emperador no encontró hogar digno (y limpio) donde asentarse, pues le asqueaba el olor de las moñigas de las vacas que habitaban la parte inferior de las casas, por lo que tuvieron que habilitar una socarrena con todo tipo de tapices, pieles, alfombras y ropajes, para que pudiera pasar la noche su majestad.
Dice Cosío, famoso escritor de nuestra tierra, que debió ser más que toledana, pues descargó una importante tormenta que inundaría la estancia improvisada, precipitando la salida del rey en mitad de la noche.
Venir a Bárcena Mayor es retroceder varios años en el tiempo. Es viajar al pasado, a lo añejo, lo tradicional, a la época en que mis abuelos eran niños. Aquí se sigue trabajando la madera, las chimeneas huelen a leña, los carros siguen aguardando bajo las tejabanas, como si esperaran a que los sacaran de nuevo a trabajar, y de los balcones cuelgan todo tipo de artilugios y herramientas de labranza, amén de los coloridos geranios que los pueblan.
Por las calles uno se encuentra troncos y astillas amontonados para el invierno, algún viejo horno que sobresale de las fachadas, o taladreros en desuso en los que antiguamente se trabajaban las artesanías, en la época en que la mayor de las Bárcenas proveía de aperos y calzado a las tierras hermanas de Castilla.
Hoy, convertido en Conjunto histórico-artístico, Bárcena Mayor es una perfecta obra esculpida a cincel sobre un marco incomparable. Nuestros antepasados dejaron aquí un legado arquitectónico, artesano y cultural, sólo comparable a otros tantos pueblos de la región, como Potes, Santillana del Mar, o Carmona, por citar algunos de los más turísticos, pero no son los únicos.
Con el paso del tiempo y el nuevo título otorgado, Bárcena Mayor se fue transformando radicalmente en pocos años con la llegada del turismo. Todas sus casas, calles y plazas fueron saneadas y reformadas, confiriéndole un aspecto de perfecta maqueta a escala 1:1, guardando armonía y equilibrio, es decir, sin construír aberraciones modernas que rompieran la estética del lugar, pero perdiendo parte de su esencia irremediablemente.
Si bien muchas labores han desaparecido para dar paso a otras nuevas, las que aún perduran, como la artesanía, lo hace de cara a ese fenómeno de masas que es el turista. Madera, mimbre, souvenirs varios, o productos típicos como las diferentes variedades de quesos, embutidos o la famosa miel de Bárcena Mayor, son un imprescindible en todas las tiendas en el pueblo.
En cuanto al paladar, los restaurantes ofrecen como típico todo tipo de carnes de caza, o nuestro famoso cocido, el cocido montañés.
Lugares, rincones y sabores, sin duda, inigualables, que harán que el viajero siempre quiera volver.
Bibliografía:De pueblo en puebloWiki