Revista Opinión

Viaje al infierno

Publicado el 27 diciembre 2016 por Carlosgu82

Viaje al infierno

Recuerdo que cada tres días que pasábamos sin ir al frente de batalla nos reuníamos todo el escuadrón para beber whisky, o en su defecto para fumar opio; algo bastante más común debido a la escasez de sustancias alcohólicas. En realidad habíamos tenido mucha suerte, solo nos había tocado entrar en combate dos veces en los casi tres años que llevábamos allí; lo que había producido una sensación de despreocupación que ni siquiera los altos cargos podían aliviar. Diría que, exceptuando las pocas ocasiones que habíamos estado en el frente, mi estancia en el campamento había sido casi como unas vacaciones. Sin embargo, lo que ocurrió aquella noche indudablemente cambió el rumbo de mí vida y de mí cordura para siempre.

Todo empezó el último jueves de Febrero, recuerdo que había bebido muchísimo y que la cabeza empezaba a darme vueltas. Hacía una noche espléndida y yo empezaba a tener ganas de lidiar con el sueño, cogí mi paquete de tabaco y salí de la tienda de uno de mis compañeros; el frío agudizaba cada vez más y apenas podía sentir los dedos de las manos. Me encendí un cigarro y caminé durante diez minutos por todo el campamento. Cuando conseguí terminarlo tiré la colilla al suelo y entré en mi malgastada tienda, la cual empezaba a poseer huellas de la escarcha. Me tumbé rápidamente y mis párpados se cerraron sin ni siquiera haberlo planeado. Recuerdo que durante un corto periodo de tiempo, justo antes de dormirme, sentí como mí cuerpo levitaba; no le di importancia, realmente iba muy embriagado.

Unas fuertes voces me despertaron, no podría olvidar el estruendo que abrió mis ojos. Aquel jaleo provenía de fuera y yo, guiado por mi curiosidad, me levanté rápidamente; en ese momento noté unos fuertes dolores en mi cabeza. ¿Tan rápido? pensé refiriéndome a la posible resaca que se había cernido sobre mi. Los ruidos y los gritos no cesaban, al contrario, cada vez se podían oír mejor; estaba claro que una masa de personas era el artífice de aquel molesto barullo que poco a poco picoteaba mi cerebro. Salí de la tienda y pude ver a lo lejos una muchedumbre que rodeaba lo que parecía un cuerpo ahorcado. Solo conseguía vislumbrar las siluetas y poco a poco me fui acercando, curiosamente a medida que iba acercándome mí cabeza agudizaba cada vez más el dolor. Efectivamente, una silueta colgada del cuello se balanceaba lentamente sobre el eje de la cuerda, estaba de espaldas por lo que no pude reconocer quien era aquel pobre desgraciado.  De repente, me fijé en que las personas que rodeaban el cadáver eran soldados extrañamente desconocidos para mí, no conseguí ver el rostro de ninguno de mis compañeros. Uno de aquellos desconocidos se dio la vuelta para mirarme, noté un gélido escalofrío cuando se cruzaron nuestras miradas , él solo sonrió. Alguien prendió fuego al ahorcado y el roce de la antorcha con el cuerpo provocó que este se diera la vuelta mientras empezaba a ser poseído por las llamas. En ese momento despertó mí locura. Lo vi, era yo, aquel cuerpo recién ajusticiado era yo, y estaba ardiendo. Mí cabeza empezó a sentir dolores cada vez más fuertes y el sudor empapó mi cuerpo. Me quedé inmóvil, petrificado ante aquel inhumano espectáculo, recuerdo que estaba tan asustado que no pude ni preguntarme qué estaba pasando, ni siquiera me planteé que clase de pesadilla era. Entonces abrió los ojos y lo peor de todo, es que empezó a mirarme mientras sus pupilas desaparecían hasta quedarse totalmente en blanco, algo que provocó en mi el más absoluto de los miedos. Mí cabeza experimentó un explosivo malestar , aunque debido al estado de “shock” en el que me encontraba ni siquiera tuve sangre para poder quejarme. El cuerpo habló y en un instante, sin saber cómo, estaba a tan solo medio metro de mi, mirándome mientras sus llamas empezaban a hacer que su mandíbula tiritase de frío. No articuló ni una sola palabra que pudiera entender, y yo, no podía dejar de mirar sus blancos ojos, mis blancos ojos mejor dicho. Después de pronunciar un discurso que, inexplicablemente provocaba un agónico pánico en mi interior, terminó con tres palabras: te estaremos esperando. Acto seguido empecé a gritar y salí corriendo. Solo giré la cabeza una vez y lo único que vi fue como mi llameante cuerpo se iba derritiendo. Jamás olvidaré aquella lengua cayéndose a trozos, jamás olvidaré aquellos ojos blancos. Corrí durante unos cien metros y mí cuerpo cayó a un oscuro vacío mientras me desmayaba, aterrorizado aun por lo que había presenciado.

Me desperté sobre un arbusto durante el alba, tenía el torso y las extremidades bastante doloridas. Recordé mí terrible experiencia y en unos instantes deduje que debido al mal estado de mi cuerpo, provocado por el licor, la noche anterior había caído por algún terraplén cuando me disponía a volver a mí tienda. Suspiré aliviado, había tenido una de las peores pesadillas que un hombre puede tener, pero todo había pasado. Sin embargo, un olor a chamusquina se adentró en mi tabique y mis pelos se erizaron en cuestión de segundos. Subí por la cuesta por la que debí haber rodado la noche anterior y entonces mis ojos presenciaron la barbarie. El campamento había sido arrasado. Las montañas de cadáveres apilados se amontonaban entre ellas y una gran capa de ceniza y ascuas se extendía por todos los lugares, solo unas pequeñas llamas sobrevivían levemente. Caminé por lo restos de lo que había sido mí hogar durante casi tres años. El paisaje pudo conmigo y me desplomé hincando los rodillas en el suelo, apoyé las palmas de las manos en mis piernas para no perder el equilibrio. El viento soplaba débilmente, suspiré. Una hoja de papel empujada por la corriente golpeó mi cara.

Durante los próximos siete años estuve vagando por aquellos lugares apartados de la civilización sin mantener ningún tipo de contacto con seres humanos. Sobre todo me refugié en lo más profundo de salvajes montañas, donde nadie pudiera encontrarme; viví con un eterno escalofrío hasta el fin de mis días. Se lo crea o no, mí querido lector, no pude volver a dormir nunca más, pues cada vez que bajaba el telón de mis ojos veía a mí cuerpo envuelto en llamas, sentado mientras escribía en un papel aquellas tres palabras que tanta turbación me provocaban. ¿Qué porque nunca volví al mundo de los humanos? Supongo que nadie está preparado parar mirar mis ojos, los mismos ojos en blanco que aquella noche me sumergieron en el infierno.


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