El segundo día en el norte de Portugal fue una excursión a Braga y Guimarães. Como el día anterior, estaba claro que íbamos a mojarnos, pero íbamos todos bien pertrechados.
La excursión empezó en el santuario del Bom Jesús, un lugar de peregrinación. Está en lo alto de una montaña y hay una larga escalera plagada de estaciones de peregrinación con grandes esculturas y fuentes. Pero por supuesto nosotros no subimos todas, nos llevaron arriba del todo y nos dieron tiempo libre, así que solo pude bajar hasta la penúltima estación antes de volver arriba, entrar a la iglesia corriendo para verla y regresar al autobús.
Después fuimos a Braga y, con la excusa de la lluvia, en vez de pasear por la ciudad nos lo contaron todo dentro de un cenador y pasamos más tiempo del necesario dentro de la catedral. Por suerte no tenía contratada la comida con ellos y pude aprovechar en ese rato para visitar la ciudad, que tiene bastante encanto, mientras los demás se quedaban en el restaurante. Además de ver el centro histórico, me comí un bacalao típico de Braga en un restaurante plagado de aficionados al fútbol porque en ese día coincidía con el partido de la Champions.
La última parada fue Guimarães, y comencé a mosquearme cuando intentó contarnos todo lo que veíamos desde el autobús, como si fuera un tour panorámico. Por suerte, cuando llegamos al castillo había escampado y pudimos bajarnos y verlo. No obstante, en vez de bajar andando por el parque del castillo hasta el centro como estaba previsto, nuevamente con la excusa de la lluvia nos saltamos la parte del parque. Bajamos de nuevo frente al Palacio de los duques de Braganza y ahí comenzó a llover otra vez. Entonces quisieron que nos metiéramos en el autobús y dar otra vuelta panorámica en vez de entrar en el casco histórico, que es para lo que se va a Guimarães. Dije que si alguien no quería mojarse se metiera en el autobús, pero que nos dejaran entrar en el casco histórico a los que no nos importara un poco de agua. La respuesta fue negativa y nos obligaron a meternos en el autobús hasta que amenacé con poner un libro de reclamaciones. En ese momento, rectificaron y decidieron dejarnos bajar a los que quisiéramos para ver el casco histórico. Quince minutos no es que sea mucho, pero por lo menos pudimos ver esa maravilla Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Y entonces, aunque de mala gana, sí que accedí a que nos metiéramos en el autobús para irnos, aunque no habíamos tenido todo el tiempo libre que nos prometían en el tour y acabamos una hora antes de lo previsto.
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