Relatar en pocas palabras la experiencia de la visita a la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires, el encuentro con Don Miguel Ángel Roca, la larga conversación con el Arquitecto y profesor adjunto Don Víctor Villasuso, la visita a los talleres y al Museo de Maquetas, es una tarea imposible, por la riqueza y la densidad del aprendizaje que de ello deriva, de modo que abordaremos el tema por partes.
Lo primero es referir el impacto de la llegada a la megaestructura de estilo brutalista que alberga las escuelas de diseño, indumentaria y arquitectura de la Universidad de Buenos Aires, institución estatal, gratuita, autónoma y autocrática.
El edificio construido entre 1960 y 1968, fue diseñado por los Arquitectos Horacio Caminos y Eduardo Catalano, el mismo que diseñara en el año 2002 la escultura “Floralis Genérica”, ubicada en la Plaza de Las Naciones Unidas de la Capital Federal de la República Argentina, y que se ha convertido en una más de las imágenes de postal de la ciudad.
El centro del edificio lo constituye un gran espacio central de cuádruple altura, sobre el que se abalconan los corredores perimetrales de todos los niveles y que dan acceso a los recintos docentes y administrativos, y que lo convierte en un espacio que da cuenta de la naturaleza democrática y participativa de la institución, tanto por la naturaleza de un espacio que comunica convergencia, igualdad, encuentro y debate, como por la profusión de las expresiones gráficas que en él se exponen, al modo de una colorida feria del pensamiento universalista.
En este espacio conviven, complementándose, múltiples actividades: Los comedores del casino, que son también mesas de trabajo, cuando ello se hace necesario; tarimas destinadas a presentaciones, y que también asumen doble rol, prestándose para la elaboración de trabajos de grandes dimensiones; muestrarios de alfombras improvisadamente convertidos en reposeras y camastros en los que duermen los estudiantes agotados por intensos trabajos que han demandado noches de esfuerzo.
Es un espacio que respira, palpita, y comunica vitalidad, así como los talleres de la Facultad, en los que, por la estructura vertical del desarrollo de encargos, conviven estudiantes y profesores de distintos niveles, trabajando sobre un mismo tema, en niveles de complejidad acordes al curso respectivo, pero en el que la cercanía física permite a los estudiantes que se inician, aprender de los mayores, y a los propios profesores extender su enseñanza más allá de los límites del nivel a su cargo, así como exponerse a la constante evaluación de sus estudiantes y de sus pares, en el contexto de una estructura académica que se gobierna, y ejerce sobre sí misma un permanente control de calidad más severo que cualquier sistema de acreditación externa.