Por Iván Rodrigo Mendizábal
(Publicado originalmente en revista digital Amazing Stories, el 27 de julio de 2015)
La Cueva de los Tayos, ubicada en una selvática zona de la provincia Morona Santiago en Ecuador, ha dado lugar, desde su popularización desde la década de 1960, a una serie de historias y conjeturas. Muchas de ellas señalan que vendría a ser el último reducto donde se guardó la memoria de alguna civilización pasada, hoy perdida, de aproximadamente 9.000 años a.C. Aunque existen evidencias arqueológicas y otros materiales que han sido registrados en forma empírica desde hace décadas, también hay detractores que señalan que tal cueva –por debajo del suelo– es apenas un accidente de la naturaleza y que no estaría en ella la biblioteca metálica que algunos arqueólogos arguyen haber hallado. Lo cierto es que en la década de 1970 una expedición extranjera, apoyada por el ejército ecuatoriano, en la que participó también el astronauta Neil Armstrong, en efecto visitó la Cueva de los Tayos y extrajo de ella artefactos, los que fueron guardados en cajas y sacados del lugar, hecho que alimentó más las teorías de civilizaciones perdidas posiblemente tras algún cataclismo que sufrió la Tierra.
La Cueva de los Tayos, en cualquier caso, se ha vuelto una leyenda que, ligada a la literatura, hace imaginar universos de ficción donde los mundos posibles pueden ser explorados con mucho ingenio. La novela de Ney Yépez Cortés, Crónicas intraterrestres: en la Cueva de los Tayos (2010), tiene como telón de fondo precisamente tal caverna subterránea y el mito de una civilización que, en este caso, sigue estando viva, en el interior de la Tierra.
El argumento de la novela tiene que ver con una expedición emprendida a la Cueva de los Tayos por unos jóvenes, a raíz de la desaparición de un científico. Al principio tal viaje implica conocer la zona, a sus habitantes originarios, los shuaras, paro luego saber del descenso hacia la cueva e interiorizarse en ella. Yépez Cortés de inmediato nos envuelve con una prosa ágil que describe los hechos y la situación de terror que se puede vivir al interior de la cueva, más aun cuando la comitiva parece sentir la presencia de unos seres que les acechan. Producto de este hecho, en efecto, el protagonista es raptado; este luego se despierta en el interior de unas cavernas donde prevalece una luz verduzca; al parecer son unos seres grises pequeños, que resguardan una ciudad abandonada, con pirámides truncas, los que le retuvieron. Al tratar de escapar, ve una fabulosa pelea entre estos y un ser descomunal, y luego con un guerrero que le rescata y le lleva, a través de un túnel dimensional, precisamente al centro de la Tierra, donde hay toda una civilización avanzada y que ha vive desde los inicios de la humanidad; se trataría ahora de los descendientes de los atlantes, los agarthianos.
Hasta acá el autor nos presenta la entrada a un mundo otro. Esta estrategia sirve a Yépez Cortés a entrar directamente en el tema de su novela: saber que hay mundos multidimensionales, de los cuales nosotros apenas viviríamos o estaríamos conscientes de uno, al que llamamos “realidad” material. Es decir, que el común de la gente desconoce los mundos multidimensionales, esos planos vibratorios de conocimiento por los cuales se puede comunicar entre diversas entidades y culturas; la nuestra apenas estaría reducida a la actualidad, al presente y a su finitud.
Es evidente el sesgo esotérico porque el viaje al interior de la Tierra asemeja a una especie de bajar y caer desde la realidad material a la realidad del pensamiento o del conocimiento, si se quiere, “holístico”. El viaje es la metáfora de un descubrir, a partir de un hecho fortuito, y penetrar al reino de lo que podría ser “fantasioso” –mediante el discernimiento de los rastros abandonados de una civilización destruida, ahora en manos de seres grises, especie de extraterrestres–. Pero desde allá, Yépez Cortés salta a ese otro plano de comprensión, el fundamental para saber que los seres humanos tienen otra potencia espiritual que se la desconoce.
El guerrero es descrito como un ser de luz quien, en una nave que asemeja a un platillo volador, lleva al protagonista a conocer la civilización atlante en el interior de la Tierra. El capítulo 3: “Revelaciones del intramundo” es una especie de discusión teórica-filosófica acerca, precisamente del mundo multidimensional. Contra la tesis de que el centro de la Tierra es sólida y líquida, hecho que se relaciona con la ciencia pura, y contra la idea de que la Tierra es hueca, a la cual se puede llegar por algún pasaje secreto, hecho muy popular desde la novela de Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra (1870), cuestión que remite a la literatura de viajes extraordinarios y de ficción científica, el viaje de Yépez Cortés es, por el contrario, de un aprendizaje del conocimiento esotérico. Pero ello no le exime de hacer explicaciones queriendo anclar su relato en la ciencia ficción. Entonces, en dicho capítulo, hay la justificación del género, que saca a la novela de la fantasía, cuestión que parecía verse solo en las primeras páginas.
La discusión acerca de un mundo hueco, donde hay luz eterna, mundo hueco interconectado con puntos del planeta donde hay intensa espiritualidad, implica el saber de una interconectividad entre planos dimensionales, entre seres que controlan los portales y los lugares con el resto de la humanidad, pero sobre todo, en la idea de que desde el interior de la Tierra, gracias a la civilización vigilante y los lugares interconectados, particularmente ciudades y lugares míticos de América, se genera un circuito energético. En otras palabras, Yépez Cortés estaría señalando –usando argumentos tanto de ciencias como de filosofía esotérica– que estos seres y sacerdotes velarían por el curso de la humanidad a pesar de los problemas que los propios seres humanos, debido a su ignorancia, suscitan. Se descubre, por lo tanto, que la caída o rapto del protagonista en ese mundo multidimensional, tiene que ver con hacerle concienciar, enseñarle, traspasarle el conocimiento necesario para que también sea parte de ese circuito energético cuya finalidad es el combate con el mal.
El momento en que los hechos se suscitan, por lo tanto, coinciden con una lucha interna en el mundo intraterrestre, entre los agarthianos y los oscuros Daoisith quienes además quieren invadir el mundo actual humano. Para conocer el origen de los seres malignos, los agarthianos abren al protagonista lo que llaman los “registros akáshicos”; mediante estos, en un lugar de aprendizaje se abre el conocimiento hacia el pasado, desde que se formó la Tierra. La finalidad es saber el origen de quienes horadaron el orden establecido, el equilibrio universal. Todo esto, según los personajes de la novela, tiene sus efectos hasta la actualidad en el desequilibrio mundial, no solo a nivel humano-social, sino, sobre todo, medioambiental: todo estaría interrelacionado mediante vibraciones energéticas. Empero, el problema ahora está en que los oscuros seres que intentan apoderarse de la Tierra, tienen la intención de hacerse de los registros akáshicos con los cuales podrían hacer lo que quieran con el mundo y el universo, creando, según el maestro con quien está el protagonista, una especie de máquina del tiempo, con el que se crearía un futuro alterno, cambiando el pasado y también el presente (p. 102).
La finalidad salvífica está presente en la última parte de la novela, donde los agarthianos se enfrentan con los oscuros seres que infructuosamente intentan penetrar la ciudad intraterrena. Tanto el protagonista, sus amigos –que son recuperados tras también perderse en la travesía, así como el científico secuestrado, quien igualmente es rescatado–, todos ellos van a luchar con el mal. La idea es defender los portales dimensionales y sobre todo uno por el cual los oscuros saldrían a poblar la Tierra. Obviamente en esta última parte la novela reafirma, si se quiere, una cierta vocación pedagógica; pues el mal no puede reinar por sobre el bien, más aun cuando ahora en el combate están unidos los maestros de civilizaciones perdidas y gente joven, “consciente” y adiestrada.
Crónicas intraterrestres: en la Cueva de los Tayos es una novela que pretende anclarse en la ciencia ficción pero su orientación también raya a veces con lo fantástico; es decir, es una obra que juega a ambos planos estéticos. Las explicaciones de ciencia ficción al estar interpenetradas por la filosofía orientalista o el esoterismo hace que veamos a la novela como híbrida. El autor trabaja tanto el plano descriptivo como el filosófico con mucha solvencia. En otras palabras, estamos ante una novela que juega la aventura, la lucha cósmica en la misma dimensión que lo que pretende explicar, la manida tensión entre el bien y el mal. Sin embargo, para un acucioso lector de ciencia ficción a veces la retórica esotérica puede parecerle falsa, hasta como sobrepuesta, desluciendo las explicaciones hasta connotarlas como pseudocientíficas. La novela de Yépez Cortés cumple con eso del distanciamiento cognitivo –ver el mundo actual desde otro mundo– y también el novum –el conocimiento sobre el origen del mal–, requisitos para definir a un relato como de ciencia ficción, de acuerdo a Darko Suvin –ver: Metamorphoses of Science Fiction: On the Poetics and History of a Literary Genre (1979)–, pero el sendero que toma es distinto a lo que podría ser una discusión sobre el impacto tecnológico en la vida social. Lo que podríamos considerar esa apropiación de los registros para hacer una máquina del tiempo, como hipótesis, es, de pronto, abandonada o sugerida, veta que pudo haber alimentado a la novela de un argumento mucho más rico e intencionado que la pudo elevar a una categoría diferente. Esto se obvia y hace decaer la novela en su último tercio. Igualmente el conocimiento esotérico que se pretendía pasar al lector de pronto se deja sin efecto gracias a la exigencia, posiblemente editorial, de hacer una novela de aventuras y de lucha. Por todo ello, la novela, por más ágil en su prosa, por más intencionada en su mensaje, decae y deja abierta la posibilidad de una novela de mayor profundidad.
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