Revista Viajes

Viajes por el Caribe

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

Sapzurro, Colombia

Sapzurro, Colombia

Soy venezolana, pero vivo en Colombia, específicamente en Medellín, ciudad que queda a diez horas de camino por tierra hacia el mar. Mi acento destaca mucho por estos lares; antes de continuar cualquier conversación me interrumpen con la típica pregunta: ¿eres de la costa? Siempre respondo que sí, pero luego me dicen: ¿de Santa Marta o Barranquilla? y mi respuesta reiterativa es: soy de la costa venezolana. Es cierto, soy costeña, aunque mi cuerpo esté rodeado de este maravilloso verdor de montaña, mi alma siempre me espera en cada lugar donde el contexto sea la playa.

Cuando vives en Caracas no te percatas que el mar se vuelve parte de tu esencia. Por el solo hecho de tenerlo a veinte minutos, crees que en todo el mundo las personas tienen el mar también tan cerca, tan accesible, tan cotidiano, tan a la vuelta de la esquina.

El litoral central venezolano lo conozco desde Chichiriviche de la costa hasta una paradisiaca playa llamada Osma (mucho después de Los Caracas) En ambas, río y playa se encuentran; uno conjuga lo dulce y lo salado dentro de un mismo espacio y desconocemos que en otras localidades no tengan a la mano esta vivencia.

La travesía hacia el mar siempre me lleva a nuevos lugares: una semana en Margarita con una amiga, o lo que es lo mismo, una semana recorriendo playa El Agua, El Yaque, Pampatar, Guacuco, La Restinga. “Costeando, costeando”, como dice el margariteño. Una semana santa en Boca de Uchire o un fin de semana largo durmiendo en carpa en Cuyagua. Un recorrido por Cayo Sombrero o Cayo Borracho en el Parque Nacional Morrocoy con mis primas, o un viaje de trabajo en el que aprovecho el sol de la mañana antes de una reunión para caminar por el Paseo Colón de Puerto La Cruz. Todo eso me hace entender que el mar ha sido parte de mi entorno.

Margarita-Venezuela

San Pedro de Macorís, República Dominicana

San Pedro de Macorís, República Dominicana

Pero debo admitirlo, mis playas favoritas no se encuentran en mi país; cuando uno está en República Dominicana comprendes realmente lo que es sentirse en el Mar Caribe. Desde una larga caminata por el malecón de Santo Domingo, pasando por Bayahibe con su cercanía a la Isla Saona, hasta llegar a Punta Cana, ese mar turquesa, esa arena como seda que acaricia los pies. Aquí el mundo se detiene, aquí la vida nos sonríe y nos envuelve; no en vano Colón la mantuvo por mucho tiempo como una de sus favoritas, La Española, como tan elegantemente la llamaba.

Alguna vez estando en Orlando, ya cansados de tantos parques y atracciones, decidimos tomar un crucero. Viajamos cerca de una hora hasta llegar a Puerto Cañaveral y de allí bajamos a las Bahamas. Cuatro día maravillosos sobre el mar, con una sensación de tambaleo constante. Las gaviotas nos anunciaron la cercanía a tierra, nos traían la buena nueva de la cercanía de Nassau, que me sorprendió con su mezcla arquitectónica; a ratos se pintaba muy moderna y en otro se le veía impregnada de lo tradicional y pintoresco.

No puedo dejar de lado mi estadía en Trinidad, una hermosa isla cercana a tierras venezolanas. De hecho, se podía sintonizar una emisora de radio que estaba justo en la Península de Paria y con la melodía del joropo me sentía siempre en casa. El mar de Trinidad no se parece mucho al del Mar Caribe; al menos es mí percepción. Sus aguas marrones nos cuentan que el río Orinoco desembocó en ellas, así que Puerto España tiene una costa de tonos verdosos y azules muy tímidos que no se dejan ver del todo. Claro que cuando tomas un ferry para ir a Tobago ya puedes ver una mezcla de Caribe y profundidades atlánticas jugando a ser mares que pertenecen a una misma costa.

Las Cuevas, Trinidad

Las Cuevas, Trinidad

Mi más reciente travesía la hice desde Colombia. Capurganá es la mejor connotación de mar bravío que he podido conocer del Caribe. Una lancha me llevó a Sapzurro, última población colombiana frontera con Panamá. Un pueblito costero de simpatía desbordante nos muestra un camino de doscientos escalones que ascienden y descienden a La Miel, una asombrosa playa panameña con ese turquesa delirante que nunca deja de sorprenderme. Un recorrido en el que cruzas la frontera de un país y al minuto siguiente ya estás en otro; eso es lo grandioso de las montañas que se imponen frente al mar. Una vez en la cima, contemplas dos mares que son un mismo mar, pero con nacionalidades distintas, con acentos diferentes.

La extensión del Caribe, sus Antillas mayores y menores, sus islotes y maravillosos corales no se han posado todos frente a mis ojos, pero lo poco que conozco y he llegado a vislumbrar, me hacen saber que un mar en calma es todo lo que ansío para mi vida, y si ese mar se apellida Caribe, pues allí es donde me quiero quedar.

eliana
Eliana Vásquez es licenciada en letras, escritora, correctora de estilo, guionista, diseñadora curricular, asesora pedagógica, bloguera, viajera imparable y a veces poeta. Escribe para la revista El Viajero y ha colaborado en reportajes poéticos en La poesía alcanza para todos. Su blog se llama Espacios de soledad. 

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