Revista Libros
Boris Vian.Poesía completa.Edición de Juan Antonio Tello.Renacimiento. Sevilla, 2014.
Moriré de un cáncer de columna vertebral
Será en una noche horrible
Clara, cálida, perfumada, sensual
Moriré de podredumbre
De algunas células poco conocidas
Moriré de una pierna arrancada
Por una rata gigante surgida de un agujero gigante
Moriré de cien cortes
El cielo caerá sobre mí
Se hará añicos como un vidrio pesado
Así comienza el poema que cierra la edición de la Poesía completa de Boris Vian que publica por primera vez Renacimiento en edición bilingüe de Juan Antonio Tello.
Burlón y provocador, irónico y corrosivo, Boris Vian (1920-1959), novelista, dramaturgo, poeta y músico de jazz, heredó, si no el talento de Rimbaud, sí su capacidad de provocación, su potencia creadora y sus intuiciones verbales.
Inclasificable como poeta para la crítica, incalificable como persona para los sectores más conservadores de la sociedad francesa de los años cincuenta, Vian es nieto del simbolismo y sobrino del superrealismo. Polémico, creativo, heterodoxo y escéptico, el humor y el erotismo, el sueño y el juego verbal recorren su obra entera, pero los temas y las actitudes de su literatura se perciben con mucha claridad en su poesía.
El tono burlesco, la capacidad para escandalizar, el gusto por el calambur y la libertad creativa están claramente definidos ya en una zona inicial y esencial de su obra poética, los Cien sonetos, que se publicaron póstumos en 1984, cuando se conmemoraba el cuarto de siglo de su desaparición.
Ese libro, dividido en doce secciones, muestra los temas fundamentales de la literatura de Vian bajo el molde del soneto, una elección chocante en alguien tan iconoclasta, que quizá utiliza una forma tan cerrada como esa con una voluntad paródica o como una variante atrevida del juego.
Unidad formal que constrasta con la amplísima variedad temática de unos textos unidos también por la búsqueda de la sorpresa y por los juegos de palabras, especialmente el calambur, que están presentes ya en el título de esos Cien sonetos: Cents sonnets y Sansonets (Estorninos), que vertebran una de las partes del libro, suenan igual en francés. Y ese calambur se prolonga en otros como el diminutivo de Sanson, Sansonette, o el Évangile selon cinq sonettes.
A la vista de esos ejemplos no hace falta insistir en lo complicado que es para un traductor afrontar el reto de trasladar a otra lengua una poesía como esta, tan sustentada en el juego verbal y el efecto fonético, unos fenómenos intraducibles por definición.
Es lo que pasa también en los poemas de la serie Détente (Esparcimiento), en los que Vian juega con la palabra pederaste de manera que todos los versos finales contienen en su última parte un juego donde varían las vocales y se conservan las consonantes de esa palabra para generar secuencias fónicas muy parecidas en francés, pero imperceptibles para el lector español a no ser que repare también en las páginas pares en el texto original de Vian, que en Zazou, otra de las secciones de los Cien sonetos, retrató a su generación, una juventud inconformista y rebelde, cercana a los existencialistas y precursora de los jóvenes airados de mayo del 68.
El swing y el jazz, el cine y la literatura fueron las señas de identidad estética de jóvenes como Vian, que dejó sus poemas más autobiográficos en El memo. Porque hay en él algo de adolescente contrariado, de desilusión vital, de choque entre la realidad y el deseo, de manera que las ilusiones acaban reducidas a un “sueño mentiroso”.
Vian escribió su obra poética durante dos décadas, aunque sólo la publicó parcialmente en dos volúmenes: Barnum’s Digest y Cantinelas en jalea. Dejó inéditos, además de los Cien sonetos, otros libros que aparecen agrupados en los dos últimos apartados de esta edición: Poemas diversos y Última colección.
Parte de ese material inédito, compuesto por un conjunto de textos con versos ligeros de tono cercano a los de las canciones, apareció en 1962 en un libro que Juan Antonio Tello, el mismo traductor de esta edición, publicó en español hace diez años con el título No quisiera morir.
Boris Vian murió en 1959 en un cine cuando asistía a un pase privado de Escupiré sobre vuestras tumbas, la película que adaptaba su novela más conocida. Fue una muerte inesperada, que ni siquiera él había previsto en el largo poema -Moriré de un cáncer de columna vertebral- en que aventuraba diversas variantes de su desaparición. Terminaba así:
Moriré de un grito
Que reviente mis tímpanos
Moriré de heridas sordas
Infligidas a las dos de la madrugada
Por asesinos indecisos y calvos
Moriré sin darme cuenta
De que muero, moriré
Sepultado bajo las ruinas secas
De mil metros de algodón derrumbado
Moriré ahogado en aceite de motor
Pisoteado por bestias indiferentes
Y, justo después, por bestias diferentes
Moriré desnudo, o vestido de rojo
O cosido en un saco con cuchillas de afeitar
Moriré quizá sin preocuparme
Del esmalte de uñas en los dedos del pie
Y con las manos llenas de lágrimas
Y con las manos llenas de lágrimas
Moriré cuando me despeguen
Los párpados bajo un sol rabioso
Cuando me digan lentamente
Maldades al oído
Moriré de ver torturar a niños
Y a hombres asombrados y lívidos
Moriré roído vivo
Por gusanos, moriré
Con las manos atadas bajo una cascada
Moriré quemado en un incendio triste
Moriré un poco, mucho,
Sin pasión, pero con interés
Y luego cuando todo haya acabado
Moriré.
Santos Domínguez