Revista Cultura y Ocio

Vicente Aleixandre: "Los encuentros"

Publicado el 01 marzo 2024 por Juancarlos53
Prosa de Vicente Aleixandre, Velintonia y la poesía españolaMi muy buen amigo José Antonio, poco tiempo antes de emprender el viaje definitivo, me regaló varios libros de su bien surtida biblioteca. De ellos quiero destacar dos que él sabía que yo apreciaría mucho dada la afición que de siempre tengo por la poesía. Se trata de los volúmenes (hoy difíciles de encontrar en el mercado) que la editorial Aguilar en su Colección Premios Nobel dedicó a los poetas españoles distinguidos con tal reconocimiento: Juan Ramón Jiménez, que lo obtuvo en 1956, y Vicente Aleixandre, que se alzó con el galardón en 1977.  Esta prueba de sincera amistad que José Antonio quiso hacerme personalmente la veo renovada cada vez que tomo en mis manos alguno de estos ejemplares. Gracias, amigo.
De las obras completas del poeta y Premio Nobel de Literatura 1977, Vicente Aleixandre, he leído, con enorme satisfacción, Los encuentros, una de sus publicaciones en prosa. Para mí ha sido uno de esos libros que no puedes dejar de leer, y no por su tensión narrativa o cosas por el estilo. No, en este caso la calidad de la prosa que el poeta sevillano despliega en sus páginas es lo que continuamente me reclamaba volver a él. No sé cómo brevemente podré transmitir el enorme disfrute que he experimentado durante la lectura de sus apenas 300 páginas; en ellas el poeta rememora los encuentros que a lo largo de buena parte de su vida (el libro vio la luz por vez primera en 1958) tuvo con literatos y personas relacionadas con el mundo de la literatura. Lo hace siguiendo un cierto orden cronológico, referido éste al de las generaciones literarias de los protagonistas de los mismos: Generación de 1868 (Galdós, Pardo Bazán), del 98 (Baroja, Unamuno, Azorín, Machado...), de 1914 (Ortega y Gasset), del 27 (Guillén, Moreno Villa, Gerardo Diego, Lorca...), del 36 (Miguel Hernández, José Antonio Muñoz Rojas...), y la poesía existencial y luego la social (Celaya, Blas de Otero, José Hierro, Carlos Bousoño, Maruri, Valverde...). La disposición cronológica que hace Vicente Aleixandre de estas generaciones en Los encuentros está deliberadamente rota desde el inicio, pues contra todo pronóstico a los protagonistas de 1868 los sitúa, en la linealidad libresca, después de los poetas del 98 y del 27 (apartado I de la obra) y antes de aquellos que llegaron tras el estallido de la Guerra Civil, o sea, los autores surgidos a partir de 1936 (apartado II del libro). Quedan así los literatos de 1868 destacados y encumbrados en un denominado «Intermedio mayor».
Son 39 los encuentros de los que habla el autor. Ocupa cada uno de ellos no más de seis o siete páginas. Ninguno de ellos resulta  -al menos a mí así me lo ha parecido- pesado en absoluto. Hay encuentros que divide en dos apartados: uno primero, referido a la vez primera en que conoció a esa persona, y un segundo, más cercano al momento de escritura del libro. Así, el poeta logra transmitir mejor la evolución de la persona y también la de su producción literaria. La generación más destacada y que tiene más protagonismo es la propia de Vicente Aleixandre, o sea, la del 27. Incluso señala epígonos de ella como Luis Felipe Vivanco, sobrino del prosista del 27 José Bergamín, o Carmen Conde que ya se la suele incluir en la de 1936. Pero lo importante en este libro no es la taxonomía literaria de poetas y escritores, sino la calidez humana que desprenden las palabras, emocionadas, poéticas y muy sinceras, que Aleixandre utiliza para describirlos física y espiritualmente. Autentica poesía en prosa la que el Premio Nobel de 1977 despliega en esta obra, que vio la luz en la etapa más social y humana de su literatura, aquella que se ha definido como época antropocéntrica durante la que dio a la luz dos destacados poemarios suyos: Historia del corazón (1954) y En un vasto dominio (1962). Precisamente en medio de estos dos enormes libros de poesía aparece publicado por vez primera Los encuentros (1958).
Está Vicente Aleixandre tan embebido de literatura, conoce el habitante de la calle Velintonia de Madrid tan bien la obra de quienes le visitan o de quienes conoce en sus desplazamientos por la geografía peninsular, que el retrato que hace de ellos surge de manera natural como de la propia producción de los mismos. Son innumerables las solapadas -a veces no tan solapadas- referencias a libros de estos protagonistas. En el caso de los mayores y de aquellos a los que trató menos, como le sucedió con Unamuno, son sus libros los que le sirven de guía. A don Miguel sólo lo vio una vez en la madrileña calle de San Bernardo. A Aleixandre, por entonces anónimo y tímido joven poeta, le pregunta Unamuno, supremo poeta para él, si acaso conoce el Parlamento, a lo que Vicente...
«"No", contestó el muchacho. "¡No, don Miguel, no!, le hubiera respondido, agarrándole de las solapas. '¡Pero he tratado mucho, mucho, muchísimo, a don Sandalio, jugador de ajedrez, a Manuel B, mártir, al infinitamente desgraciado Abel Sánchez!"»
Cuando está con Jorge Guillén en una fugaz visita de éste a Madrid desde su exilio, Vicente escribe:
«pronunció algunas frases graves, y a mí me pareció oír detrás un clamor casi mudo, fondo de sus palabras».
 Semejante referencia a alguna obra del protagonista de un encuentro se ve cuando a Rafael Alberti, a quien por vez primera conoció en 1922, 15 años después, en 1937, el autor, en un nuevo encuentro, le pregunta por la pintura (primera afición artística del poeta), a lo que el gaditano responde que la cambió por la poesía. Ahora (década de los años 50), en el mar de Plata, Rafael —le dicen a Vicente—, ha regresado a la pintura. Se referían, quienes esto le dijeron, al poemario "A la pintura" que allá publicaría el que fuera en Madrid un marinero en tierra.
El encuentro dedicado a Luis Felipe Vivanco lo titula con el nombre de una de las obras del poeta escurialense, Continuación de la vida. Cuando tras el paso del tiempo vuelvan a coincidir, Vicente Aleixandre lo ve, alto como era, junto a una mujer y unos chiquillos que corretean delante de ellos. Y escribe:
«Continuación de la vida. Todo sobre la figura pesa y es cuerpo. Cuerpo que es cuerpo suyo, porque el poeta, ¿qué es cosa distinta de su resultado de la historia, de su existencia?».
Como digo, todo en este libro me ha gustado, me ha satisfecho. Pero si algo por encima de otras muchas cosas pudiera destacar, esto serían las descripciones físicas de persona que hace Aleixandre, las cuales muchas veces me han llevado inevitablemente a Quevedo. 
  • «figura demasiado delgada que aún no se había encontrado a sí misma, rostro pálido, nariz larga y fina, ojos pequeños y escrutadores.» (el poeta José Antonio Muñoz Rojas)
  • «Julio Maruri era un soldado; mejor dicho: Julio Maruri era un uniforme azul de paño grueso puesto de pie y al que se presentía habitado. Fijándose, sí, efectivamente, había una cabecita pequeña, una carilla escurrida, un pelo rubio, rubiasco que, ladeado, casi le tapaba los ojos. Abundante el pelo, si todo lo demás escasísimo. Dos ojillos casi azules, abiertos con un taladro, y en ellos unas chispas, unas chiribitas reidoras, confusas, disculpantes, humildísimas.» ("La encarnación de Julio Maruri")
Vicente Aleixandre, Generación del 27En 1958, cuando publica Los encuentros Vicente Aleixandre se encuentra, como ya he dicho,  en su época antropocéntrica. El hombre está en el centro de su producción, es su etapa más social, más humana, menos surrealista. Eso se nota en este libro en prosa. Especialmente yo he querido percibirlo en el último de los encuentros titulado «El poeta desconocido». En él un joven soldado quiere visitarlo en su casa de Velintonia; él accede y cuando lo hace, ese joven, que ha escrito con mucho esfuerzo y trabajo dos poemas, que ha olvidado traer consigo para leérselos al maestro, le lanza la pregunta siguiente: «¿Usted escribe noche y día?». A esto, Aleixandre le responde que «Noche y día, no». La desilusión en la cara del joven poeta soldado es tremenda cuando le dice: 
«Usted, entonces es como cualquiera. ¡Escribe usted como cualquiera! ¡Como yo mismo! ¡Y esto es lo que dicen es un poeta...!»
Sí, efectivamente, confiesa el autor, él era un hombre como los demás, para nada un dios que daba certificados de buena o mala poeticidad a quienes lo visitaban. Por eso el joven poeta soldado, oscense desconocido...
«Tajó su visita. Había comprendido de repente que yo era un hombre como él, que escribir, para mí, podía ser un esfuerzo humano, como para él. Su mirada ya no era mitad de confianza, mitad de severidad, sino ya toda de severidad. Porque yo le había engañado.» 
Concluyendo. La lectura de este libro ha supuesto una delicia para mí. Creo que todos aquellos que amen la literatura, la poesía y el buen escribir lo disfrutarán igualmente. Es un libro intemporal, un clásico con todas las letras y por todo lo alto.Vicente Aleixandre:

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