Fué presentado el pasado 20 de diciembre en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNLP el libro Vicente Krause, curado por el arq. Raúl Walter Arteca. Como avance del libro, acompañamos el texto introductorio que integra la publicación impresa, edición que estará a la venta en próximas semanas.
Introducción | Raúl W. Arteca
Más que la reunión de algunas obras, este libro intentará inducir al lector en el conocimiento global de una personalidad múltiple y en permanente cambio. Pero antes que nada, hablar de Vicente Krause – o escribir sobre él – no puede más que iniciarse desde una perspectiva personal. Tanto estoy convencido que si de él dependiese referirse a su vida profesional y académica, los afectos deberían ser mencionados antes que su obra.
No tuve el privilegio de tener a Vicente como profesor. Sin embargo ya era un mito y aún estando lejos (aquella Facultad de los’80), su virtual presencia caminaba los pasillos, habitaba las aulas. Tampoco he podido ser parte de sus vivencias, por cuestiones generacionales. Pero sí, desde hace ya unos cinco, seis años, se construyó un mutuo afecto y amistad que no reconoce barreras de generación o desigualdad de experiencia. Y seguramente el mayor mérito es de Vicente, generoso, abierto y dispuesto siempre a sumar gente a su vida.
Pocas veces uno tiene la oportunidad de incorporar a su vida personas de esta calidad y sensibilidad – apartándome de una admiración de por sí inevitable por su arte – cuestiones que se transforman en privilegio. Este es un caso. Siempre contento con ese “que suerte que viniste pibe!”, lo cual nos hace jóvenes instantáneamente.
Más allá de la atención y admiración que renovamos todos los que compartimos un grupo de reunión los miércoles desde hace ya cuatro años (con Tito, Roberto, Wimpy, Raúl y Leandro), visito regularmente su casa – sumando la amabilidad de Conga, por supuesto – y, algún whisky de por medio – Laphroaig -, hablamos de arquitectura, la docencia y la vida. Puedo asegurar que me sorprendo de él y de mí mismo, pues Vicente tiene la capacidad, dentro del clima intimista que ya tiene su estudio, de inducir a intercambiar ideas y sentimientos personalísimos. Allí, junto a la ventana a la avenida 53, Max – el enorme ovejero que siempre estaba a sus pies – hacía las veces de timbre que aseguraba la presencia de alguien tras la puerta. Max estaba incorporado a su cuerpo; él salía delante, Vicente inmediatamente detrás.
Precede a cualquier anécdota, o simple historia, la mención de Conga o la de los hijos mezclados con sus amistades – Tito (Tomás, por supuesto), Jorge Chescotta, Alejandro Arguello, Toto Borrone, Roberto Basile, Mario Presas, Pelado Lenci, el grupo AW6, sus docentes de antes o de ahora, etc – pues siempre antes de contar algo, cita con precisión en qué lugar o tertulia estaba cuando pensó aquello. Hace un culto de sus afectos. Como de su incondicionalidad imprescriptible con Pelado Lenci. Y muchas veces habla de alguna relación profesional o personal transformada en anécdota ya sea con Mario Roberto Alvarez, Clorindo Testa, Alberto Williams, Pedro Curutchet o Roberto Burle Marx, como si nada. Mucha calle, mucho mundo.