Revista Arquitectura

Vicente krause

Por Marcelogardinetti @marcegardinetti

VICENTE KRAUSE

Introducción | Raúl W. Arteca

Más que la reunión de algunas obras, este libro intentará inducir al lector en el conocimiento global de una personalidad múltiple y en permanente cambio. Pero antes que nada, hablar de Vicente Krause – o escribir sobre él – no puede más que iniciarse desde una perspectiva personal. Tanto estoy convencido que si de él dependiese referirse a su vida profesional y académica, los afectos deberían ser mencionados antes que su obra.

No tuve el privilegio de tener a Vicente como profesor. Sin embargo ya era un mito y aún estando lejos (aquella Facultad de los’80), su virtual presencia caminaba los pasillos, habitaba las aulas. Tampoco he podido ser parte de sus vivencias, por cuestiones generacionales. Pero sí, desde hace ya unos cinco, seis años, se construyó un mutuo afecto y amistad que no reconoce barreras de generación o desigualdad de experiencia. Y seguramente el mayor mérito es de Vicente, generoso, abierto y dispuesto siempre a sumar gente a su vida.

Pocas veces uno tiene la oportunidad de incorporar a su vida personas de esta calidad y sensibilidad – apartándome de una admiración de por sí inevitable por su arte – cuestiones que se transforman en privilegio. Este es un caso. Siempre contento con ese “que suerte que viniste pibe!”, lo cual nos hace jóvenes instantáneamente.

Más allá de la atención y admiración que renovamos todos los que compartimos un grupo de reunión los miércoles desde hace ya cuatro años (con Tito, Roberto, Wimpy, Raúl y Leandro), visito regularmente su casa – sumando la amabilidad de Conga, por supuesto – y, algún whisky de por medio – Laphroaig -, hablamos de arquitectura, la docencia y la vida. Puedo asegurar que me sorprendo de él y de mí mismo, pues Vicente tiene la capacidad, dentro del clima intimista que ya tiene su estudio, de inducir a intercambiar ideas y sentimientos personalísimos. Allí, junto a la ventana a la avenida 53, Max – el enorme ovejero que siempre estaba a sus pies – hacía las veces de timbre que aseguraba la presencia de alguien tras la puerta. Max estaba incorporado a su cuerpo; él salía delante, Vicente inmediatamente detrás.

Precede a cualquier anécdota, o simple historia, la mención de Conga o la de los hijos mezclados con sus amistades – Tito (Tomás, por supuesto), Jorge Chescotta, Alejandro Arguello, Toto Borrone, Roberto Basile, Mario Presas, Pelado Lenci, el grupo AW6, sus docentes de antes o de ahora, etc – pues siempre antes de contar algo, cita con precisión en qué lugar o tertulia estaba cuando pensó aquello. Hace un culto de sus afectos. Como de su incondicionalidad imprescriptible con Pelado Lenci. Y muchas veces habla de alguna relación profesional o personal transformada en anécdota ya sea con Mario Roberto Alvarez, Clorindo Testa, Alberto Williams, Pedro Curutchet o Roberto Burle Marx, como si nada. Mucha calle, mucho mundo.

He ido a escuchar por lo menos dos charlas dadas a “sus” alumnos con el fin de sumarme a aquel auditorio hipnotizado del cual tanto me hablaron, corroborando que es puro despliegue escénico: cautivante discurso que discurre arquitectura junto con las experiencias más sensibles. Vicente cuenta un cuento siempre, quizás es por eso que sin pasar una sola imagen proyectada – a lo sumo acompañada por aquel gran pliego de papel blanco que se deja seducir por los tizones de color -, hace que un auditorio entero se encuentre inmóvil durante dos horas, o más.

Es difícil calificar, discernir, o delatar la obra de Vicente Krause bajo un solo concepto que la reúna. O que la reduzca, en su caso particular. Y ese esfuerzo no hay que hacerlo, pues la creatividad suelta, dispuesta siempre a desafíos no convencionales, deambula por todos sus proyectos. A tal punto que es muy difícil decir a qué fecha corresponde cuál, a que período tal, a qué motivaciones otros tantos. La obra va y viene, queda en ideas – fuerza, o es ejecutada con creativa precisión. El asunto es que permanentemente cambia pues es un hombre que, pasados los 80, sabe que el secreto de la juventud siempre estuvo en el cambio perpetuo, en la renovada creatividad. Aún bajo circunstancias que en su vida lo han golpeado duramente, especialmente en los ’70, tiempos de exilio, siempre cambió para seguir motivado por su propia construcción (en algunos muchos momentos, su reconstrucción continua).

Sin embargo, podría decir a título de interpretación personal – arriesgada seguramente – que la obra de Vicente (arquitectónica y artística, si existiese esa división  en él) se puede hilvanar desde la imaginación puesta directamente sobre las formas estructurales. Por la precisa y obsesiva imaginación de la estructura como espacio, como imagen y forma en un todo indivisible. Superficies alabeadas, cáscaras, objetos en torsión, cúpulas geodésicas, nos hablan de un pensamiento creativo mucho más racional que lo que algún recurrente encasillamiento organicista construyó sobre él. Algo que está más de acuerdo al gen teutón, seguramente. Es más, creo que lo he escuchado hablar mucho más de Le Corbusier o Mies que de Wright.

Seguramente un recorrido por su obra arquitectónica, pero también sobre la fabricación artesanal de objetos (ebanista, carpintero, diseñador de muebles, etc) y por sobre todas las cosas por su creatividad demostrada en la fotografía y las artes plásticas (dibujante, pintor, escultor), nos puede llegar a dar sólo un paneo de un artista multifacético.

Pero por algo estamos aquí, Vicente es una Institución dentro de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata. Es respetado por todos, cuestión difícil de lograr hoy y siempre. Es tan incansable su tránsito por el diseño como su dedicación a los alumnos. Cuestión que se observa en el esfuerzo que pone en cada exposición con su propio cuerpo. Vicente termina sus clases cansado y manchados sus puños y codos por las tizas de colores, en una histriónica pasión que no sólo explota por el tono enérgico – casi a los gritos afirmando algo que lo emociona, a veces con un puño rebotando sobre la mesa – sino por los ademanes y movimientos físicos. Vicente da clases con el cuerpo y la mente en una misma sintonía. Al final, siempre algunos docentes y alumnos se apresuran a pedir aquel papel dibujado, como si se tratase de la camiseta del crack.

Debo aclarar necesariamente que los escritos correspondientes a sus pensamientos son producto de la cuidadosa edición de más catorce horas de grabación en conversaciones colectivas, pocas veces mano a mano. Lo cual convirtió a la construcción de este material en un trabajo por demás complejo. Estimé esta metodología como la más eficaz para que pudiesen salir naturalmente ideas, recuerdos y reflexiones. Luego consultado y aceptado por el propio Vicente, considero especialmente valioso el recorrido que ha resultado de este material inédito, donde lo personal y lo profesional se funden en momentos indivisibles.

Espero que este libro sea de la utilidad de todos – aviso desde ya que es incompleto – y también pido disculpas a los que son, se sienten o fueron sus discípulos de cátedra, por las seguras omisiones. Desde ya les transmito mi sana envidia por haber convivido ustedes académicamente junto a él. Sólo sí puedo asegurarles que este material se ha preparado desde el respeto, la admiración, el privilegio ineludible de asumir este desafío editorial, y la amistad que desde hace no tanto, parece ser de siempre


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