Por Raúl Sánchez Molina
Tras la portada, coronando la breve reseña autobiográfica, un cuadrado blanco con una fina cruz en la mitad: es él, es Thomas Pynchon, el hombre que sigue teniendo el rostro público de una vieja foto borrosa de hace más de medio siglo, o en su defecto, una cruz sobre fondo blanco.
Thomas Pynchon, el eterno candidato al Nobel de literatura, el que no se deja ver, el que manda a otros a recoger los premios que le conceden, el autor de un buen puñado de libros superpoblados de multitud de personajes que se van sucediendo y encabalgando hasta hacer imposible su conexión, donde los sucesos avanzan y retroceden en el tiempo hasta abarcar distintas épocas. El escritor que parece saber de todo, ya que todo está tratado con detalles propios del que parece haberlo vivido todo.
‘Vicio propio’, su última novela, se ha editado hace pocas semanas, y quizá destaca en su obra por albergar una trama más o menos lineal, cosa poco común, más o menos, en su estilo. La acción se sitúa a finales de los años 60, en California, y todas las páginas respiran ese lugar y ese momento concreto: la omnipresente playa, los surferos mitómanos de olas perfectas, el movimiento hippy y la relación despreocupada hacia las drogas y el sexo, y la lista interminable de canciones, de películas y series del momento y toda una acumulación de detalles que consiguen transportar a través de la lectura a la época, al momento exacto de la narración.
Quizá toda esa cantidad de información precisa oculte una cierta melancolía del autor, y quizá no tanto a una época concreta sino más bien a las revoluciones perdidas, a las promesas de la contracultura de los años 60 que, como otras antes y otras después, sucumbieron (o al menos eso, de forma enrevesada y metafórica, parece indicar Pynchon) siendo absorbidas por el propio sistema , siendo adoptadas por éste como una variante más, banalizada y saqueada de contenido, del propio sistema, y no como una alternativa real y diferente al mismo.
Y en 422 páginas, puro Pynchon: un detective en sandalias que no para de fumar marihuana (gran cantidad de tipos citados); grupos de música surf como zombies malvados; policías corruptos que quizá no lo son tanto; Charlie Manson, y en paralelo, Richard Nixon, como figuras del mal que se ciernen como amenazas simbólicas sobre la contracultura hippy; el Colmillo de Oro y sus dentistas conspiradores; motoristas nazis; el FBI, el Departamento de Policía de L.A., los Panteras Negras, gurús del LSD, visionarios, masajistas bisexuales y mujeres que no se contentan con un sólo hombre. Todos mezclándose de forma vertiginosa y sincopada en el relato de esta novela negra de marcado humor igualmente negro, y todos con su nombre y apellido, relacionándose de forma tangencial para que Doc Sportello, el detective antihéroe de floreadas camisas, intente solucionar un caso que al final del libro se ha ramificado y extendido de tal manera que es difícil averiguar qué es lo que debía ser resuelto: Pynchon, sin más.
Un caso en el que, por otra parte, todos andan engañando, conspirando y traicionando, como en las revoluciones imposibles del enorme Thomas Pynchon.