Víctimas de la avaricia

Procuro vivir apartado de la voracidad de la actualidad instantánea. Los informativos televisivos son repetitivos y sesgados hasta la saciedad, y eso me aburre y me cansa tanto o más que un partido de fútbol. Pero no soy un eremita apartado de la sociedad, por lo que la noticia del accidente ferroviario en Santiago de Compostela en la víspera de la fiesta de una ciudad consagrada a la adoración al dinero me ha conmovido.

Siento enormemente la pérdida, que supone para toda la sociedad, de alrededor de ochenta personas (en el momento de escribir estas líneas). Las tragedias cercanas nos parecen mayores que la muerte de decenas de niños en la otra punta del mundo, simplemente porque nos hacemos idea de que los muertos en el tren podríamos haber sido nosotros mismos o algún ser querido. La naturaleza humana es así.

Es lamentable que todas estas personas hayan muerto por un fallo humano, un exceso de velocidad, un lamentable accidente y mil excusas más. A mi parecer, son víctimas de la avaricia.

La avaricia de todos los que anteponen los beneficios a la seguridad. Los que sólo piensan en números en lugar de plantearse la tragedia de la muerte por anteponer el beneficio propio a la seguridad de las personas.

La avaricia que atiborra despachos en los que nadie se mancha las manos de sangre, sólo hay beneficios, objetivos cumplidos y trabajadores atemorizados que tienen que hacer el trabajo de varias personas por menos dinero cada vez, mientras piensan si podrán pagar la educación de sus hijos o el hospital de sus padres.

Esa avaricia provoca accidentes, muertes y desgracia.

Ahora vendrán las promesas de mejorar la seguridad, las palmadas en los hombros a la familia, las negociaciones con los seguros y los medios de comunicación para arañar un poco de dinero a la avaricia, callar lágrimas y continuar medrando hasta que llegue una nueva catástrofe.

Descansen en paz.