Hace ya unos cuantos años, en Renfe había tres clases que separaban por categorías a los pasajeros. La clase primera que era la pera. Yo recuerdo que la veía con pura envidia desde el andén, con unos asientos mullidos y con respaldo comodísimo. Luego estaba la segunda –tampoco monté nunca en esta clase—, y era de asientos enfrentados y respaldo de tela con espacios para poder estirar las piernas. Y, por fin, estaba la clase tercera, la que siempre utilicé. Eran asientos y respaldos de madera, listones unidos y corridos, de los que había que levantarse para poder despertar los glúteos, para calmar la molestia y dolor que dichos listones te provocaban en la espalda.
Pues bien, en las víctimas del terrorismo también hay clases. Por desgracia el dolor es el mismo o parecido en todas ellas, el sufrimiento provocado por muertes, heridos, vejaciones o torturas es muy similar. No lo es el tratamiento que desde las instancias estatales se les da.
Aquí, cuando se habla de víctimas, de su sufrimiento, de su desgracia, también de darles ayudas, casi siempre se refieren a las de ETA. Más de 800 muertos y miles de heridos por culpa de una organización terrorista que ha entendido que se podía amedrentar al Estado, asesinando, desde el terror y la ignominia. Son las víctimas de primera categoría en este país. Dentro de su dolor, el Estado se ha preocupado por ellas, las ha ayudado, las ha cuidado y siempre se ha encontrado al su lado.
Pero hay otras víctimas, Por ejemplo, las víctimas del terrorismo del 11-M, esas que han sido menospreciadas, si no despreciadas, por la Administración madrileña y han sido minusvalorada por los gobiernos peperos, porque piensan que el acontecimiento del 11-M provocó la pérdida del poder en la elecciones de 2004, como si ellas hubieran tenido la culpa. Se las reconoce pero con matices y reticencias, y son tratadas como víctimas de segundo grado, como si el daño del terrorismo yihadista en este caso, no tuviera la importancia que el etarra. De hecho en el homenaje a las víctimas del terrorismo, hace días en el congreso, la presidenta de la Fundación –Mari Mar Blanco, ligada al PP— sólo mencionó a las víctimas de ETA, olvidándose de las del 11-M.
Por último, están las víctimas franquistas. De tercera clase. Víctimas de un Estado terrorista totalitario, capaz de matar, torturar, violar y vejar a ciudadanos por el mero hecho de haber defendido el orden establecido y no estar de acuerdo con ese golpe de estado canalla. A esta víctimas no sólo no se las reconoce ni se las ha pedido perdón en nombre de aquella España cruel y desalmada, sino que son ignoradas por el PP, queriendo ser borradas de la historia, cambiando la verdad, no reconociendo a las víctimas y poniendo obstáculos para hacer una posible justicia con ellos. Y quedan pocas, muy pocas, por lo que debería ser más urgente, sin que por ello este Estado mueva ficha, reconozca su dolor y les homenajee.
Hoy leo con emoción cómo una víctima narraba como en el 36 su padre fue tiroteado en las piernas y quemado vivo. Bel Antich tenía cinco años. Cuando se llevaron a su padre, él le prometió comprarle un vestido y nunca más lo vio. Esta anciana de 83 años, por desgracia, se irá de este mundo sin que nadie le haya pedido excusas, ni haya intentado reconocer su dolor –sólo el juez Garzón lo intentó, y la jueza argentina María Servini ha conseguido instruir una causa contra el franquismo—, y obteniendo como única respuesta el desprecio, el olvido y la manipulación.
VERDAD, JUSTICIA Y REPARACIÓN para las víctimas franquistas
Salud y República