El miedo al feminismo radical consigue que pocos medios informativos se atrevan a recordar que hay mujeres que se entregan voluntariamente a hombres violentos sabiendo que pueden matarlas.
La primera muerte por violencia machista en España de 2017 ocurrió el 1 de enero en Rivas Vaciamadrid, a veinte kilómetros de la capital.
Un colombiano de veinte años, delincuente común, “chungo y malote”, según los vecinos, asesinó presuntamente a su culta, atractiva y sofisticada amante de cuarenta años, una profesora universitaria.
Ella lo había denunciado anteriormente por maltratador, como otra novia previa, pero tras haber obtenido una orden de alejamiento volvió a convivir con él.
Mujeres así se convierten voluntariamente en esclavas sexuales de posibles asesinos. Los siguen suicidamente por el placer físico que les proporcionan.
Desdeñan los consejos de los psicólogos que las atienden tras denunciar a sus parejas. Porque esos hombres son buenos amantes que establecen una relación morbosa; por eso muchas reinciden buscando el éxtasis que demasiadas veces les trae la muerte.
Al culpar sólo al asesino, el feminismo más activo facilita la continuidad de esta cadena mortal. Debería advertir también que la mujer tiene que ser autorresponsable evitando machos violentos, por placenteros que sean: el maltratador es más peligroso cuanto mejor amante es.
La mujer que se expone por dependencia sexual es una yihadista suicida, un soldado voluntario en primera línea de fuego.
Dicen los vecinos que no se explican la dependencia de la profesora de su asesino. Claro que se explica: él era una deidad sexual, dominante e iracundo, como Zeus.
No señalarlo es hacerse cómplice: Zeus es un dios cruel y terrible, padre de dioses y hombres, que mata ocasionalmente con sus embestidas a las mujeres estúpidas. Lo advertía la mitología griega.
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SALAS