Quedé con Jerónimo Tristante la otra mañana para hablar de su último libro. Hace meses, cuando lo estaba pergeñando, me obsequió con un regalo al anunciarme que yo sería un personaje en esa novela. Ambientada en La Habana colonial, Tristante me ha transformado en un rico hacendado, de corte progresista y hombre de su época. Reconozco que acabo de comenzar la lectura de Víctor Ros y los secretos de ultramar (Algaida, 2021), que su autor me dedicó fraternalmente, con la ilusión de un colegial. El 13 de mayo la presentará en la Fundación Mediterráneo, en Murcia, y allí estaremos acompañándolo.
Siempre me ha sorprendido la capacidad de inventiva que atesoran los escritores. Tristante nos habla de Cuba sin haber pisado nunca la isla caribeña, pero documentado hasta las cejas. Tiene su aquel trazar una trama y atraer al lector como él suele hacerlo. La idea de localizar la obra en esa capital me cuenta que se la sugirió su editor. Además, puestos a que la novela se transforme en serie de televisión, como ocurriera en 2015 con otra de las entregas de la saga, La Habana sería un marco idílico para su rodaje.
Quienes hemos tenido la suerte de conocer esa ciudad sabemos de su encanto, su olor, su misterio y su duende. Yo estuve allí en 1984 y me parece una eternidad el tiempo transcurrido. Cuba, en general, y La Habana, en particular, son lugares a los que los españoles deberíamos viajar inexcusablemente al menos una vez a lo largo de nuestra vida. Puedo dar fe de que el cubano nos trata con un respeto y una delicadeza como en pocos lugares se nos tiene.
Confieso que a mí la capital cubana me enganchó cuando leí a Graham Greene y su Nuestro hombre en La Habana, una crítica demoledora a los servicios secretos británicos en la época del dictador Fulgencio Batista. Cuando hace años estuve allí, quise visitar sin falta lugares emblemáticos que se citan en sus páginas, como el hotel Nacional, el Habana Hilton, el Tropicana… Por cierto, que uno de los personajes de la novela de Greene se apellida Segura, y era un capitán de la policía del Vedado al que apodaban el Cuervo Rojo.
Es muy posible que Tristante ya hubiera viajado hasta allí de no mediar en estos tiempos tan tumultuosos un obstáculo insalvable llamado coronavirus. Le puedo asegurar a mi amigo que merecerá mucho la pena. Sobre todo para contemplar con una cierta equidistancia lo que por aquí acontece y que tanto nos preocupa. La otra mañana, Jerónimo y yo volvimos a hablar de esta Región en la que vivimos, de su clase política y de los últimos avatares de la misma. De su emponzoñamiento, en una palabra. Cuando nos despedimos recordé una frase de uno de los mejores literatos que ha dado Cuba al mundo, y que no es otro que Guillermo Cabrera Infante. Esa de que la política terminó por engolfar la vida. Qué gran verdad encierra, si miramos a nuestro alrededor.