Revista Cultura y Ocio

Vida de perros (I)

Publicado el 29 diciembre 2015 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_
Podemos juzgar el corazón de una persona por la forma en que trata a los animales.
Immanuel Kant (1724-1804)
El perro ha hecho del hombre su Dios. Si fuera ateo sería un animal perfecto.
Paul Valéry (1871-1945)

Encerrados y sin recursos. Abandonados, renunciados, nacidos en la calle… La vida entre rejas no es mejor para los perros, y los perros nunca han tenido buena vida. Quizá por su fidelidad, o su nobleza; actitudes que poseen y ejemplifican todos ellos y, por otro lado, que ninguno de ellos llegará a comprender. Si hay una especie que vive y muere por nosotros, son los perros.

Este es un capítulo inventado, y metido con calzador. Un capítulo que no iba a existir porque, diariamente, se realizan muchos más esfuerzos que aquel con el que yo puedo apoyar a través de unas líneas.

Sin embargo, no sería justo, pues todas y cada una de las líneas que lo preceden y que continúan a partir de aquí están planteadas en función de la vida y la muerte de mis perros y mis gatos. No tendría sentido obviar este detalle, así como no podemos seguir eludiendo el hecho de que decidimos compartir la vida con perros y gatos y, día a día, tomamos esa decisión para cambiar de opinión de improviso y abandonarlos a su suerte.

España es conocida por el maltrato animal.España es conocida por las fiestas y celebraciones que tienen como su centro neurálgico el maltrato animal.

En el mundo se conoce a España por su crueldad con (y contra) los animales. Y quizá autores como Eric Schlosser, Michael Pollan o Dave Grossman no necesiten dedicar un capítulo de sus textos a la vida y a la muerte de los perros y los gatos, pero yo sí. Porque yo nací en Barcelona, cuando había toros muriendo agónicos en Las Arenas y la Monumental —un tema aquí no tratado en detalle—, cuando cientos de perros y gatos exhalaban su último aliento en la calle; cuando las madres todavía no querían pensar en qué ocurría cuando te quitaban un cachorro de entre las manos y lo dejaban caer en la perrera, y donde todavía, hoy, pocas personas quieren saber qué comen, qué ocurre a los pies de Collserola, y cuándo cayó el verde y surgió el gris.

Este es un capítulo para mí, aunque te invito a compartir la experiencia. Un capítulo que nos va a dejar con mal sabor de boca y un nudo en la garganta, y que no va a ser fácil, ni noble, ni fiel. Porque eso es lo que son los perros, no nosotros.

Sobre las protectoras y las perreras

En España, hay dos tipos de centros donde pueden caer los animales callejeros o de compañía. Las protectoras, si tienen suerte, y las perreras, si esta les es esquiva. Muchas personas creen que estas palabras tienen un sentido único pero, como suele ocurrir con la etimología, eso jamás ocurre; ni tan siquiera entre los sinónimos: las palabras tienen matices y, en este caso, la diferencia es, a menudo, la vida o la muerte.

La renuncia [de un animal de compañía] no tiene ningún tipo de coste, ni multa, pues si así fuera, la Administración considera que los abandonos en la vía pública serían mucho mayores.

Las perreras son centros creados por el ayuntamiento o adscritos a este donde se hace cumplir la Ley de Protección Animal (Staff de FAADA, 2015) que, según datos registrados por la prensa, cuenta con diecisiete variaciones según el territorio, siendo la catalana aquella más actual, y la madrileña la que menos; actualizada en el año 1990 (F.P., 2014).

La Ley de Protección Animal rige cuestiones como la recogida y la tenencia de “animales vagabundos” que se encuentren en la vía pública durante 20 días hábiles, con el fin de que estos encuentren adoptante o su dueño los reclame y a partir de los cuales podrá ser sacrificado (el día veintiuno).

Previamente, por ley, se leerá el microchip, si lo tuviera, y se le notificaría al dueño, por si quiere recuperarlo o renuncia a él. La renuncia no tiene ningún tipo de coste, ni multa, pues si así fuera, la Administración considera que los abandonos en la vía pública serían mucho mayores. Asimismo, muchos de estos animales no están identificados mediante un microchip, por lo que una vez perdidos o abandonados no existe forma de que se pueda contactar con los dueños.

Las perreras son organizaciones movidas por el lucro (privadas) o, en algunos casos, públicas, cuya estructurada y organización se ha realizado por ley, y donde encontrar un nuevo hogar al animal no se contempla como necesidad; si bien, en honor a la verdad, también entra dentro de los planes de muchas de ellas.

Por lo contrario, las protectoras son asociaciones sin ánimo de lucro —como una ONG—, cuyos beneficios se utilizan para el cuidado de los animales, la búsqueda de nuevos adoptantes, la mejora de las instalaciones y los sueldos de los trabajadores que conforman la plantilla fija (no de los voluntarios). A diferencia de las perreras, las protectoras no sacrifican a los animales y tienen un cupo de cuidados y adopciones más limitado, lo que les permite funcionar de un modo más eficiente.

16 perros y gatos abandonados por hora en EspañaUn grupo de perros callejeros en México D.F. Uno de los puntos del planeta con mayores problemas de abandono animal. Aun así, el problema en España es igual de grave, donde se abandonan cada hora 16 perros y gatos según las cifras recogidas durante el 2014.  ©Instituto Perro

Como suele ocurrir, aquí hay blancos y negros. Ni las perreras son un cáncer a erradicar ni las protectoras son la solución. En realidad, hoy día, las perreras no podrían funcionar como protectoras, pues se acogen a razones prácticas de espacio y adopción. Pero siendo objetivos, y muy, muy fríos, podríamos decir que las perreras podrían seguir funcionando mientras tuviesen perros y gatos que matar, y las protectoras no.

Si entramos en materia, rápidamente observamos varios problemas. El primero, y quizá aquel más importante, es que las perreras actúan a través de un cariz utilitarista: “este perro es viejo”, “este gato es ciego”, “esta perra no es de raza”, “estos perros son de raza potencialmente peligrosa”, mientras que las protectoras escogen a los animales que pueden recoger, o se comunican con otros centros, y se apoyan en el volumen de las perreras para poder buscar hogar a unos pocos. En otras palabras, las protectoras no podrían funcionar sin las perreras; y aun así, casi nada de lo que ocurre en las perreras es bueno.

El error principal, al igual que ocurre con una legislación nacional que permite diecisiete modificaciones autonómicas diferentes en un espacio natural que, a grandes rasgos, mantiene un ecosistema heterogéneo (hablando en plata, que vale para Barcelona, Valladolid y Asturias por igual), es que si queremos alcanzar el sacrificio cero de animales en las perreras, necesitamos una ley conjunta y la cooperación de perreras y protectoras hacia un fin común. Si no, el sistema colapsa.

Continúa.


Lista de referencias bibliográficas:


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