Tarbo Truk es un chico senegalés de dieciséis años; alto, esbelto y con el pelo corto; es un poco tímido, vergonzoso, no habla mucho y es aficionado a los insectos desde los siete años.
— ¿Hijo? —Lo llama su madre desde detrás de la puerta de su cuarto.
— ¿Dime mamá? Pasa.
—Hola cariño. ¿Quieres venir hoy al trabajo conmigo? —Le pregunta sonriendo—. Así ves como es la labor de una enfermera, que no es tan sencillo como parece.
—Si claro —responde Tarbo.
—Vale, en quince minutos nos vamos.
La madre sale de su habitación para qué su hijo se prepare. Este no tarda ni cinco minutos, y va a esperar a su madre en la puerta de entrada. Poco después los dos salen de casa mientras el padre está atendiendo a un paciente en su propio despacho privado dentro del domicilio familiar, ya que su padre es psicólogo clínico. Madre e hijo se suben al coche y parten rumbo al hospital. Al llegar, la madre le dice a Tarbo que lo único que tiene que hacer es hacerles el tiempo más ameno a los Remak, dos ancianos hermanos que se encuentran en la misma habitación. El joven entra en el cuarto, no sin antes ser advertido por su madre de que los abuelos son un poco peculiares.
—Hola, soy Tarbo, hoy seré vuestro cuidador —habla tímidamente.
— ¡Bueno! Ya empezamos —dice Cerb alargando la letra e de la primera palabra todo enojado —ahora nos traen un crio al que ni siquiera le han salido los dientes a cuidar de nosotros.
—Chico, no le hagas caso a este viejo cascarrabias—expresa Carld, el hermano de Cerb.
— ¡¿A quién llamas cascarrabias, cascarrabias!? —Manifiesta Cerb.
— ¡No, tu! —Responde Carld.
— ¡No, tu! —Insiste Cerb.
— ¡No, tu! —Vuelve a repetir Carld.
— ¡No, tu! —Nuevamente persiste Cerb.
Así están los hermanos Remak durante un buen rato. Entretanto, Tarbo mira jovialmente la escena tan entretenida.
— ¡Bueno vale, ya está! —Finaliza Carld— mira que eres pesado hermano.
— ¡¿A quién llamas pesado? Pesado!
— ¡No, tu!
— ¡No, tu!
—…
—…Chicos, chicos, no sigáis —interrumpe Tarbo antes de que se repitiera la escena.
Los dos ancianos lo miran.
— ¿Co…como os va el día? —Pregunta Tarbo con tartamudeo nervioso.
— ¿Cómo dices? ¿Vas de graciosillo chaval? —Responde Cerb.
—Hermano no sigas.
— ¿Que no qué…? ¿Que no qué…? que pasa, ¿ahora estás del lado de este mocoso? mírale, si parece que se ha quedado dormido en la máquina de bronceado.
—Pero señor… —le dice Tarbo intentando tranquilizarlo.
— ¡No me interrumpas mequetrefe, no seas mal educado! ¡Te he calado, sé por dónde vas hijo de Satanás!
— ¡Bueno Cerb, ya basta! —Impone Carld muy serio— ¿o quieres que le diga a ya sabes quién lo que tú ya sabes?
— ¡A mí no me vengas con chantaje!
—Cerb, estamos a dos metros y medio de distancia y apenas nos podemos mover por nosotros mismos, te puedo chantajear todo lo que quiera.
—Serás mefistofélico, —comenta Cerb más tranquilo y calmado.
Tarbo pasa la tarde muy entretenido con los Remak, a veces un poco incomodo pero se da cuenta de que los ancianos son buena gente, hasta el gruñón de Cerb. Poco a poco se va soltando y entre bromas y chistes disfruta al igual que los ancianos de la compañía. A las diez y media de la noche termina el turno de su madre, ella recoge sus cosas y va a avisar a Tarbo para irse, al momento él se despide de los abuelos.
—Lo he pasado muy bien con vosotros —lisonjea Tarbo.
—Y nosotros chaval —comenta Cerb— y suerte con esa chica.
—Te echaremos de menos, —le dice Carld— a ver si te pasas otro día, a poder ser antes de que nos vayamos al otro barrio.
—Gracias de verdad. Y no os preocupéis, volveré a haceros otra visita muy pronto.
Todos se despiden, y junto con su madre, Tarbo vuelve a casa, cenó un poco y se dirige a su cuarto a hacer lo que tenía previsto antes de que su madre lo interrumpiera horas antes.
Decide escribir una carta y enterrarla en el jardín de su casa para que en un futuro pudiera desenterrarla y ver lo que había escrito.
—Hola Tarbo del futuro, te escribo esta carta para decirte que espero que todo te vaya muy bien. Sé que en la vida nos han ocurrido cosas, pero recuerda; ¿qué es la vida sin problemas? Y si estás leyendo esto es que pudiste afrontar las dificultades que muy posiblemente se te cruzaron a lo largo del camino, pero ahí estás, y eso es lo que cuenta. Exactamente no sé qué más decirte, ya que todo lo que te escriba ya lo sabrás. Por cierto, dentro de la cajita de mármol donde puse esta carta, también encontrarás una fotografía de la chica la cuál estoy enamorado, y espero que hayas sido lo suficientemente valiente para decírselo. Te saludo desde el pasado y cuídate mucho.
PD: Confío en que hayas vuelto a ver a los abuelos Remak, hoy estuve con ellos y lo he pasado genial.
Al acabar de escribir la carta, la guarda en la cajita junto a la fotografía, y sigilosamente sale fuera a enterrarla. Una vez hecho, se va a dormir.