Revista Educación

Vida interior

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Mocos

Hay personas que creen que al meterse en el coche se vuelven invisibles para el resto del mundo. Para ellas, el vehículo es una suerte de caparazón bajo el que acuden ocultas al trabajo, a buscar a los niños al colegio, a comprar el pan o a lo que sea. Ven el automóvil como una prolongación del hogar, incluso del propio cuerpo. Cuando se apelotonan varios en la cola de la autopista, basta una mirada rápida por la ventanilla para descubrir un trocito de sus vidas. Porque sí, señores conductores, a menos que sean dueños de la furgoneta del Equipo A, del coche fantástico o una limusina, los cristales son transparentes, se ve a través de ellos.

Pescar mocos en el coche podría ser declarado deporte olímpico. Es una práctica tan extendida como negada, algo así como el consumo de telebasura (todo el mundo ve los documentales o el pasapalabra) o como hacer caca, actividad tan frecuente como la propia condición humana, pero que poca gente reconoce hacer. Durante buena parte de mi infancia y juventud, ni mi madre, ni mi abuela, ni mis novias cagaban. Al menos eso se empeñaban en aparentar. “Me he tomado un café, dos kiwis, un vaso de agua con gas y ahora voy al baño a… quitarme un granito que me ha salido en la barbilla”, dijo alguna de ellas en una ocasión. ¿A dónde iba entonces todo lo que se habían metido entre pecho y espalda? ¿Al comedor de Cáritas? Es otro de los grandes misterios de mi vida.

Pero describamos la situación. Un día, en la cola de la autopista, el señor del coche de al lado deslizó su dedo índice en el agujero izquierdo de la nariz. Una vez dentro, comenzó a hurgar lentamente, raspando las paredes de la fosa nasal en busca de un trozo seco de moco. Dibujando círculos en el interior, tropezó con un buen candidato, lo enganchó con la uña y lo sacó. De manera mecánica, alzó la vista para comprobar, mirando a los lados y por el retrovisor, que nadie observaba. Entonces bajó la vista y contempló su dedo por un instante para luego apoyar la mano en la ventanilla. Después de unos segundos, el tiempo justo para que nadie pudiera relacionar la acción anterior con la que venía, hizo una pelotilla con el desecho y la dejó caer con desdén, haciendo ver que se trataba de un papelito, para que se la llevara el viento. Allí no había pasado nada.

Yo juro y perjuro que nunca he pescado mocos en el coche, mucho menos los he pegado debajo de una mesa o en la pared. Jamás los he tirado por la ventanilla, sobre todo por los motoristas. ¿Se imaginan que todo el mundo hiciera lo mismo? Con semejante lluvia de papelitos perderían visibilidad y podrían tener un accidente. Por eso, si un día les da por mirar a través de mi ventanilla, solo verán a un señor calvo conduciendo, una tapicería impoluta y ningún aparato perfumador. Porque no hago caca y mis pedos huelen a Ambi-Pur.


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