El color es uno de los valores de la fotografía y de la vida. Nos hace sentirnos bien, transmite alegría y a veces nos despierta una sonrisa emocionada, por eso la primavera nos ofrece oportunidades única para capturarlo y atrevernos a jugar con él, moverlo, distorsionarlo, difuminarlo…
A veces yo también me siento un poco así, como movido, distorsionado, difuminado. Confuso. Muy confuso. Intento seguir viendo colores en primavera y hojas caídas en otoño, pero en mi mundo ya nada es como parece, siento que se ha desordenado de manera sutil pero inequívoca, se ha modificado en lo esencial, han variado los parámetros básicos y toda la estructura se tambalea. El color ya no es como era. Los besos ya no son como eran. Las miradas, los gestos, el sonido de las sílabas, los aromas, la música… todo ha mutado, ha variado su estado como hace el agua cuando se convierte en hielo, tan diferente siendo lo mismo.
Así es como me siento. Me faltan palabras para explicarlo y sin embargo creo que se entiende porque es fácil tratar de ponerse en mi lugar. Noto que hay gente que lo hace aunque después de unos segundos todo el mundo continua con su vida. Porque la vida sigue, inexorablemente, pese a quien pese. Sigue su recorrido hasta que llega al final, deja de ser vida y entonces vuelve a transformarse en vida otra vez. Y así hasta el infinito. Una y otra vez. Llega la primavera con sus colores y en el otoño se caen las hojas de los árboles.
Y a nadie le importa que yo me sienta difuminado.