Sé que algunos leéis lo que escribo y pensáis que me dedico a mi blog con la tranquilidad de quien tiene la vida resuelta con las pingües rentas que le proporcionan sus cientos de rebaños de ovejas merinas, sus docenas de cotos de caza, sus miles de vacas tudancas, sus minas de tungsteno y todas sus regalías y privilegios.
Pero no es así. Aunque no lo creáis yo vivo de (iba a decir "la arquitectura"; falso) la explotación profesional, sea del modo que sea, del título de arquitecto que obtuve después de años de hacer el ridículo en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Y así sigo: haciendo el ridículo.
Por eso hace ya demasiados días que no escribo aquí, porque tengo que dedicarme a hacer cosas raras por las que intento cobrar algún dinero con el que mantener mi oronda silueta.
El otro día me llamó una mujer para pedirme un certificado energético de su casa, otro descriptivo y una georre... georre...
-Georreferenciación.
-Eso.
de una casa que:
-Hicimos mi marido y yo en la calle xxxxxx número trece pero que no es el trece es el cuatro pero está detrás del seis no se ve desde la calle es que mi suegro tenía una casa y en su patio nos hicimos dos casas una para mi cuñado y otra para mi marido y para mí pero no tenemos escrituras porque claro como no da a la calle porque se entra por el garaje de mi suegro pues nos ha dicho el notario bueno me ha dicho a mí porque mi cuñado ya no.
-De acuerdo -dije sin enterarme de casi nada-, ¿cuándo le parece bien que nos veamos?
-¿Tiene usted que venir por aquí?
-Sí, claro.
-Ah... ¿Le viene bien mañana a eso de las diez de la mañana?
-Sí. Muy bien.
-Pues deje el coche en el número seis que hay como una explanada con una panadería y vaya hacia el número cuatro pero no es el número cuatro en el cuatro hay una casa de ladrillo visto no es esa y al lado hay una puerta bueno una puerta sí vamos de hierro como de chapa negra... Y si no atina cuando esté allí me llama.
-De acuerdo. Mañana nos vemos.
Al día siguiente llegué con facilidad a la panadería, aparqué allí y anduve hasta el número cuatro, vi la casa de ladrillo visto y nada más. La puerta que no era una puerta, vamos, sí, una puerta de hierro como de chapa negra... no la veía.
Anduve arriba y abajo y entonces reparé en que lo que había tomado por una medianera ciega hacía un pequeño remetido y detrás había una puerta de hierro como de chapa negra.
Me acerqué a la puerta y llamé a un timbre que colgaba de la pared.
En ese momento escuché un rugido sobrecogedor que venía in crescendo
brrraaaauuummmmgrrrrrrraaaauuuuummgrrr
y me quedé aterrorizado: Algo que yo no podía ver se acercaba a mí a espantosa velocidad. Esa cosa se estampó contra la puerta por el otro lado de donde yo estaba: Booooom. La puerta se estremeció con el golpe, y yo casi me desmayé del susto.
Después del golpetazo el rugido se convirtió en una ráfaga larguísima de ladridos feroces.
Oí la voz apurada de una mujer: "Calla, Hitler, calla". Oí cómo manipulaban la cerradura y la puerta se abrió. La mujer, bastante avergonzada por Hitler, me preguntó: "¿Es usted el arquitecto?", y sin dejarme contestar me pidió: "Pase, pase". Yo me aseguré de que el perro fuera recluido en otro sector del patio y entonces pasé. El perro me ladraba y me hacía señas como de "me he quedado con tu cara y tarde o temprano te mataré".
-Vaya con el perro -dije con un hilo de voz.
-No es mío. Es de... "la vecina".
O sea, que la casa original y las dos "casas raras" compartían patio y perro.
Ya dentro, sintiéndome más tranquilo y casi a salvo, me puse a examinar la vivienda. Siempre hago primero un croquis de las plantas a mano alzada, después mido las habitaciones con un medidor láser y finalmente mido las puertas y ventanas con una cinta enrollable de bolsillo.
Así que anduve por la planta baja dibujando. La dueña de la casa me acompañaba. La cocina tenía una puerta que daba a un patio interior de luces. Pedí permiso para abrir la puerta, me lo dieron y
El cabrito se había colado por la casa pareada con esta, que compartía este patio.
Me dio un vuelco el corazón y cerré de un portazo. Pensé que debería medir el patio por aquello del patrón de sombras, pero me dije que con las medidas interiores de la casa las del patio saldrían solas (o casi) y que podría pasar sin medirlo.
En la planta alta uno de los dormitorios y un baño daban a ese mismo patio. Me asomé y
El perro había subido la escalera y se asomó a la ventana de enfrente a la mía, a apenas tres metros de distancia. Ladró como un energúmeno y antes de que yo cerrara la ventana aún le dio tiempo a mirarme amenazante y a pasarse la uña de uno de sus dedos de la pata delantera derecha por delante del gaznate en gesto claramente amenazante.
La mujer se desahogaba conmigo contándome los problemas para escriturar la casa, y la necesidad de hacerlo para poderla vender. Yo entendí que la quería vender por culpa del perro, pero en realidad tenía que ver con el mal planteamiento de todo aquello: Compartir espacio con los suegros y los cuñados... que, no me enteré bien, pero ya no eran los mismos. No supe si el suegro se había muerto, se había vuelto a casar o había vendido la casa. Me pasa mucho cuando me cuentan cosas veladamente. Soy muy torpe. No me entero bien cuando me sugieren cosas demasiado sutil y confusamente. Soy de esos que cuando intentan leer entre líneas lo ven todo en blanco. Además seguía oyendo al perro ladrar como un descosido y no las tenía yo todas conmigo.
Empecé a medir y ella seguía contándome desgracias y agravios que yo no entendía.
Me dijo no sé qué de la vecina (no "mi cuñada" ni "mi suegra", sino "la vecina") con tal animadversión y mala leche que no tuve más remedio que contestarle:
-¿Dónde está la caldera?
Me dijo que en una caseta en el patio.
-¿Quiere verla?
-¿Ahí? ¿Dónde el perro? -que me miraba desafiante afilando las uñas en la solera de hormigón del patio-. No, no. Dígame sólo de qué combustible es.
-De gasoil.
-Ah, entonces no tengo que verla. Las de gasoil no... no hacen falta... Por lo de los octanos.
Miré una ventana, toqué sus perfiles, la abrí para ver el supuesto cierre hermético y
La cerré inmediatamente.
-Buena ventana -dije.
Era cierto: Estando cerrada no se le oía al puto perro.
Seguí midiendo sin osar asomarme al exterior, y cuando terminé le pedí a la señora que me acompañara hasta la calle. Estuve a punto de pedirle que me llevara de la manita hasta la calle, pero un último resto de decoro me lo impidió.
Salimos al umbral de la casa.
Cruzamos el patio.
Traspasé la puerta de hierro como de chapa negra con más miedo que vergüenza.
Yo en la calle y ella en el patio (y el perro a lo lejos, en el traspatio), le pregunté si podría venir dentro de un par de días a mi estudio a recoger la documentación y me dijo que no tenía coche y le resultaba muy engorroso. Entonces le dije que no importaba, y que en ese caso le dejaría los papeles en la panadería junto a la que había aparcado. Por no molestar. O por si no estaba en casa.
-No se preocupe -me dijo-. A estas horas estoy siempre en casa. Venga usted y así le pago en mano.
En ese momento el perro estalló en una carcajada y me miró sardónico como diciéndome: "Aquí te espero".
Me metí en el coche y salí de allí zumbando.
El perro me tiraba piedras.