No dejo de recordar, al poner título a este blog, la mítica revista "Cultura y vida", ligada a Néstor Luján y a su ilustrado "saber vivir". Ahora que los tiempos son malos, que nuestro nivel de vida se va a ver sensiblemente rebajado, sigo afirmando que, al menos para mí, el mayor lujo del que puedo disfrutar en mi vida es del de la cultura, en especial de la menos cara desde el punto de vista pecuniario. Leer a Montaigne es un placer indescriptible y mucho menos oneroso que algunos espectáculos insulsos. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Sí, resulta una gran pasión para mí poder leer a Montaigne. Recuerdo que en los lejanos años de 1992, cuando mi futuro era más que incierto en casi todos los sentidos, un buen amigo mío me dijo que iba a complar la edición de Montaigne preparada por la prestigiosa colección francesa de La Pléiade. El precio, entonces y ahora, resultaba un tanto escandaloso, y mi economía, podéis creerme, no estaba como para comprar muchos libros de la colección que os digo. Sin embargo, pensé que la vida sería mucho más generosa que lo que las tristes circunstancias de aquel momento me sugerían. Así que decidí pedir a mi amigo que encargara otro ejemplar para mí. Los libros sobreviven a las circunstancias, nos sobreviven a nosotros mismos, y ahora, mutatis mutandis, estamos en una situación colectiva bastante semejante a lo que vivimos en 1992. Por esto he vuelto a mi querido Montaigne, porque los libros, al menos los ya comprados, pueden seguir leyéndose ya sin mayores gastos. Si esos libros no son de usar y tirar, como ocurre con las obras completas de Montaigne, estaremos ante lo que los econonistas llaman una gran inversión. He tenido ocasión, desde aquel entonces, de comprar más libros sobre Montaigne a lo largo de estos años. Unos han sido nuevos y otros los he adquirido en ofertas, como la preciosa edición de Los ensayos ilustrada por Dalí, y de la que ya tuve ocasión de hablar hace tiempo en otro blog. Una vez en París, he tenido ocasión hasta de "arrodillarme" ante la estatua del gran humanista, tan cercana al Colegio de Francia, y ante la rista espontánea de unos japoneses que pasaban por allí. También me viene a la memoria la edición bilingüe que el CSIC publicó del Viaje a Italia. Me la compré con el dinero que me dieron en un desguace por mi viejo SEAT 127, que tantas penurias sufrió conmigo. Fue una forma de recordar aquel coche blanco, lleno de recuerdos, hasta hoy día, y de hacerlo pervivir más allá de su mera existencia como automóvil. Por cierto, que en aquel entonces no entendía la insistencia de Montaigne en sus dolencias, precisamente las que habían dado lugar al viaje. Montaigne padecía de piedra de riñón, y recorría balnearios para curarse probando diferentes aguas. Tan importante era ver Venecia (podemos ver un delicioso grabado del siglo XIX en la ilustración) como dar cuenta de una feliz deposición donde había podido expulsar algún que otro cálculo. Sólo cuando a mí me tocó sufrir ese mal, y tras padecer los dolores que, supongo, padeció el propio Montaigne, tuve una inteligencia cabal de aquel diario de viaje. Mi dolencia se había vuelto parte de una experiencia de mayor calado, no sólo sensible, sino también intelectual. Me puse en la piel de un viajero del siglo XVI que habló en Roma, durante una procesión, de la libertad de conciencia, que revisó libros de Virgilio y de Plutarco en la Biblioteca Vaticana y que, finalmente, intentó buscar alivio en "lugares donde se calma el dolor". POR FRANCISCO GARCÍA JURADO