Revista Cultura y Ocio
A J. se lo regaló su hermano por Reyes, y me lo prestó. Lo leí en la tarde del pasado martes: Ian Gibson y Quique Palomo, Vida y muerte de Federico García Lorca (Barcelona, Penguin Random House Grupo Editorial, 2018). La ilustración de la cubierta no forma parte del relato dibujado de este libro, que termina con un asesinato infame en unas páginas de las que desaparece el tono azulado de las viñetas para llevar a toda la plana blanca el negro de los coches y de la camioneta en unas escenas en las que lo más explícito y tremendo lo encontrará el lector en el texto —y no me refiero solo a los BANG, BANG tan de cómics. Pero la imagen a color de la primera y última de cubierta es una recreación interesada para hacer atrayente el libro: un Federico García Lorca arrodillado que se encara con dignidad ante la pistola que apunta a su cabeza. Está amaneciendo en un olivar entre Viznar y Alfacar, y del camión ya han bajado al maestro Dióscoro Galindo y arriba todavía espera uno de los dos banderilleros víctimas de aquel crimen atroz. No es ningún reparo por el fin comercial. Al contrario. La imagen es una reconstrucción más de la que todos hemos hecho sobre aquello. Se lee muy bien esta historia gráfica, amena y vistosa, que recorre una vida corta e intensa —¿qué habría dado la trayectoria de un genio que en solo veinte años, desde 1916, escribió tanto y tan sugerente?— y pienso en ella como un instrumento para complementar la lectura de sus textos en los centros educativos de enseñanza secundaria. Hay quien va más allá y cree que este género puede llegar a despertar el amor por la lectura, como me lo ha recordado hoy Ana Nebreda en su página de Facebook. Recuerdo ahora cuando yo intentaba enlazar en clase la lectura de la primera edición de La realidad y el deseo de Cernuda con la de Poeta en Nueva York de Lorca con la emocionante y hermosa elegía «A un poeta muerto», escrita en abril de 1937: «Por esto te mataron, porque eras / Verdor en nuestra tierra árida / Y azul en nuestro oscuro aire. / Leve es la parte de la vida / Que como dioses rescatan los poetas. / El odio y destrucción perduran siempre / Sordamente en la entraña / Toda hiel sempiterna del español terrible, / Que acecha lo cimero / Con su piedra en la mano». Tiene momentos muy luminosos la historia gráfica de aquella tragedia.