Nadie creería por los caprichosos motivos por los que este libro acabó en mis manos. Así que los omito. O mejor, a ver, quién quiera aventurar sobre esos motivos, si los acierta. Puede que se trate de encontrar estímulos para la apatía que veo que se ha generalizado.
En cualquier caso, juegos privados aparte, no me esperaba en ningún caso disfrutar como lo he hecho con este libro: una especie de semblanza autobiográfica del músico electrónico y DJ francés Laurent Garnier. Cuya obra musical nunca me ha entusiasmado en exceso, pero de cuya afortunada presencia en lugares y momentos importantes y adecuados, yo era muy consciente al elegirlo: eso hace valioso su testimonio. Muy valioso. Aclaro: no hablo de estricto valor literario, pues esto es casi pura crónica periodística y relato sucesivo, situación tras situación, con una tendencia llana y amable, sólo esporádica y levemente salpimentada por la percepción personal, en progresiva madurez, de Garnier sobre lo que sucede a su alrededor, y sobre lo que le sucede a él. Percepción que, con toda sinceridad, me parece de una honestidad superlativa. Garnier es un DJ de éxito que ama por encima de todo la música, pues todo lo que la rodea y la intoxica, punto por punto, acaba siendo motivo argumentado de su queja y, a la postre, causa demostrada de su deterioro. Desde las drogas hasta el puro negocio relacionado con clubes. Desde la irrupción de las bandas mafiosas hasta el entorno social que empuja y pervierte al músico, comprometiendo su proceso creativo. Garnier hace recorrer por la espina dorsal del libro una leve, pero contundente y, al final, amarga, crítica sobre todo lo que lleva al advenimiento del fin de un movimiento. Sin despreciar que algo tan aleatorio como la pérdida de inspiración de los músicos que lo abanderan tenga su enorme peso, también habla de otros factores. Y lo hace muy bien. Sitúa ese final teórico en 2003. Justo yo mencionaba esa fecha, la del cierre de Muzik, como el final.
Magníficos capítulos iniciales hablando de Manchester y The Haçienda. Esplendoroso paseo, copilotado por Jeff Mills, por ese Detroit devastado por la deslocalización de la industria automovilística. Aunque tampoco hablo de un libro disfrutable para la mayoría de la gente. Hay que estar atrapado por la música para disfrutar este libro. No por la música como afición o entretenimiento. Por la que obsesiona y apasiona. Ayuda estar introducido en lo que fue la escena electrónica mundial de 1985 hasta 2005. Haber presenciado ascenso/esplendor y decadencia de Underworld, de los Orbital, de tantos y tantos grupos y músicos, muchos de los cuales, aventuro, ni siquiera consiguieron con sus discos garantizarse un futuro. Veinte años que certifican un ciclo que, por mucho que se resistan algunos, está más que finiquitado. Sí: la música más avanzada de todos los tiempos ya sólo puede ser pasto de revisiones nostálgicas. Sí: el contador ha dado la vuelta y estos libros sólo hacen que corroborarlo. Uno pasa sus páginas recordando momentos vividos con cierta cercanía física relativa( la mental se da por descontada) : el primer festival Sónar, el advenimiento de la escena francesa, Tribal Gathering. La irrupción de la revista Muzik, aquella cuyo grupo editorial aniquiló, simbólicamente, en su número 99. Una publicación influyente como pocas. Los propios discos de Garnier, no siempre acertados, pero, en el fondo, retratando ese paso equivocado del proceso: el del DJ que cree, ingenuo pero entusiasta, poder pasar al otro lado de la cámara, y haber sido asimilado como músico. Cuantos malos discos publicados por excelentes DJ, cuantos sellos permitiéndoles pasear sus egos y ponerse creativos. Todo, todo este libro es un doble canto, de esperanza hacia el amor a la música y a lo que ésta opera en la gente, y de funeral, al certificar que eso ha sido neutralizado y, prácticamente, despojado de toda trascendencia. Sí: voy a decirlo ya. Si no es más digno que esa escena se haya disuelto y muchos de sus referentes prácticamente se hayan esfumado. A diferencia de cierta escena rock empeñada en perpetuarse. ¿Cuantas canciones de los últimos cinco discos de U2 incluiría un hardcore-fan entre sus diez mejores?. ¿Qué aportan sus giras, o las de Pink Floyd, o los Rolling Stones, o los AC/DC, a sus carreras más que conceptos más cercanos al circo o al espectáculo audiovisual?. Bueno, aportan pingües beneficios a las partes involucradas claro. La música como industria y los grupos como empresas.¿Qué rebeldía hay ahí, al lado de las raves clandestinas de los primeros 90, aquellas que provocaron una Criminal Justice Bill?.
Al margen de listas y relaciones de canciones y discos, que también están ahí para otorgarles melancólicos repasos, uno de los mejores libros que he leído sobre música.