Ya no tengo una vida paralela. Todas han ido muriendo, con el paso del tiempo, con la madurez si es que eso existe, con la aparición de realidades cada vez más pesantes. Sin embargo guardo recuerdos de casi todas ellas: memorias de lo que fui, de lo que pude haber sido, de todo lo que logré. Porque mis vidas paralelas, como imagino que serán las de todo el mundo o las de casi todo el mundo, están llenas de grandes logros, de momentos increíbles, de destellos de brillantez deslumbrante. Puestos a tener otras vidas, están no serán opacas o grises, serán claras y coloridas. Como todos los niños, o como debería ser en todos los niños, durante mi infancia tenía muchos yo futuros, y los vivía en mi imaginación, les dotaba de vida y de escenas, de acompañantes, de lugares y de instantes; tenía diálogos con un montón de otros imaginarios, había tensión y situaciones de fragilidad que siempre solventaba.
En mi primera vida paralela, creo recordar, fui astronauta. Oh, vaya, qué tópico. Pues sí, ¿y qué? Creo que es imprescindible ser astronauta durante la niñez. Iba a planetas increíbles o acompañaba a viajantes del espacio. Contaminado para bien gracias a los libros, los cómics y las películas, encontraba vidas extraterrestres, civilizaciones que maravillaban y otras que asustaban. Creo que ser tan malo como fui en los estudios mató ese yo paralelo. Sigue quedando el traje espacial dentro de una nave estelar espectacular y tengo en un armario todos los recuerdos que me fui trayendo de los sitios visitados. Ha quedado también mi curiosidad, mi búsqueda de artículos sobre vuelos y descubrimientos, sobre la NASA, sobre teorías de posibles vidas alienígenas y mi devoción por Mulder y Scully.
En una segunda vida fui cantante de pop. Lo siento, pero yo nunca tuve vidas paralelas siendo policía o bombero o médico. No, yo era más de cosas grandes, gigantescas. Y a grandes sueños, grandes frustraciones. Mientras ponía vinilos en aquel tocadiscos heredado de no sé quién, en mi habitación, mientras cantaba a pleno pulmón a cantantes que ahora he aburrido, salvo algunos, fue naciendo otro yo, que tenía una banda de música, un grupo de pop-rock. Esta vida tuvo mucho recorrido y fue muy elaborada, ya que la tuve más mayor y era capaz de imaginar con una complejidad superior después de la muerte, o durante la agonía en el olvido, del astronauta. En esa vida yo era el líder del grupo (cómo no), un grupo británico (más auténtico que no ser americano), algo rebelde, que poco a poco se labraban una carrera de éxitos musicales. Pero no por vender mucho, no. Ya entonces ser comercial me parecía superficial, lo importante era que mi grupo destacaba por ser buenos de verdad y yo era un compositor de letras de los que pocas veces se han visto. Y aquí, ya empezó a salir la vida paralela que más duró, pero la contaré cuando deje en letargo al cantante. Porque este cantante se enamoraba de una chica que cantaba con ellos, vivían un amor truculento, maldito por la fama creciente. Los miembros del grupo eran amigos míos: ese era el guitarrista solista, el otro el batería, aquél los teclados. Las letras eran pequeñas historias que escribía también en mí vida real, eran relatos cortos, originales para un grupo de música. La chica era inventada, era alguien que algún día aparecería en mi futuro. Ganaba premios, vendía discos y, sobre todo, llenaba estadios. Finalmente, estaba todo previsto, un trágico accidente de coche mataba a mi chica y yo me hundía en las drogas y el alcohol porque, ¡oh, no!, ella estaba embarazada. Sí, mi parte melodramática sería imprescindible en la vida paralela definitiva.
No sé si fue la tercera pero si la tercera significativa, pero la vida paralela que vino después lo tenía todo: infancia, adolescencia, juventud, edad adulta… En esta, yo era un director de cine. No un actor, aunque hacía algunos cameos (entonces desconocía el significado de esta palabra) e incluso de vez en cuando algún papel importante. Pero no, era la época en que el Star System ya no miraba tanto a los protagonistas delante de las cámaras sino detrás. Todo empezaba en la televisión. Yo estudié en el Actor’s Studio y me gané un papel en una serie de universitarios con sus amoríos y sus amistades y sus crisis de futuro y todo eso. Gracias al increíble carisma de mi personaje y a mis dones, pronto me dejaban escribir algunos guiones y probé entonces con la dirección de algún capítulo. Mientras, escribía el guion para una película pequeña, de arte y ensayo casi, y buscaba productor. Porque yo era de los que iba a ver películas en cines de salas estrechas, películas europeas y asiáticas, al tiempo que seguía con cierta atención el mundo de Hollywood, pero sabiendo que en lo primero estaba la calidad y en lo segundo el dinero. Al final, un productor –y actor famoso– se interesaba por mi obra y se ofrecía a producirla y protagonizarla. Esta, que de hecho estaría basada en un relato de mi vida real, llamado “Carne de Perros”, que ya estaba escrito, triunfaría y a partir de ahí, se produciría una curiosa simbiosis entre las dos vidas: en una, escribía cuentos y relatos, en la otra, los llevaba a la pantalla como guionista y escritor de prestigio, no de éxito comercial, sino de culto, a lo Kubrick. Me casaba con una actriz, Jennifer Connelly, vivíamos entre la Costa Brava y Nueva York, ganaba algunos premios. Sólo dirigía películas que yo mismo hubiera escrito y tenía mis actores fetiche como hacen Tim Barton, los Cohen o Scorsese. Tenía todas las películas programadas, con sus actores, con sus localizaciones y guiones.
Y mientras tanto, en la vida que llevaba con la realidad de contexto, iba suspendiendo los estudios o aprobando por los pelos, me encerraba a escribir relatos en mi cuarto y ganaba todos los premios literarios de la escuela y del instituto, escuchaba músicas cada vez menos comerciales, iba a cines de arte y ensayo y buscaba a aquella chica en el metro, en el autobús, por la calle. Quizá, otros niños, otros adolescentes, tenían vidas paralelas totalmente distintas, en las que no importa ser famoso o ser rico o tener a la más guapa. Eso, yo lo aprendí después, cuando la realidad fue superando a la ficción, cuando me di cuenta que no sería cantante, ni director de cine, ni astronauta. No necesito ganar más (no negaré que un aumento estaría de fábula), ni que hablen de mí en las universidades o salga en las enciclopedias. A mí, lo que me gustaba y me sigue gustando, aquello que ha permanecido en todas las vidas, es escribir. Inventar vidas, paisajes y tiempos. A mí lo que me gusta es la vida que llevo ahora, con la gente que forma parte de ella. Pero que no me quiten el bolígrafo ni el teclado. Sin embargo tengo claro que, sin las vidas paralelas que tuve, todo habría sido mucho más difícil pero, como dijo Michael Ende, esto deberá ser contado en otra ocasión.
Ya no tengo una vida paralela, pero sigo teniendo sueños, y en vez de simplemente imaginarlos, les sigo, a ver dónde me llevan.
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