Fundido a negro, salen las letras y la gente empieza a levantarse para tomar el camino de vuelta a sus respectivos orígenes. Durante el trayecto se escuchan todo tipo de comentarios, mentes críticas que opinan y disciernen sobre lo que le ha parecido aquello que ha vivido durante las últimas dos horas de su vida. Unos parecen entendidos, otros simplemente escuchan las complicadas elucubraciones del compañero y un pequeño grupo emite sonidos monosilábicos como “aja” o “pse”. La conversación se extiende – en mayor o menor medida – según el impacto que aquello que se ha vivido ha impactado en la amígdala cerebral (encargada de la gestión de las emociones)
Conversaciones maduras o que desentonan totalmente con aquello que uno – llamado individuo X – ha experimentado. Éste mira para atrás y se encuentra que la edad – siempre la edad – es distante. Alejada, falta de experiencias que complementen y que ayuden a contrastar. A uno o individuo X le entra esa necesidad latente en todos de ejercer de “mentor” de anciano que de gesto arrugado, enseña de forma pausada y paciente a plantar con delicadeza una semilla por primera vez al inexperto infante. Con esa misma mirada, sosegada y llena de ternura con la que una vez uno recibe un buen consejo y lo guarda como un tesoro en el fondo de su corazón.
Existe una edad para todo, todo tiene su cronograma y su temporalidad. El Gran Dictador (Charles Chaplin, 1940) es incomprensible a ciertas edades. Requiere del conocimiento histórico y conceptual de lo que significa un estado reprimido y sesgado por unos ideales. Y al igual que La vida es bella (Roberto Benigni, 1997) uno necesita poder empatizar en todo momento con aquello que está visualizando. Y luego “a gustos colores” – por citar una de esas frases de uso fácil y recurrente – ya que cada cual con sus ideas crea y genera una corriente de opinión.
Ágora (Amenábar, 2010) explicaba como los oprimidos pasaron a ser opresores, para ser después perseguidos. De cómo ese mal andante llamado «ser humano» cae desde hace siglos en el mismo error, la vanidad. Fundido a negro, salen las letras y entre el bullicio una voz expresa su malestar; “pagar por la historia de una feminista ha sido un error”. O lo que se traduce en el “falso” minimalismo instaurado por Facebook un “no me gusta” injustificado. Un gesto que se repite con frecuencia, más de lo deseado, en el sector de los videojuegos. La tendencia a la nota fácil, a la simplificación del contenido al “yes or not” hace que se pierdan ideas, conceptos y puntos de vista realmente interesantes.
Existe una edad para todo – insisto – y no deberíamos caer en el “todo vale” porque es un juego y esto “no es real”. Sí, justificaciones simplificadas para ahondar en el problema. El sector ha crecido, pero sin llegar a madurar. Son nuestros hijos – esos a los que supuestamente queremos – los que luego sufren las consecuencias. Los mismos a los que luego exigimos un comportamiento cívico y lleno de actos de responsabilidad. Y como en El Gran Dictador debemos ofrecer la información y el momento idóneo para que esos jóvenes no salgan decepcionados y con preguntas sin respuesta.
Limbo (PlayDeadStudios, 2010) es título especial – y no es peyorativo – por la dificultad en su interpretación. De hecho es de esos títulos que por estética atrapa o por el contrario es duramente criticado y defenestrado. Sin duda es un título que debe ser jugado a una edad determinada, por su contenido, por su intención y sobre todo por la abierta interpretación de la “muerte” de los dos personajes principales – el avatar y su hermana.
Un título no recomendado para menores de edad – con un PEGI +18 – pero con una puesta de escena atrayente, acercándose al dibujo animado mostrado en los inicios incoloros– magnífico corto del ratón llevando un tren – del ahora tan conocido Mickey Mouse. Un ambiente amigablemente peligroso, que nos lleva a un engaño donde se mezcla lo adulto con ese año infantil. Un título que demuestra – sin embargo – que estamos ante un sector capaz de mostrar composiciones dirigidas al público más adulto sin caer en los tópicos del “drogas, sexo y rock’n roll”
Algo parecido a lo que apuestas como Alan Wake (Remedy Entertaiment, 2010) – ese “remember” a lo Twin Peaks (David Lynch,1990 – 1991) – pretendía u otras más “específicas” como puede ser el título de Quantic Dream. Sí, ese no-videojuego llamado Heavy Rain (Quantic Dream, 2010), donde el jugador no juega sino que juegan con él. Apuestas adultas – que no adulteras – donde se aproxima la experiencia a eso que podemos llamar ocio para adultos (sin caer en la recurrencia de la pornografia). Por ello y al igual que el ya mencionado Ágora se debe mirar bajo el foco adecuado y con la experiencia adecuada para poder ser críticos y no quedarnos con el simple y reducido “pse” que poco describe y mucho define.
Y tras el fundido en negro y la aparición de las letras, el jugador – jugadores en caso plural – debería reflexionar sobre lo jugado. Extraer sus propias conclusiones y compartirlas en comunidad – sea virtual o real – para contrastar ideas, opiniones y debatir sobre ellas. Aquellas sensaciones que se han ido recogiendo durante una vida de experiencias (largas o cortas) y emociones que se mezclan y modifican para siempre nuestro criterio a la hora de encarar otro título, sea del género que sea.